Los banqueros del FMI a los mandos

Carta Semanal 825 en catalán

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Adaptamos un texto publicado en la “Lettre de la Vérité”, publicación de la sección francesa de la IV Internacional.

Algunas precisiones sobre la actualidad a propósito del ajuste estructural asimétrico.

Cuando la crisis financiera en 2010-2012 amenazó con la quiebra de Grecia, Irlanda, Italia, España… vimos apresurarse a tomar las riendas de la vieja Europa a los banqueros de Goldman Sachs. Puesto que ellos habían organizado las estafas que dejaron al mundo por los suelos, ¿no eran los más cualificados para levantarlo? Se constituyó una célebre troika.

Desde hace algún tiempo, vemos surgir una nueva hornada de salvadores supremos: Janet Yellen, directora no hace mucho del FMI, pasa a ser secretaria de Estado (ministra de Finanzas) de Biden; Mario Draghi, anteriormente del FMI y de Goldman Sachs, más tarde presidente del BCE, asume la dirección del gobierno italiano con la bendición de todas las fuerzas políticas, desde Beppe Grillo hasta Berlusconi; Olivier Blanchard, cabeza pensante del FMI (economista y director de estudios en el FMI de 2008 a 2015), se convierte en consejero de Macron sobre  «el período post-Covid». Podríamos multiplicar los pedigrís, el FMI se moviliza para apretar las tuercas.

Imaginad que sois capitalistas…

Se ha llamado planes de ajuste estructural a las medidas impuestas por el FMI, desde 1980, bajo el chantaje de la deuda, para reducir el coste del trabajo y aumentar la explotación de los asalariados, a fin de mejorar los beneficios. Experimentadas en Chile tras el golpe militar de 1973, esas políticas se generalizaron a partir de 1980. Frente a las revueltas que provocaron en todos los continentes, se repartieron entre los gobiernos de izquierda, siguiendo la táctica del salami. Condujeron a cracs financieros en serie desde 1987 cada 6-8 años. El último en 2007-2009 no se había superado aún, cuando se desarrolló un crac en febrero de 2020. Las medidas de confinamiento dieron la oportunidad de disimular mediante la emergencia «sanitaria» las disposiciones de rescate del capital financiero una vez más maltrecho.

Sabemos bien de qué se trata. Solo entre 2010 y 2017 se recortaron 30 000 millones en la sanidad, 50 000 en la enseñanza. Desde 1980se han privatizado todas las grandes empresas y buena parte de los servicios públicos. Las contrarreformas han desmantelado en parte o por completo la enseñanza pública, la RENFE, Endesa,  Correos, la Seguridad Social. Los salarios se bloqueaban porque había que seguir siendo competitivos frente a las deslocalizaciones y despidos. Hubo rebajas salariales y deslocalizaciones. ¿Las pensiones? En constante disminución gracias a las «reformas».

Imaginad que sois capitalistas, ese formidable logro de cuarenta años de combate metódico de todos los gobiernos sucesivos contra los trabajadores va a verse amenazado por la revuelta de los desposeídos. Ya que se desbloquearon sumas colosales para salvar a los bancos y fondos especulativos, y los trabajadores asalariados constatan que el 3% de déficit de Maastricht, que durante treinta años se les ha impuesto como una obligación inevitable que impedía darles un céntimo de subida salarial, de repente era una obligación carente de sentido cuando había que distribuir miles de millones a los banqueros. Las últimas cifras de 2020 son claras: las ganancias de los capitalistas han aumentado masivamente mientras el paro y la precariedad se disparan a causa de los sucesivos confinamientos, disimulando la aceleración de las contrarreformas.

¿Plan de apoyo?

Obligados a intensificar la explotación de los trabajadores para intentar salir del paso, con los planes de «apoyo a la economía» (de hecho a los capitalistas), los gobiernos emprenden el enfrentamiento y empujan a los trabajadores y a la juventud a pelear en legítima defensa.

Los hombres del FMI están ahí para intentar poner toda su experiencia reaccionaria al servicio de esas maniobras beligerantes. El plan europeo, llamado de recuperación, pretende consolidar el ajuste que se tambalea. El caso de Italia es revelador, 260 000 millones en préstamos de la Unión Europea deben utilizarse para apoyar la economía. Hay que preservar los aumentos de gastos militares previstos por la OTAN y la UE, preservar las privatizaciones, no dar marcha atrás en las regionalizaciones/desmantelamientos del hospital y la escuela pese al fiasco evidenciado por la pandemia, contener la quiebra de la economía sumergida que ha pasado en treinta años del 20% al 35% del PIB, masa de precarios de repente sin nada, amortizar la caída del turismo, sector vital del que dependen masivamente los pequeños comercios y que reporta las divisas que permiten pagar las deudas en dólares. Y todo esto proclamando que se va a luchar contra las desigualdades, la precariedad, pintar de verde la economía, salvar el planeta.

Para nada hay que cuestionar el logro del ajuste estructural, y la garantía es Draghi, un jesuita como el papa.

Del mismo modo, el plan Biden de 1,9 billones de dólares ha de intentar aplacar la cólera contra los financieros y amortiguar el masivo aumento de la miseria y el hambre, mientras se disparan las ganancias de los multimillonarios, Elon Musk regodeándose por su compra de 1 500 millones de dólares de bitcoin. Pero republicanos y demócratas (salvo Alexandria Ocasio Cortez) votan unánimemente los gastos militares que ascienden a 780 000 millones de dólares, y las medidas antiobreras votadas desde Reagan hasta Trump pasando por Clinton y Bush no deben modificarse. Janet Yellen, por ejemplo, presenta el salario mínimo federal de 15 dólares la hora como una perspectiva de aquí a 2025, y queda excluida la extensión de Medicare; quizás, en caso de que la presión sea demasiado fuerte, se haga una opción pública del Obamacare, que permita hacer promesas como de costumbre que chocan con una vigorosa respuesta de los lobbies aseguradores, de los representantes republicanos y de algunos demócratas y, de comisión a comisión, las cosas se van aplazando.

 Resistir, mantener el cambio

Olivier Blanchard no ha encontrado una mejor «innovación» que proponer la supresión del CDI y el CDD[1] y sustituirlos por un contrato individual que proporcione garantías con el paso de los años; por ejemplo, podrás tener quince días de vacaciones pagadas en los diez primeros años de trabajo, tres semanas en los diez años siguientes, etc., y quedarían así individualizadas todas las garantías del derecho laboral. En una empresa, ningún asalariado tendría los mismos derechos. No escasean las ideas entre los expertos economistas, y los ranking periodísticos catalogan a Blanchard de moderado, neokeynesiano, de centro izquierda.

No hay margen de maniobra para la burguesía. «Resistir» era el eslogan de la unión sagrada de los dirigentes militaristas del SPD alemán en 1915, que denunciaba Rosa Luxemburgo en su célebre opúsculo firmado Junius. Resistir para salvar las ganancias, y para ello elevar la tasa de explotación de los asalariados; «resistir, mantener el rumbo», he aquí el nuevo mantra que deben repetir machaconamente los periodistas sumisos.

La automatización, los digital, la uberización son los medios para acelerar la productividad de los trabajadores, factores de aumento de la plusvalía y la ganancia a corto plazo pero que, a largo plazo, al reducir el número de asalariados, son factores de descenso tendencial de la tasa de ganancia, lo que conduce a un nuevo callejón sin salida.

Es muy importante comprender que precisamente la carrera hacia la innovación y la competitividad, que aparece como LA solución para los capitalistas y sus gobiernos, es la que provoca EL problema.

La sobreacumulación de capital en forma de dinero, fábricas, mercancías es tal que descomunales sumas van a los paraísos fiscales y persiguen cualquier ocasión de ganancia mediante la especulación, el transvase de los recursos públicos. Si los Estados ponen sus créditos a tasa cero incluso a diez años, es porque los capitalistas prefieren una inversión segura que no reporte nada a una inversión industrial aleatoria. Los Estados han desarrollado los «estímulos» (regalos financieros) para atraer esas masas de dinero, intensificando aún más el ajuste estructural asimétrico (austeridad para los asalariados, regalo y despilfarro para los ricos). En jerga macroniana-FMI es desarrollar la «atractividad». El estudio de varios periódicos sobre el dinero depositado de manera perfectamente legal en Luxemburgo para escapar a cualquier impuesto (6, 5 billones de euros la parte «visible») no hace sino ilustrar la magnitud del fenómeno, ya que Luxemburgo es solo uno de los muchos paraísos fiscales.

El Chicago Mercantile Exchange acaba de lanzar una especulación a plazo sobre el agua. Ese mercado es, con Londres, un centro de especulación sobre las materias primas y mañana podrá especularse sobre el agua como sobre el bitcoin, el algodón o el petróleo. La monopolización del agua parece una bicoca en el futuro, puesto que los seres humanos tendrán cada vez menos acceso al agua potable según los expertos en especulación.

La acumulación de capital tiene su dinámica imparable. He aquí un texto de Engels de 1877:

“Es también esa fuerza impulsora de la anarquía de la producción social la que hace de la infinita capacidad de perfeccionamiento de las máquinas de la gran industria una necesidad ineludible para cada capitalista industrial, obligándole a perfeccionar constantemente su maquinaria bajo pena de sucumbir. Pero perfeccionamiento de la maquinaria quiere decir prescindibilidad de trabajo humano. Si la introducción y el aumento de la maquinaria suponen el desplazamiento de millones de trabajadores manuales por pocos trabajadores mecánicos, el perfeccionamiento de la maquinaria significa expulsión de cada vez más obreros mecánicos mismos, y, en última instancia, creación de un número de trabajadores asalariados disponibles superior a la necesidad media del capital de emplear asalariados, la creación de lo que ya en 1845[2] llamé un ejército industrial de reserva, disponible para los momentos en que la industria trabaja a toda máquina, pero arrojado al arroyo por el siguiente y necesario crack, como una bola de plomo que la clase trabajadora lleva encadenada a sus pies, en su lucha por la existencia contra el capital, y, al mismo tiempo, como un regulador para mantener el salario del trabajo al bajo nivel adecuado a la necesidad capitalista. Así ocurre, para usar las palabras de Marx, que la maquinaria se convierte en el más potente medio de guerra del capital contra la clase obrera, que el medio de trabajo arranca constantemente al trabajador el pan de las manos, y que el propio producto del trabajador se convierte en un instrumento de su servidumbre. Así ocurre que la economización de medios de trabajo se convierte por principio en una dilapidación desconsiderada de la fuerza de trabajo, y en una destrucción de los presupuestos normales de la función del trabajo; que la maquinaria, el medio más potente para abreviar el tiempo de trabajo, se transmuta en el medio infalible de convertir la vida entera del trabajador y de su familia en tiempo de trabajo disponible para la valorización dcl capital; así es cómo el agotamiento de unos por el trabajo determina el paro y falta de trabajo de otros, y cómo la gran industria, que recorre la tierra entera a la busca de nuevos consumidores, limita en su propia casa el consumo de las masas a un mínimo de hambre, minándose así el propio mercado interno.

“La ley según la cual la sobrepoblación relativa, o ejército industrial de reserva, se encuentra siempre en equilibrio con la dimensión y la energía de la acumulación capitalista, encadena el trabajador al capital más firmemente de lo que la cuña de Hefesto pudo encadenar a Prometeo a la roca. Esa ley determina una acumulación de la miseria que corresponde a la acumulación del capital. La acumulación de riqueza en un polo es, pues, al mismo tiempo acumulación de miseria, tortura del trabajo, ignorancia, bestialización y degradación moral en el contrapolo, es decir, en la clase que produce su propio producto en forma de capital” (Marx, El Capital, Tomo I, pág. 671)” [3]

[1] Contratos indefinido y temporal (N del T)

[2] En La situación de la clase trabajadora en Inglaterra (N del T)

[3] F. Engels, Anti-Dühring. Sección Tercera, Capítulo II,  sociales. Ed Ciencia Nueva, 1968, p. 298

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