(Publicado en la Carta Semanal 721 – ver en catalán)
La situación económica mundial está presidida por la noción de crisis; más precisamente crisis crónica del capitalismo, en el sentido de la ausencia de toda perspectiva realmente expansiva. Sin duda el FMI, máximo representante institucional del capital financiero dominante que es el estadounidense, desearía anunciar un horizonte halagüeño, base para toda la propaganda del “capitalismo bueno” que supuestamente permitiría resolver los problemas. Pero la realidad lo impide, obligando a sus máximas autoridades a reconocer las dificultades: tanto su directora-gerente Christine Lagarde, el 18 de abril pasado, como su economista-jefe Maurice Obstfeld, el 9 de octubre, hablaban de “nubes en el horizonte”, ligadas a la guerra comercial y el sobrendeudamiento. Se hunde el discurso de la salida de la crisis. Pero, ¿son sólo nubes, tal vez pasajeras.
La realidad de las economías europeas es especialmente grave, subordinadas a través de la UE al imperialismo estadounidense, que cada vez revela con más claridad su condición de gigante con pies de barro. La guerra comercial desatada por Trump expresa las contradicciones del capitalismo, dado que la vieja inercia liberalizadora promovida por las multinacionales estadounidenses en la búsqueda de mercados, provocó su deslocalización y, con ello, el debilitamiento de la base económica de Estados Unidos, concretada en las gigantescas torres gemelas del déficit público y el déficit comercial (el déficit del presupuesto federal aumentó el 42% en el último trimestre de 2018, ligado a la reducción de impuestos de Trump y el déficit comercial supera el 4% de su producto, con una deuda pública que pasa ya la magnitud del 80% del PIB).
La grave situación de las economías europeas
El impacto de las dificultades estadounidenses se extiende por doquier y particularmente en Europa. La otrora llamada “locomotora alemana” se encuentra detenida sin perspectivas de reanudar la marcha: el último trimestre de 2018 la variación del PIB fue del 0% (no creció nada). En otras economías la situación es aún peor, como en la italiana cuyo producto cayó un 0,2% en dicho periodo. No son casos excepcionales, pues toda la eurozona creció un pingüe 0,2%, igual que el trimestre anterior (mientras los 19 países habían crecido un 2,3% en 2017, en 2018 se limita a un 1,8% y cayendo).
Mención aparte merece el caso británico, presidido por la incertidumbre en torno al Brexit o, mejor dicho, en torno a las modalidades que se barajan para él, para la salida de Reino Unido de la UE. Ninguna de esas modalidades posibles refleja los intereses de la clase trabajadora británica; no constituyen, por tanto, un referente para los demás países. Mientras tanto, se ciernen amenazas sobre esta economía, incluyendo la huida de los mismos capitales que han conformado uno de los principales bastiones del lugar británico en el mercado mundial, la City londinense como segunda plaza financiera del globo tras Wall Street (según la consultora Ernest & Young más de un billón de dólares, casi equivalente a todo el PIB español anual). Se añade por tanto mayor inestabilidad a escala mundial.
Así, frente al anuncio del BCE el pasado año, de que en 2019 se subirían los tipos de interés, finalmente se mantienen en el entorno del 0%. El presidente del BCE, Mario Draghi, lo explicaba de este modo el pasado enero: “las perspectivas de crecimiento de la eurozona se han desplazado a la baja ante la persistencia de incertidumbres relacionadas con factores geopolíticos y la amenaza del proteccionismo, así como vulnerabilidades en los mercados emergentes y volatilidad en los mercados financieros”. Declaran hacerlo solamente por la necesidad de tipos de interés bajos para evitar la deflación, si bien se trata también de contener la explosiva situación de la deuda, especialmente en Grecia (equivalente 182% del PIB), Italia (131%), Portugal (121%), Chipre (105), Bélgica (101%), Francia (99%) o el propio caso español (97%), según datos de la UE.
Riesgo de deflación, sobrendeudamiento y crisis crónica del capitalismo
Ambos factores, la amenaza de deflación y la deuda disparada expresan el carácter crónico de la situación de crisis en el capitalismo, en cuanto a la inexistencia de perspectiva real alguna de un próximo periodo de expansión digno de este nombre. El estancamiento de los precios refleja la sobreacumulación del capital, resultado de la ausencia de espacios de inversión rentables y, por consiguiente, la exacerbación de la competencia. Es decir, hay más capitales de los que pueden rentabilizarse, debido al carácter cada vez más agudo de las contradicciones capitalistas (formulado por Marx en El capital como ley del descenso tendencia de la tasa de ganancia) y, por tanto, hay una sobreproducción de mercancías… mientras las condiciones de vida de la población trabajadora no dejan de deteriorarse.
A su vez, la respuesta del capital a estas dificultades le lleva al terreno de las finanzas, especialmente las especulativas, provocando un enorme endeudamiento que hace planear cada vez más intensamente el peligro de una nueva crisis mundial. Conviene precisar que la llamada financiarización, tan cara a quienes constantemente inventan nuevos supuestos estadios del capitalismo, no es el problema sino la respuesta del capital al problema de fondo. Problema que Marx, también en El capital, identificó con claridad: “el verdadero límite de la producción capitalista lo es el propio capital” (lo que permite entender porque dicha respuesta es a la vez necesaria y contraproducente).
¿Qué hacer?
La imposibilidad de nuevos procesos realmente expansivos, que hace que se sucedan las crisis sin solución de continuidad, implica que no es ya una serie de crisis, sino un hecho más amplio y profundo: la crisis crónica del capitalismo, que se verifica en las dramáticas implicaciones que padecemos los trabajadores.
En enero se cumplieron veinte años de la puesta en marcha del euro, con la fijación de los tipos de cambio de él con las antiguas monedas nacionales, su cotización internacional y la plena competencia del BCE como autoridad monetaria. ¿Algo que celebrar? Los mismos que anunciaban un futuro de prosperidad gracias al euro son quienes también mantenían estos años atrás el discurso de la superación de la crisis. Pero la realidad desbarata su propaganda, mostrando que el capitalismo no es reformable, al igual que sus instituciones, como la UE. En el Estado español lo sabemos bien, debido a la metamorfosis lampedusiana (“tan sólo se reforma lo que se quiere conservar”) de la (vieja) dictadura en la (más vieja) monarquía.
Vienen tiempos electorales, incluso para el no-parlamento europeo. Con todo respeto por la ilusión que puedan despertar en segmentos de trabajadores, en particular para la legítima aspiración de poner freno a todos los partidos procedentes directa o indirectamente del franquismo, nosotros decimos que no podrá ser en el marco electoral de este régimen podrido en donde se satisfagan las reivindicaciones de los trabajadores y los pueblos. Sólo con su alianza, con la alianza de trabajadores y pueblos, independiente de todo compromiso con las instituciones del capital (de origen franquista aquí), para la defensa incondicional de sus aspiraciones se puede abrir realmente una vía de salida a los problemas.
NOTA: A finales de este mes acaba el plazo para el cumplimiento del Brexit. Al margen de lo que ocurra, Brexit sin acuerdo o con él, esta será la culminación de una etapa superior en la dislocación de las instituciones de la Unión Europea, expresión de la crisis de fondo del sistema capitalista. Volveremos en una próxima Carta Semanal sobre esta cuestión crucial para el combate por la emancipación de los trabajadores y los pueblos, de la necesaria independencia del movimiento obrero con relación a las instituciones nacionales e internacionales del capital financiero.