(publicado en la Carta Semanal 435. También podéis leerla en catalán)
“La acumulación de riquezas en un polo es, por lo tanto y al mismo tiempo, la acumulación de miseria, agonía de trabajo duro, esclavitud, ignorancia, brutalidad y degradación mental, en el polo opuesto…” (Carlos Marx, El Capital)
La distribución de la riqueza mundial causa, sin duda, no poco escándalo cuando se conocen las cifras. El 0,6% de la población adulta del planeta detenta el 39,3% de la riqueza del mundo: más de una tercera parte de la riqueza del mundo está controlada por una super élite de apenas 29 millones de personas. En cambio, si vamos al polo opuesto, vemos cómo alrededor de 3.184 millones de personas, el 69,3% de la población mundial, con una riqueza inferior a los 10.000 dólares, acumula el 3,3% de la riqueza del planeta. 4.219 millones de personas, el 91,8% de la población adulta mundial, tan sólo reúne el 17,7% de la riqueza total.
Y sólo hay un puñado de grandes millonarios: 1.921.000 personas tienen entre 5 y 10 millones de dólares, 918.000 tienen entre 10 y 50 millones y sólo 84.500 disfrutan de más de 50 millones. En tanto que 1.200 millones de personas viven con menos de un euro al día. La división entre clases sociales no ha sido en la historia del capitalismo tan aguda.
Como marxistas, no nos sorprenden los datos. Hace 165 años, en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels hablaron de la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, de la “… concentración de los capitales y la propiedad inmueble, de… las desigualdades irritantes que claman en la distribución de la riqueza,… de que tal… proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de centralización política… porque… aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad”.
Frente a esta realidad, muchos proponen como solución el “reparto de la riqueza”, distribuirla más equitativamente. Un propuesta que parece justa. Y sin embargo…
¿Es un problema de distribución?
Marx afirmaba que “es un error, en general, creer que lo esencial es la llamada distribución”. Y agregaba: “El socialismo vulgar… ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina cuyo objeto principal es el modo de distribución”. Con esta frase, Marx ponía el dedo en la llaga: la desigual distribución de la riqueza no es una consecuencia “evitable” del modo de producción capitalista, sino que es parte esencial del sistema.
Ese sistema, recordemos, se basa en la propiedad privada de los medios de producción, es decir, en que unos pocos –cada vez más pocos– son los dueños de los medios de producir esa riqueza. Y –no lo olvidemos– defienden con uñas y dientes esa propiedad, y tienen a su disposición ejércitos y policías para hacerlo. Solo si son expropiados esos miles de capitalistas puede acabarse con ese poder.
Pero, aun suponiendo que se lograra hacer que esos potentados cedieran una parte de su riqueza (pueden hacerlo en condiciones de revolución social que les hagan temer que si no ceden un poco lo puedan perder todo), nos enfrentaríamos a otro problema: a qué se destinan esos medios de producción que son propiedad de unos pocos que deciden su uso en su propio beneficio.
Marx y Engels señalaban que la contradicción fundamental del capitalismo era la que existía entre el carácter social de los medios de producción y la propiedad privada de los mismos. “Los medios de producción y la producción, convertidos en factores esencialmente sociales, se ven sometidos a una forma de apropiación que presupone la producción privada individual, es decir, aquella en que cada cual es dueño de su propio producto y, como tal, acudo con él al mercado. El régimen de producción se ve sometido a esta forma de apropiación a pesar de que destruye el supuesto sobre que descansa”[1]. ¿Qué supone esto? Veámoslo con algunos ejemplos.
Los avances en ingeniería genética permitirían, sin duda, conseguir un arroz que pudiera cultivarse en secano o cereales resistentes a las plagas. Pero esos avances están en manos de multinacionales como Monsanto que establecen las prioridades de investigación: un maíz cuyas semillas sean estériles y que sea resistente al herbicida que Monsanto fabrica.
O, como segundo ejemplo, hablemos de la malaria, una enfermedad a la que están expuestas cerca de 3.300 millones de personas, aproximadamente el 50% de la población mundial[2]. En 2010 hubo 216 millones de casos y se produjeron unas 655.000 defunciones. Ahora bien, se calcula que los fondos mundiales dedicados a investigar una vacuna contra la malaria alcanzaron en 2011 los 350 millones de dólares (es probable que ahora se hayan reducido), en tanto que el gasto mundial en publicidad fue de 446.000 millones de dólares, y el gasto en armamento 1,2 billones de dólares, 528.000 millones solo en EEUU.
Un tercer ejemplo aún: hay cientos de millones de parados en el mundo. ¿Se trata de darles subsidios para que sobrevivan, transformándoles en asistidos? ¿Hay que darles ayudas para que se transformen en ‘emprendedores’ que al cabo de un año estén arruinados y endeudados? Si los grandes recursos no se invierten, no se ponen al servicio de la mayoría, no creará masivamente empleo.
Dedicar la inmensa riqueza mundial a mejorar las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población exige, por tanto, no repartir una parte de la riqueza de los potentados, sino su expropiación para dedicar los medios de producción al beneficio del conjunto de la sociedad. O sea, la propiedad privada de los grandes medios de producción no es una cuestión de “reparto injusto”, es un factor de miseria y atraso para la humanidad. En la época imperialista (etapa última del capitalismo) la propiedad privada de los medios de producción es un factor de destrucción, de forma concreta “las fuerzas productivas han dejado de crecer”.
De crisis en crisis
La crisis del sistema financiero (expresión acabada de la crisis del sistema capitalista), debida a la especulación inmobiliaria y del crédito, ha arrojado al desempleo a millones de personas. Solo en España a más de cuatro millones. Servicios esenciales para la población como la enseñanza y la sanidad pública están siendo desmantelados. Naciones enteras como Portugal y Grecia son arrojadas a la miseria. En alguna de ellas asoma su venenosa cabeza la barbarie fascista. ¡Hay que acabar con esto!, se dicen cada día millones y millones. Pero esa crisis no es el resultado de unas decisiones erróneas, sino de la propia naturaleza de un sistema que produce mercancías que no se pueden vender, mientras que la inmensa mayoría, cada vez más empobrecida, no las puede comprar. De ahí que una crisis siga a otra. Y esto sucede porque los propietarios de los medios de producción toman sus decisiones buscando exclusivamente su beneficio particular.
Marx lo explicaba así: “Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas evolutivas de las fuerzas productoras que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social” [3].
¿Reparto de la riqueza? ¿Para que estos mismos que nos han llevado a la crisis suelten unas migajas y sigan manejando los medios de producción llevándonos a una nueva crisis? La solución a los problemas de la Humanidad exige otra cosa: expropiar a los grandes capitalistas, planificar democráticamente la economía en beneficio de la inmensa mayoría, y no de un puñado de potentados, acabar con el derroche espantoso de trabajo humano que resulta de la anarquía del capitalismo y de la exclusiva persecución de la ganancia.
¿Socialismo o Doctrina Social de la Iglesia?
En realidad, y por bien intencionados que sean algunos que defienden el “reparto de la riqueza”, nos están vendiendo no una propuesta socialista, sino la vieja y manida Doctrina Social de Iglesia.
Ésta se basa en la defensa a ultranza de la propiedad privada. “La doctrina social sobre el trabajo, sobre el derecho de propiedad, sobre el principio de colaboración contrapuesto a la lucha de clases como medio fundamental para el cambio social, sobre el derecho de los débiles, sobre la dignidad de los pobres y sobre las obligaciones de los ricos, sobre el perfeccionamiento de la justicia por la caridad, sobre el derecho a tener asociaciones profesionales”[4].
En esta línea, la encíclica “Quadragesimo anno”(dictada en 1931 por el Papa Pio XI, en una epoca de plena ascensión del fascismo) señala que el Estado, en las relaciones con el sector privado, debe aplicar el principio de subsidiariedad, principio que se convertirá en un elemento permanente de la doctrina social. La Encíclica reafirma el valor de la propiedad privada, insistiendo en su “función social”.
“El principio del destino universal de los bienes es una invitación a desarrollar una visión económica inspirada por valores morales que permitan a las personas no perder de vista el origen o propósito de estos bienes, de manera que se logre un mundo de justicia y solidaridad, en el que la creación de riqueza pueda tener una función positiva”[5]. Leyendo atentamente los tratados de la Unión Europea, particularmente el de Maastricht, se encontraran analogías nada sorprendentes.
¡Nacionalización de la banca!
¿Alguien cree que es hoy posible acabar con la desocupación masiva esperando al crecimiento vegetativo de la economía? La situación exigiría poner en marcha, como proponía en 1936 el programa fundacional del IV Internacional, “una amplia y atrevida organización de ‘grandes obras públicas’. Pero las grandes obras no pueden tener una importancia durable y progresiva, tanto para la sociedad como para los desocupados, si no forman parte de un plan general, trazado para un período de varios años”[6] ¿Puede esto financiarse con unas migajas arrancadas de las grandes fortunas? ¿Puede esto organizarse si los propietarios de los medios de producción controlan la economía y la sociedad? Ese mismo programa proponía la expropiación de los grandes grupos de capitalistas y añadía que sería “imposible dar ningún paso serio hacia adelante en la lucha contra la arbitrariedad monopolista y la anarquía capitalista si se dejan las palancas de mando de los bancos en manos de los bandidos capitalistas. Para crear un sistema único de inversión y de crédito, según un plan racional que corresponda a los intereses de toda la nación es necesario unificar todos los bancos en una institución nacional única. Sólo la expropiación de los bancos privados y la concentración de todo el sistema de crédito en manos del Estado pondrá en las manos de éste los medios necesarios, reales, es decir materiales, y no solamente ficticios y burocráticos, para la planificación económica”.
Contrariamente, todos los gobiernos europeos, siguiendo las recomendaciones de la UE han “invertido” miles de millones de los presupuestos públicos para “salvar” a la banca privada. En España se dan ya por perdidos 40.000 millones de los planes de rescate.
¿No es la expropiación de la banca y del conjunto del sistema financiero la solución más económica?
[1] Engels, Anti-Duhring. Ed. Progreso, reproducida por el MIA, pags 267-8.0
[2] Informe mundial sobre el paludismo publicado por la Organización Mundial de la Salud en 2011, con los datos del año anterior.
[3] Marx, Prefacio a la Critica de la Economía Política.
[4] Encíclica Rerum Novarum.
[5] Compendio de DSI, pag. 174.
[6] Programa de Transición.