Carta Semanal 1041 en catalán
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Excepcionalmente, publicamos en esta Carta Semanal una entrevista a un militante palestino, Publicado en la web Arab48.com, el 20 de abril de 2025
Por Awad Abdel Fattah, cocoordinador de la Campaña por un solo Estado Democrático y antiguo secretario general de la Agrupación Democrática Nacional, partido palestino del interior.
¿Cuál es la verdadera intención de los países que hablan de «solución de dos Estados» y prometen reconocer pronto un Estado palestino, lo que ha suscitado la cólera histérica de la coalición sionista en el poder?
¿Debemos creer lo que estos países hablan sobre la necesidad de una «solución de dos Estados», mientras se niegan o fingen ser incapaces de detener el genocidio sionista en la Franja de Gaza? ¿Qué es más fácil y más necesario en este momento: detener las masacres o establecer un Estado palestino, una tarea de gran envergadura que requiere un cambio radical en el equilibrio de poder y una presión real para eliminar los asentamientos sionistas y la presencia militar de los territorios ocupados en 1967, de conformidad con el derecho internacional, lo que no es el caso actualmente?
¿Se toman en serio estos países lo que dicen, o se trata de una maniobra de elusión para no asumir la audacia política y moral y adoptar una postura firme para detener la guerra, lo que requiere simplemente imponer un embargo de armas a la máquina de exterminio sionista, ir al Consejo de Seguridad y adoptar una resolución para detener la masacre, y boicotear el régimen de exterminio?
Sí, tal vez la reaparición de declaraciones sobre un Estado palestino sea un indicio de una toma de conciencia de la conclusión lógica de que no hay otra salida a este conflicto colonial que una solución política, más o menos justa, pero no es una toma de conciencia real y sincera, no es nada más que una tapadera para la prosecución de la masacre sionista.
No es necesario movilizar ejércitos gigantescos para obligar a Israel a poner fin a los crímenes más atroces de la historia. Todo lo que se necesita para detener la guerra es una decisión internacional y la iniciativa de cada país, extranjero, árabe o islámico, de dejar de vender armas, suspender los acuerdos de normalización y tomar medidas punitivas contra el autor del crimen de genocidio en virtud del derecho internacional. Quien no pueda detener una masacre humana de una brutalidad sin precedentes ¿está dispuesto o deseoso de actuar para imponer una solución política a Israel? Esta es una cuestión fundamental que no se puede obviar.
No estamos hablando de unos pocos países occidentales, como Irlanda, España y quizás Noruega, que han tomado decisiones progresistas contra Israel y que son sinceros cuando hablan de un Estado palestino independiente en Cisjordania y la Franja de Gaza, sino de los gobiernos occidentales que están aliados con Israel y apoyan su guerra genocida contra el pueblo palestino, como Francia, Gran Bretaña y Alemania, así como una serie de regímenes árabes que se han convertido en colonias israelíes por voluntad propia.
Esos gobiernos, los gobiernos europeos en particular, son plenamente responsables de la situación en Palestina. Ellos son los que han encubierto los crímenes de Israel durante las últimas décadas, los que le han proporcionado inmunidad permanente frente a la responsabilidad internacional y han allanado indirectamente el camino, a través de su apoyo y complicidad, al ataque del 7 de octubre y al genocidio que siguió, que solo puede entenderse en el contexto del encubrimiento de 75 años de criminalidad. Por eso sus pueblos se rebelan contra la alianza de sus gobiernos con el régimen genocida sionista, por los considerables estragos morales, económicos y políticos ocasionados por esta sórdida alianza.
El eslogan «la solución de los dos Estados» hace tiempo que se ha convertido en un cliché vacío de contenido, y es aún más nauseabundo cuando proviene de Gobiernos cómplices de los pies a la cabeza del crimen de genocidio, que son hostiles a Sudáfrica por su clara postura ética, y se muestran contrarios al Tribunal Internacional que ha reconocido efectivamente a Israel como una entidad fuera de la ley. Estos países se contentan con declaraciones corteses, sabiendo que Israel -gobierno, oposición y sociedad- había suprimido de su agenda, y aun de su conciencia, la solución de los dos Estados, incluso en su forma mutilada, antes del ataque del 7 de octubre.
A pesar de su condena general del ataque de Hamás, los gobiernos europeos y de otros países, algunos de los cuales reconocieron que el conflicto no puede finalizar sin una solución política, no han añadido nada nuevo a la retórica de una solución de dos Estados, ni han definido lo que entienden por una solución de dos Estados y
cuáles serían los mecanismos para su aplicación. Esto significa una vuelta a lo que llevó a la continuación de la colonización y el genocidio, que se desarrollaron bajo la retórica vacía de una solución de dos Estados.
Antes del acontecimiento sísmico del 7 de octubre, el régimen saudí estaba a punto de firmar un acuerdo de normalización con Israel, por mediación de la administración del imperialismo estadounidense, para completar el llamado acuerdo Abraham, que colocaba a los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos bajo la influencia directa de Israel, pero el ataque de Hamás dispersó todas las cartas y desbarató el plan estadounidense-sionista. Este plan consistía en eliminar la cuestión de Palestina de la agenda internacional, de acuerdo con las intenciones israelíes, y separar la cuestión de Palestina de la esfera árabe.
Tras el ataque del 7 de octubre, fue el reino de Arabia Saudí, consciente de su necesidad de calma para proseguir su proyecto de reforma y desarrollo, el que tuvo la iniciativa de una coalición internacional de 83 países para reintroducir la «solución de los dos Estados». No fue por ningún sentido de responsabilidad nacional, religiosa o humanitaria, sino únicamente porque la cuestión de Palestina se ha convertido en una cuestión de seguridad y un factor de inestabilidad en los propios países árabes.
Esto no significa que la continuación del plan vaya a tener un final positivo, ni que haya aspecto positivo alguno en esta orientación y en esta actividad diplomática, en un contexto complejo. Todo depende de la voluntad e intención, así como del deseo de activar todos los medios de presión y poder de que disponen los Estados árabes.
La reproducción del mito de la solución de los dos Estados significa la normalización del sistema de apartheid y genocidio.
¿Por qué la reintroducción de la solución de los dos Estados es una ilusión que solo reproduce un desastre? Hay cuatro razones:
– no habla de lo que es un Estado, de su soberanía, de sus fronteras y su independencia, sino más bien una vaga entidad desprovista de cualquier signo de soberanía;
– no habla de un calendario para su aplicación;
– no se habla de adoptar un mecanismo de aplicación de la solución, es decir, un mecanismo de presión económica, diplomática y jurídica internacional real sobre un Estado salvaje y brutal, que continúa alterando radicalmente la realidad demográfica en Cisjordania y Jerusalén, en flagrante desprecio del derecho internacional y el orden moral;
– la solución de los dos Estados es injusta para el pueblo palestino y no hace justicia a su derecho a la autodeterminación en todos sus componentes.
La necesidad de cambiar el método de definir la solución.
Desde el desastre de los acuerdos de Oslo, el estallido de la segunda Intifada y la revelación del engaño israelí, se han multiplicado las voces contrarias a la «solución de los dos Estados», incluidas las de antiguos dirigentes, intelectuales, universitarios, activistas y otros, basadas en la conclusión de que Israel es un proyecto colonialista, similar a los proyectos colonialistas de Occidente, cuya estructura es incompatible con cualquier compromiso con los pueblos autóctonos. Una gran proporción de palestinos creía que era posible llegar a un compromiso con Israel, un compromiso que se probó con el acuerdo de Oslo, cuyas catastróficas consecuencias para el proyecto de liberación palestina han continuado en términos materiales, políticos y morales.
Frente al proyecto de normalización con Arabia Saudí, que si no incluye la definición de la forma, las fronteras y la soberanía de un Estado independiente, significará la perpetuación del Estado errante y la perpetuación de la catástrofe palestina, existen dos direcciones u opciones, quizás sin una tercera vía, que permitirían frenar la carrera hacia una mayor normalización y abrir un verdadero horizonte de liberación.
La primera consiste en anunciar un programa que exija la realización del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino en sus tres componentes: Cisjordania, Gaza y Jerusalén, los refugiados y la diáspora, y los palestinos de los territorios del 48. Inspirándose en este programa, se acordó lanzar una campaña palestina, internacional, popular y oficial que exponga los peligros de la normalización con el régimen de apartheid y genocida, presionando para que se ponga fin al genocidio, al plan criminal de expulsión en Gaza, por la reconstrucción lo antes posible, y la paralización y eliminación de los asentamientos y puestos de control en Cisjordania y Jerusalén, la liberación de los presos y el cese de todas las formas de represión, opresión y persecución. […]
También es necesario vincularla al reconocimiento del derecho al retorno de los refugiados palestinos a sus hogares y a la garantía del derecho a la plena igualdad para los palestinos del 48.
La segunda dirección es hacer campaña por el desmantelamiento del sistema colonial de apartheid desde el río hasta el mar, y por el establecimiento de la justicia y la coexistencia entre palestinos e israelíes en un sistema democrático e igualitario. Un único Estado democrático. Esta es la dirección correcta, la más justa y la menos costosa en opinión de los defensores de una solución democrática de un solo Estado en la Palestina histórica.
La realidad de las relaciones de fuerza actuales es tal que ninguna de estas soluciones puede alcanzarse a corto o medio plazo. Como parte de una brutal alianza colonial imperialista, Israel se considera militarmente victoriosa, dirigida por un régimen fascista y apoyada por una sociedad movilizada de modo fascista contra el pueblo palestino y su derecho a existir. No cederá a ninguna de esas exigencias sin una presión real y un cambio en el equilibrio de fuerzas en un plazo determinado.
Pero Israel, a pesar de su enorme poder militar y el alineamiento del Occidente colonialista, experimentaba ya radicales transformaciones internas, atraviesa una crisis sin precedentes, que tendrá profundas implicaciones a medio y largo plazo.
Un régimen racista, colonialista y ultraviolento, que alberga en su seno contradicciones fundamentales, que rechaza cualquier forma de reconciliación con la población autóctona, y que es estructuralmente hostil a la igualdad, la paz y la justicia, no puede eludir la responsabilidad oficial y popular internacional, ni el colapso interno, que podría ocurrir en un plazo inferior a una década.
Israel ha perdido su imagen moral a los ojos de Occidente y de sus pueblos, y amplios sectores de estos pueblos se han rebelado contra él. Ya no es el supuesto oasis democrático que se pintó en la mente de Occidente y en la conciencia de las generaciones más jóvenes, ni la víctima merecedora de simpatía. En consecuencia, amplios sectores de la opinión mundial, árabe y musulmana, están dispuestos a dar la espalda al régimen racista y aceptar una fórmula humana e igualitaria en Palestina.
Esto está condicionado a la reestructuración del movimiento nacional palestino movimiento, un horizonte amplio para una solución, una estrategia de acción y movilización, y al desarrollo de un lenguaje y un discurso de liberación moderno, en lugar de los viejos conceptos que obstaculizan la expansión y la influencia de la opinión pública mundial. No hay alternativa a la adopción de un proyecto de liberación democrático y humano, en el que las nuevas generaciones, las más conscientes y las más capaces de comprender los cambios que se están produciendo en la sociedad humana, desempeñen un papel protagonista.
