Es evidente que para todo militante obrero las decisiones que tome el PSOE interesan sobremanera. El PSOE ha sido desde hace 142 años la principal representación política de los trabajadores de este país. Esto es una realidad al margen de lo que podamos pensar de su política y de su evolución.
Nosotros somos militantes de la Cuarta Internacional, constituida precisamente en diferenciación de la corriente estalinista y de la socialdemócrata. No era simplemente un problema ideológico, sino de la constatación por nuestra parte de que la política de las organizaciones que, como el PSOE, se reclaman de la socialdemocracia, no ha significado un avance para la emancipación social y democrática de los trabajadores y de los pueblos.
Por supuesto, somos conscientes de que un sector importante de los trabajadores siguen votando a este partido, aunque cada vez con menos confianza.
En todo caso, consideramos necesario dar nuestra opinión sobre el desarrollo de este Congreso y sus resultados.
Empezaremos por citar el artículo de Cándido Méndez, exsecretario general de la UGT y militante socialista desde 1970, publicado por la Cadena Ser el 16 de octubre. Dice en él:
«En el Congreso se dedica una hora a todo lo relacionado con la elección de la mesa y el debate y votaciones sobre la gestión de los órganos federales, entre otros la Comisión Ejecutiva Federal y el Comité Federal. En una hora escasa, ¿se va a debatir un periodo de tiempo, 2017-2019, donde ha habido tres elecciones, dos generales, y además analizar unas elecciones, como las de Madrid, con presencia notable del secretario general del partido, que, entre otras por esa presencia, tiene una lectura rotundamente nacional, y que se han saldado con el paso de ser la fuerza más votada en las anteriores a la tercera en estas últimas?»
Una buena reflexión sobre un hecho que revela que no ha habido en ese Congreso, no ya posibilidad de debate, ni de expresar una opinión contraria al reducido grupo que di- rige el partido socialista y al que podríamos darle otro apelativo; sino ninguna opinión sobre el programa, es decir, sobre la política realizada y por realizar por el partido desde el Gobierno. En el mismo artículo, Cándido
Méndez lo define así:
«Es probable que se piense que, debatiendo sobre ecología, digital y feminismo, lo del empleo, acorde con la máxima evangélica, se nos dará por añadidura, pero esto no suele funcionar así.»
Lo que viene a señalar que se recurre a lugares comunes que, en realidad, y más allá de su mayor o menor importancia objetiva, vienen a ocultar, probablemente por tener un contenido inconfesable, todo lo relativo a las reivindicaciones e intereses de los trabajadores.
Veamos: de cuándo en cuándo, cada vez menos, y de cara a la galería, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, ha venido anunciando la derogación de la reforma laboral y de la ley mordaza, como le exige el movimiento obrero. No es eso lo que afirmó en su discurso de clausura, en él su compromiso fue «poner punto final a leyes como la ley mordaza y la reforma laboral del PP, impuestas y sin acuerdos, que precarizaron los contratos y devaluaron los salarios.»
Sobre la reforma laboral
Entonces, sobre la reforma laboral, lo que quisiera Pedro Sánchez, es un acuerdo en las mesas del llamado diálogo social, un acuerdo de aceptación de la misma por los dirigentes sindicales que ponga fin a las críticas y que se olviden las exigencias de su derogación; antes de finalizar el año a ser posible. Sin mantener lo esencial de la reforma, incluso sin profundizarla, no sería posible el desmantelamiento del sector del automóvil, los despidos y la reconversión de tantos otros sectores económicos que se anuncian en nombre de la digitalización de la economía y de la transición verde. Con los fondos europeos como señuelo.
Como se ha señalado desde el aparato del PSOE estos días, de lo que se trata ahora es de «avanzarse a los cambios profundos que se avecinan, relacionados con el mercado laboral, con la gestión de la inmigración, con el cambio climático.» Lo que está en juego, pues, con la derogación o no de la reforma laboral son decenas de miles de puestos de trabajo, los derechos labora- les conquistados y la existencia de un sector industrial fuerte que sea la base de la economía. Y el silencio del 40º Congreso sobre todo esto significa que los dirigentes
socialdemócratas apuestan por una reconversión económica que puede dejar pequeña la de los años de gobierno de Felipe González para entrar en la entonces denominada Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea.
¿Qué supone «poner fin» a la ley mordaza?
En junio, con el apoyo de UGT y de CC. OO. se celebró un gran acto en la sede central de UGT en el que ambas organizaciones y el conjunto del movimiento obrero se felicitaron por la derogación del artículo 315.3 del código Penal y en el que se constituyó un comité internacional por la derogación de la ley mordaza y en defensa del derecho de huelga.
No ha habido la menor intención por parte del Gobierno «progresista» de apoyarse en esa iniciativa y en esas exigencias para derogar la ley mordaza. Muy al contrario, dos días después de las manifestaciones de Pedro Sánchez en su discurso de clausura del 40º Congreso del PSOE, la Mesa del Congreso de los Diputados decidió mantener bloqueada la derogación de la ley mordaza con el voto de los diputados del PSOE a favor de ampliar el plazo de enmiendas a la ley. Es la 39.a vez que los diputados del partido socialista bloquean el avance de esta derogación que permanece en esta fase de la tramitación parlamentaria desde hace casi un año. Esto son los hechos, lo demás son discursos y palabras que no comprometen a nada, ni convencen a casi nadie.
El mismo día en que se iniciaba el Congreso del PSOE decenas de miles de pensionistas, trabajadores y ciudadanos se manifestaban por las calles de Madrid exigiendo una auditoría de las cuentas de la Seguridad Social. En ese Congreso todo quedaba en qué se iban a controlar las cuentas de la Seguridad Social.
Debates en un mundo paralelo
Mientras los debates del Congreso se daban en un mundo paralelo, al margen de los problemas y de las aspiraciones de los trabajadores, el aparato pretendía dar una imagen de unidad, que todo se adoptara por unanimidad. Así pues, en los últimos meses y hasta el 40º Congreso, Pedro Sánchez ha excluido de la dirección del partido a toda la vieja guardia que estuvo a la cabeza del «No es no» contra Rajoy, o de los que estaban en la dirección de UGT cuando todavía organizaba jornadas de huelga, contra la reforma laboral, por ejemplo, como Toni Ferrer. Y ha incorporado a partidarios del consenso con el PP, como el ministro Félix Bolaños, artífice del pacto con el PP para la renovación del Tribunal Constitucional y otras instituciones; pacto consistente en conceder la práctica totalidad de las exigencias del PP.
Y, como un gesto vale más que mil pa- labras, y más cuando viene cargado de un valor simbólico, el abrazo de Pedro Sánchez a Felipe González, que, en su discurso, reivindicó la política de la Transición, es decir, los pactos con los franquistas contra la democracia, y tuvo la desfachatez de pedir a Sánchez «que fomente ese espíritu crítico que escasea en el PSOE actual.» ¿Qué libertad de crítica pide quién fue presidente del gobierno al servicio de la Monarquía y de la OTAN durante 23 años y que hoy actúa abiertamente en nombre del capital financiero? No se refería a las JJ. SS., apoyados por Izquierda Socialista, a las que no se les dejó pasar a votación una moción a favor de la República (no fuera eso a incomodar a la Casa Real con los escándalos de rey emérito por medio), no era eso. Su libertad de crítica es para los que como él pretenden terminar con cualquier vinculación o referencia del partido socialista a la clase obrera.
Pedro Sánchez, su gobierno y los dirigentes socialistas saben el futuro al que se enfrentan y quieren escenificar su unidad; al tiempo que buscan pactar con el PP. El aparato socialdemócrata se aferra en toda Europa al viejo orden de la propiedad privada, al imperialismo. Nunca estuvo tan justificada históricamente la existencia de la Cuarta Internacional.