Combate Socialista 27. Diez meses de Revolución y Contrarevolución.

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Presentación

Autor: Josep Antoni Pozo González

Diez meses separan las jornadas de julio de 1936, de las barricadas levantadas en Barcelona durante los primeros días del mes de Mayo de 1937. Diez meses en los que la revolución social que estalló en respuesta al golpe de Estado de los militares, fue subsistiendo en medio de una guerra civil, sin que los dirigentes de las organizaciones que se reclamaban del movimiento obrero quisieran, unos, o fueran capaces, otros, de conducirla hacia la toma del poder, única forma de garantizar el triunfo pleno de aquella. Durante todo ese período, los obreros y campesinos resistieron con las armas en la mano a los generales facciosos, se apoderaron de fábricas y tierras, establecieron el control obrero en la industria y los servicios, y levantaron organismos de poder revolucionario que substituyeron localmente a las autoridades legales. Y lo hicieron casi intuitivamente. Con el convencimiento de que era la mejor manera de combatir al fascismo. Porque, efectivamente, la mejor estrategia para vencerlo militarmente no era otra que la de desplegar consecuentemente el programa revolucionario de emancipación social. No había arma más poderosa que ésta. Pero durante todo este período, los dirigentes de las principales organizaciones del movimiento obrero hicieron todo lo posible por “encauzar” la revolución, por impedir que traspasara los límites del Estado burgués, y cedieron ante las propias exigencias de los gobiernos imperialistas europeos que con su política de No-Intervención, contribuyeron a aislar a los trabajadores españoles. Unos, como por ejemplo Indalecio Prieto y el ala derechista del PSOE, porque consideraban que España no estaba madura para una revolución de tipo socialista. En esto coincidían con los dirigentes del PCE-PSUC, y con el mismo Stalin, quién en carta al entonces presidente del gobierno de la República, Largo Caballero, le “aconsejaba” sobre la conveniencia de respetar la propiedad privada y la necesidad de no aplicar medidas revolucionarias. Y otros, como los dirigentes de la CNT y la FAI, y también del POUM, por su incapacidad para organizar la revolución de la que se reclamaban, y a la que no ayudaron en absoluto participando en los gobiernos que se propusieron como objetivo político prioritario acabar con ella. El sector caballerista tuvo igualmente mucha responsabilidad en ese sentido. Después de que durante el mes de agosto hubiera explorado –y desechado- la posibilidad de constituir un “gobierno obrero” formado por la UGT y la CNT, se avino finalmente a substituir al gobierno Giral porotro de concentración de fuerzas de tipo frentepopulista. Así, en septiembre de 1936 se constituyó en Madrid un gobierno presidido por el secretario general de la UGT, Largo Caballero, con la participación de seis ministros socialistas –en representación del PSOE y de la UGT-, tres procedentes de los partidos republicanos burgueses –IR y UR-, dos ministros del PCE, y dos ministros que representaban ERC y PNV respectivamente. Como explicó Largo Caballero a Koltsov pocos días después, lo que acababan de constituir era un “un organismo único, con un objetivo único: derrotar al fascismo”. Era lo que querían oír tanto Stalin como los gobiernos “democráticos” de Francia e Inglaterra.

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