(Publicado en Documentos de la Carta Semanal del 22 de julio de 2016) (Publicado por Informations Ouvrières, n.º 411, el 20 de junio de 2016)
“Es una bendición de Dios, ahora tenemos un motivo para limpiar nuestro ejército” (Recep Tayyip Erdogan, pocas horas después del golpe militar).
El viernes por la noche, a las 22,15 h., algunos destacamentos militares de la Gendarmería, de las unidades acorazadas y de las Fuerzas Aéreas cortan los puentes sobre el Bósforo en Estambul, ocupan la televisión nacional, atacan la sede del Parlamento en Ankara y otros edificios oficiales, así como la residencia de verano de Erdogan en Marmaris. A las 0,26 h., Erdogan llama a la población a enfrentarse a los golpistas. Decenas de miles bloquean entonces a los grupos armados, los soldados parecen desamparados. Entretanto, un comunicado de los golpistas anuncia un objetivo vago: defender la Constitución. Cuatro horas más tarde, de madrugada, Barack Obama condena el golpe y apoya expresamente al gobierno de Erdogan. Le siguen Putin, los gobiernos europeos y las instituciones de Bruselas. A mediodía del sábado, el golpe parece totalmente fracasado, se rinden los últimos rebeldes, rodeados en el cuartel general de Ankara.
En el momento en que escribimos estas líneas, el lunes 18 de julio por la noche, algunos destacamentos de rebeldes se enfrentan aún al ejército, en particular en el segundo aeropuerto de Estambul, y por lo menos 280 personas han resultado muertas.
Una depuración a gran escala
Según la versión electrónica del diario Hürriyet, el lunes a las 13,10 h. 8500 policías turcos han sido suspendidos, han sido detenidas 7500 personas, 6000 de ellas soldados (entre los que se cuentan 103 generales, casi la tercera parte de los 356 que componen el alto mando, incluido el general Akin Oztruk, ex comandante de las fuerzas aéreas, acusado de ser el cerebro del golpe), 755 jueces y fiscales, 650 altos funcionarios; 2745 jueces han sido despedidos. Se sigue desarrollando una depuración más amplia que alcanza a todos los funcionarios de las instituciones del Estado.
El Primer Ministro turco, Binali Yildirim, ha afirmado, sin aportar pruebas, que el golpe era similar al de 1980, que devastó el país, impuso una feroz dictadura militar y modificó profundamente la Constitución. Por su parte, Erdogan no dudó en acusar de la organización del golpe a la hermandad islamista Hizmet, dirigida por Fethullah Gülen. Recordemos que éste, exiliado en los Estados Unidos desde 1999, es conocido por sus relaciones “particulares” con el Departamento de Estado de los Estados Unidos y participó con Erdogan en la constitución del Partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP), llamado “islamista moderado”. Pero hace unos años Gülen rompió con Erdogan, acusándole de corrupción y oponiéndose a los cambios constitucionales que Erdogan pretende.
En efecto, desde su elección a la Presidencia de la República, Erdogan intenta por todos los medios cambiar la Constitución para dotar de plenos poderes a la Presidencia, cargo que hoy es meramente honorífico. Para lograr su objetivo, no ha dudado en romper las negociaciones de paz con el PKK –partido kurdo que propugna la lucha armada– y provocar nuevas elecciones legislativas el pasado 1 de noviembre, tras su relativa derrota en las elecciones del 7 de junio.
Otro problema: Erdogan no cuenta en el Parlamento con la mayoría de dos tercios que necesitaría para cambiar la Constitución (el AKP tiene 316 escaños de 550). Por ello acaba de acusar de connivencia con el terrorismo a los 59 diputados del Partido por la Democracia del Pueblo (HDP), que defiende los derechos de los kurdos, y a diputados del Partido Republicano del Pueblo (CHP), de origen kemalista[1]. Con ello, 130 diputados están amenazados de suspensión y de encarcelamiento, lo que daría al AKP una cómoda mayoría.
Entretanto, el sábado, Erdogan forzó a los cuatro partidos parlamentarios (AKP, CHP, HDP y MHP, el partido de la extrema derecha nacionalista) a firmar un comunicado de “unión nacional” contra el golpe.
El Estado turco y su gobierno, juguete de los cambios de la política imperialista
Sin embargo, la extremada complejidad de la política interior turca no debe ocultar la cuestión central: el Estado turco –muy lejos de proyecto de Mustafá Kemal Ataturk– no tiene mucho que ver con un estado soberano. Ante todo, su ejército, con quinientos mil soldados, es el segundo ejército de la OTAN, bajo mando norteamericano. El ejército de los Estados Unidos, que utiliza en particular y directamente la base aérea de Incirlik, cerca de la frontera siria, ha reanudado el domingo por la tarde sus operaciones hacia Siria e Iraq.
Por otra parte, la economía turca depende de los acuerdos con la Unión Europea y en particular de la presencia de las multinacionales, la mayor parte de ellas con matriz en Alemania. Los acuerdos sobre los refugiados, firmados hace unos meses con Bruselas bajo el patrocinio de Ángela Merkel, obligan al gobierno turco a contener a los millones de refugiados que huyen de la guerra impuesta por las potencias imperialistas en Siria, en Iraq o en Afganistán. Esos acuerdos han llevado el país a una situación insostenible.
Encima, Erdogan cambia a cada rato de posición sobre Siria. En 2011 era amigo y aliado de Bachar al Assad. Bajo la presión de los Estados Unidos, el ejército turco ha servido para organizar y entrenar a los grupos rebeldes, incluido Daesh. Juguete de las piruetas y vuelcos del gobierno norteamericano, a raíz del acuerdo promovido por los estadounidenses –que incluye la intervención del ejército ruso, por tanto el mantenimiento del régimen de Bachar en determinadas condiciones–, Erdogan ha cambiado de posición una vez más. En efecto, el miércoles pasado su Primer Ministro ha declarado: “Estoy seguro de que nuestras relaciones con Siria se normalizarán. Lo necesitamos”.
Evidentemente, la nación turca está al borde de un enfrentamiento mayúsculo. La intensificación de la guerra contra los kurdos y el aplastamiento del movimiento de la juventud en 2013, tras la manifestación de la plaza Tacsim, que empezó a agrietar el control del régimen sobre la clase obrera, no hallarán ninguna salida ni en la depuración drástica ni en el curso hacia un régimen pseudopresidencial. Y el apoyo sin fisuras de Obama y de los gobiernos europeos está condicionado a la capacidad de Erdogan de mantenerse en el poder. De ahí la alarma provocada por la magnitud de la depuración.
Para acabar, recordemos lo que escribíamos el pasado otoño con el título “La victoria de Erdogan amenaza la existencia de Turquía”:
“Recordatorio: el 7 de junio (de 2015), en las anteriores elecciones legislativas, el partido de Erdogan (AKP), que se define como islamista moderado, sufrió una derrota electoral, perdiendo la mayoría absoluta.
La inmensa mayoría de la población kurda, una parte de la juventud y de los trabajadores votaron por el HDP, Partido Democrático de los Pueblos, que defiende los derechos de los kurdos. Erdogan, ante la imposibilidad de formar un gobierno mayoritario, emprendió entonces una auténtica política de guerra.
Empujó al PKK a romper la tregua firmada hace dos años y reanudar en julio su acción militar.
En la misma línea, la campaña electoral de estas últimas elecciones [del 1 de noviembre de 2015 – N. del T.] la ha desarrollado el AKP con una violencia inusitada: incendio de decenas de sedes del HDP, prohibición de mítines, lo que alcanzó el paroxismo con el atentado de Ankara, en vísperas de las elecciones.
Erdogan utilizó esa violencia para presentarse como “garante de la paz”, con un mensaje de campaña que venía a decir: ‘Yo o el caos’.
En contradicción con las aspiraciones a la paz
Erdogan está utilizando ya su victoria electoral –y el 49,4% de votos que le dan una mayoría absoluta en el Parlamento– para continuar su política de guerra, aunque no tiene los dos tercios que necesitaría para modificar la Constitución y dar plenos poderes a la Presidencia de la República.
Esto está en total contradicción con la aspiración de todos los pueblos de Turquía a la paz. Así, estos últimos días, mientras continuaba sus ataques contra el PKK, ha reforzado su compromiso militar con la coalición dirigida por los Estados Unidos contra Daesh, echando así un poco más de aceite al fuego en toda la región, ya sumida en el caos.”
[1] Kemal Ataturk, padre fundador de la Turquía moderna en 1923. Combatió y venció a las potencias occidentales que tras la caída del imperio otomano querían despedazar Turquía. El Estado turco moderno, cuya columna vertebral es el ejército, se basa en la potencia de las instituciones y de las empresas públicas, la laicidad, pero también en tener a raya a la clase obrera y aplastar a las minorías, en particular los kurdos.