Carta Semanal 1058 para descargar en PDF
El 21 de agosto de 1940, León Trotsky era asesinado en Coyoacán por un agente de Stalin. Su muerte formaba parte de la persecución de la burocracia que usurpó el poder en la URSS contra los que permanecieron fieles a los principios del bolchevismo.
En esta Carta Semanal, que hemos preparado tomando partes de la Lettre de la Vérité, que edita la sección francesa de la IV Internacional, rendimos homenaje a Trotsky llamando la atención sobre uno de sus últimos escritos: el Manifiesto de Alarma de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial, publicado el 23 de mayo de 1940. Manifiesto que lo lectores pueden encontrar completo en
La permanencia del combate contra la guerra
Nuestro pasado, nuestra tradición, está inscrito en la lucha de los militantes que, en 1943, en condiciones difíciles y peligrosas, a veces a costa de sus vidas, emprendieron la tarea de organizar el contacto con los obreros alemanes alistados en el ejército alemán, soldados que, bajo el uniforme, seguían siendo obreros.
Mientras todos los que se habían reivindicado de las Internacionales anteriores, la II y la III, se sumergían en la unión sagrada, en la guerra, los militantes de la IV Internacional levantaban la bandera del internacionalismo, la bandera de la independencia de la clase.
Esa bandera era la de la paz, la de la lucha por la solidaridad entre los pueblos, la de la lucha efectiva contra la guerra. En aquella época reinaba la barbarie, la guerra en el mundo, en todos los continentes. Existía el nazismo. Existía la campaña de odio de los estalinistas, una campaña de unión nacional contra el obrero alemán.
Nosotros rechazamos esa campaña de odio que desembocaría en la famosa frase de los dirigentes estalinistas «A cada uno su boche» en 1944, que llamaba a la lucha contra el obrero alemán en lugar de la lucha contra el nazismo. ¿Es necesario recordar la portada de L’Humanité del 24 de agosto de 1944, “A cada parisino su boche”, de triste recuerdo?
Nos hemos mantenido fieles a la posición obrera que afirma: “El enemigo no es el obrero del país vecino, el enemigo es nuestra propia burguesía”. Buscamos organizar la solidaridad con nuestros hermanos de clase en todo el mundo.
Esta tradición de la IV Internacional no es solo nuestra tradición, es la tradición de todo el movimiento obrero. Es la de la I Internacional, la que se constituyó en 1864, en una reunión en Londres, en solidaridad con los irlandeses oprimidos, reprimidos y asesinados por la burguesía británica. Es la de la II Internacional, antes de que se hundiera en 1914, la de Jean Jaurès denunciando sin descanso “el capitalismo que lleva consigo la guerra como la nube lleva la tormenta”.
Es la de los mandatos de los congresos de la II Internacional en 1907 en Stuttgart (cf. La Vérité, n.º 583, sept. 1978, p. 72): “Si amenaza con estallar una guerra, es deber de la clase obrera de los países afectados, es deber de sus representantes en el Parlamento, con la ayuda del buró socialista internacional, elemento de acción y coordinación, hacer todo lo posible para impedir la guerra por todos los medios que les parezcan más adecuados».
Esta resolución del congreso insistía: «En caso de que, a pesar de todo, estallara la guerra, los socialistas tienen el deber de intervenir para ponerle fin rápidamente y de utilizar con toda su fuerza la crisis económica y política para agitar a las capas populares más profundas y precipitar la caída de la dominación capitalista”.
Este mandato fue traicionado. Nosotros, la IV Internacional, decimos: los mandatos están hechos para que se respeten.
La tradición de Arbeiter und Soldat, la tradición de la IV Internacional, es la de aquellos que, como Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, supieron decir “no” al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Karl Liebknecht, solo contra todos en el Bundestag, dijo: “Voto en contra de los créditos de guerra, no acepto la guerra contra el obrero francés, esta guerra no es la mía”.
Esta tradición es la de aquellos, un puñado, que durante la Primera Guerra Mundial, en Zimmerwald (septiembre de 1915) y en Kienthal (abril de 1916), en conferencias contra la guerra, dijeron: Nos negamos a hundirnos, nos negamos a acompañar la guerra, reconstruiremos la Internacional.
Rendimos homenaje a aquellos que, en los momentos más oscuros, supieron mantener en alto la bandera de la lucha por la paz. Rendimos homenaje a los militantes obreros asesinados por haber organizado este trabajo de confraternización. Rendimos homenaje a los once trotskistas alemanes fusilados por la Gestapo por haber constituido esta célula común. Rendimos homenaje a Marc Bourhis y Pierre Gueguen, fusilados junto con los rehenes en Chateaubriand en 1941. Rendimos homenaje a Marcel Hic, dirigente de la sección francesa de la IV Internacional, detenido en París y que no regresó. Rendimos homenaje a Martin Monat, conocido como Widelin, militante alemán, miembro del secretariado europeo de la IV Internacional, responsable del trabajo de fraternización en toda Europa. Detenido unos meses antes de la Liberación, fue torturado y fusilado por la Gestapo unas semanas antes de que el Partido Comunista Francés lanzara su campaña “¡A cada uno su boche!”. Rendimos homenaje a todos aquellos que supieron resistir, a todos aquellos que no eran miembros de nuestra corriente, pero que, en 1940, supieron decir “no”. Rendimos homenaje a los militantes sindicalistas que rechazaron la Carta del Trabajo de Pétain, que se negaron a que los sindicatos estuvieran a las órdenes de un régimen. Esos militantes dijeron: “¡La legalidad en 1940 es saber decir “no”!”. Esto demuestra que en el movimiento obrero ha habido, hay y siempre habrá voces para resistir.
Extractos del Manifiesto
La IV Internacional
La vanguardia proletaria es enemiga irreconciliable de la guerra imperialista. Pero no la teme. Acepta la batalla en el terreno elegido por la clase enemiga. Entra en ella a bandera desplegada.
La IV Internacional es la única organización que ha predicho correctamente el curso general de los acontecimientos mundiales, que ha señalado de antemano el carácter inevitable de una nueva catástrofe imperialista, que ha denunciado los fraudes pacifistas de los demócratas burgueses y los aventureros pequeñoburgueses de la escuela estalinista, que ha luchado contra la colaboración de clase bautizada como «Frentes populares», que denunció públicamente el papel traidor de la Comintern y los anarquistas en España, que criticó sin piedad las ilusiones centristas del POUM y que siguió formando incansablemente a sus cuadros en el espíritu de la lucha de clases revolucionaria. Nuestra política en la guerra no es otra que la continuación concentrada de nuestra política en la paz.
La IV Internacional construye su programa sobre los fundamentos teóricos graníticos del marxismo. Rechaza el despreciable eclecticismo que domina ahora las filas de la burocracia obrera oficial de los diferentes bandos y que muy a menudo sirve de máscara a su capitulación ante la democracia burguesa. Nuestro programa está formulado en una serie de documentos accesibles a todo el mundo. Su esencia se puede resumir en dos palabras: dictadura del proletariado.
La revolución proletaria
Las condiciones fundamentales para la victoria de la revolución proletaria han sido establecidas por la experiencia histórica y en el plano teórico: 1. El callejón sin salida burgués y la confusión resultante de la clase dominante, 2. El vivo descontento y la aspiración a cambios decisivos en las filas de la pequeña burguesía, sin cuyo apoyo la gran burguesía no puede mantenerse, 3. La consciencia del carácter intolerable de la situación y el hecho de que, en las filas del proletariado, se esté dispuesto a emprender acciones revolucionarias, 4. Un programa claro y una dirección firme de la vanguardia proletaria. Estas son las cuatro condiciones para la victoria de la revolución proletaria. La razón principal de las derrotas de muchas revoluciones radica en el hecho de que estas cuatro condiciones rara vez alcanzan el grado necesario de madurez al mismo tiempo. En la historia, la guerra es a menudo la madre de la revolución precisamente porque sacude hasta sus cimientos a regímenes totalmente obsoletos, debilita a la clase dominante y acelera el auge de la agitación revolucionaria en las clases oprimidas.
Ya la desorientación de la burguesía, las inquietudes y el descontento de las clases populares son intensos, no solo en los países beligerantes, sino también en los países neutrales. Estos fenómenos se intensificarán con cada mes de guerra. Es cierto que, en los últimos veinte años, el proletariado ha sufrido una derrota tras otra, cada una más grave que la anterior, ha perdido sus ilusiones en sus viejos partidos y ha abordado la guerra, sin duda, con un estado de ánimo depresivo. Sin embargo, no se debe sobreestimar la estabilidad o la capacidad de perdurar de tales sentimientos. Los acontecimientos los han hecho aparecer; los acontecimientos los harán desaparecer.
La guerra, como la revolución, está hecha ante todo por la generación más joven. Millones de jóvenes, incapaces de acceder a la industria, comenzaron su vida como desempleados y, por lo tanto, se mantuvieron al margen de la vida política. Hoy están encontrando su lugar, o lo encontrarán mañana: el Estado los organiza en regimientos y, por esa misma razón, abre la posibilidad de su unificación revolucionaria. Sin duda, la guerra también sacudirá la apatía de las generaciones mayores.
No es nuestra guerra
No olvidamos ni por un instante que esta guerra no es nuestra guerra. A diferencia de la II y la III Internacionales, la IV Internacional construye su política no sobre las fortunas militares de los Estados capitalistas, sino sobre la transformación de la guerra imperialista en una guerra de los trabajadores contra los capitalistas, para el derrocamiento de las clases dirigentes de todos los países, la revolución socialista mundial. Los cambios en las líneas del frente, la destrucción de los capitales nacionales no representan desde este punto de vista más que episodios en el camino hacia la construcción de la sociedad moderna.
Independientemente del curso de la guerra, cumpliremos nuestra tarea fundamental: explicamos a los trabajadores que sus intereses y los del capitalismo sediento de sangre son irreconciliables. Movilizamos a los trabajadores contra el imperialismo. Propagamos la unidad de los trabajadores en todos los países beligerantes y neutrales. Llamamos a la confraternización de los obreros y los soldados en cada país, y de los soldados con los soldados del otro lado de la línea del frente. Movilizamos a las mujeres y a los jóvenes contra la guerra. Llevamos a cabo un trabajo constante, persistente e incansable de preparación para la revolución, en las fábricas, los talleres, los pueblos, los cuarteles, en el frente y en la flota.
Este es nuestro programa. Proletarios del mundo, ¡no hay otra salida que unirse bajo la bandera de la IV Internacional!