Carta Semanal 1072 para descargar en PDF

Los gastos de armamento han tomado una dimensión histórica: Ya superan los dos billones de dólares a escala mundial (1 billón los EEUU). No es un fenómeno coyuntural, ni tiene que ver con la defensa de la democracia o los supuestos valores occidentales, o para «defenderse». Es un fenómeno inherente al modo de producción capitalista a la descomposición del mercado mundial. El rearme no sólo es una necesidad política para el capital, es una necesidad económica para utilizar la carrera de armamentos como un estímulo al crecimiento, para intentar buscar nuevos mercados y combatir la baja de la tendencia de la tasa de beneficio… pero la producción masiva de armas fuerza en sí de destrucción de las fuerzas productivas, e implica la reestructuración de la sociedad en economía de guerra. Es una necesidad económica. Publicamos extractos de un documento publicado en los años 70 en La Vérité, que muestran la actualidad de esta política.
Recordar la definición del imperialismo que formuló Lenin.
“…El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de toda la Tierra entre los países capitalistas más importantes.”
La concentración del capital se expresa, finalmente, en los monopolios, expresión más acabada de la “la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este ‘capital financiero’, de la oligarquía financiera”.
Cuanto más acabado esté “el reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes”, más difíciles serán de realizar las condiciones de equilibrio, más tenderá la supercapitalización a hacer bajar la tasa de beneficio, y más necesario será utilizar medios artificiales a fin de sostener la tasa de beneficio y ofrecer mercados por esos medios, en particular en las ramas con capital constante elevado.
Rosa Luxemburg insiste especialmente en el militarismo. Llama la atención sobre el hecho que, además de la necesidad, en función del reparto del mundo, de las guerras entre países imperialistas, “el militarismo es también, en lo puramente económico, para el capital, un medio de primer orden para la realización de la plusvalía, esto es, un campos de acumulación.”
El capitalismo en la fase imperialista ve restringirse sus posibilidades de extensión general a escala mundial, tanto en el interior como en el exterior de los países capitalistas dominantes, una vez que el reparto del mundo está acabado. La monopolización, la formación del capital financiero, forma extrema de la concentración del capital, fosilizan, al capitalismo que, al precio de crisis de sobreproducción que destruyen masas de fuerzas productivas, permitían el reinicio del ciclo; el militarismo deviene un factor indispensable y principal del funcionamiento de conjunto de la economía capitalista.
Desde antes de la primera guerra mundial, el militarismo, hoy en día diremos la economía de armamentos, absorbía una parte considerable de las “fuerzas productivas”. Al precio de una constante destrucción de “fuerzas productivas” sostenía la actividad del conjunto del modo de producción capitalista, y operaba una transferencia de plusvalía desde los diferentes sectores de la producción hacia las industrias de guerra. La crisis económica clásica resulta más o menos contenida… por la destrucción masiva de “fuerzas productivas” bajo una u otra forma, la que resulta de la economía de armamentos. La gran aportación de Rosa Luxemburg a la teoría del imperialismo es haber remarcado que la economía de armamentos servía de relé al funcionamiento del modo de producción capitalista en su conjunto, desde antes de la primera guerra mundial imperialista.
El imperialismo, además de la exportación de mercancías y capitales, del reparto del mundo, engendra la economía de armamentos que no es solamente una necesidad política sino una exigencia económica. “Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas.” La economía de armamentos destruye sin cesar masas enormes de fuerzas productivas. Pero con la economía de armamentos se acrece igualmente la desproporción entre las diferentes ramas de la producción. El proceso de la acumulación del capital puede muy bien proseguir al menos durante un tiempo.. El consumo de las mercancías por el ejército, su cristalización bajo forma de materiales de guerra, abre un mercado nuevo.
La demanda de armamentos, el consumo del ejército, van de ahora en adelante a comportar el crecimiento del capital constante, del capital fijo en particular, el cual comportará el aumento de la demanda de los medios de consumo; esto puede ser el nuevo “boom”. Todo ciclo de la producción está condicionado por el parasitismo que manifiesta la economía de armamentos, y el crecimiento de las fuerzas destructivas que ella constituye. Todo le está subordinado, las máquinas, el trabajo de millones de productores, las investigaciones científicas y técnicas, su aplicación. Pues la economía de armamentos deviene la condición, dirige el proceso de producción en su conjunto.
Pero la economía de armamento tiene su lógica exigente. Para que el proceso de producción no se pare le es necesario adquirir dimensiones incesantemente crecientes, encontrar un mercado cada vez más amplio; la economía de guerra, la guerra imperialista, son sus resultados naturales. Están desencadenadas las fuerzas destructivas. En la tensión de todas sus fuerzas, de todos sus recursos, los estados imperialistas llaman a la “ciencia y la técnica” más refinadas, más modernas; de la metalurgia a la electrónica, de la cibernética a la física, de la química a los explosivos, al gas, a la bacteriología, a la energía atómica, etc., etc
La economía de armamentos manifiesta la crisis crónica del modo de producción capitalista; la economía de guerra y la guerra imperialista son la crisis llevada a su más alta expresión posible, devastadora. Sin embargo, evidentemente, a pesar sus diez millones de muertos, sus millones de heridos, sus terribles devastaciones, la prodigiosa usura de medios de producción comprometidos en la industria de armamentos, la decadencia de los otros sectores de la producción, la primera guerra imperialista de 1914-1918 no fue suficiente para “sanear” la economía capitalista mundial. Solamente se produjo el “boom” de los años 24-29, que concluyeron con la más gran crisis económica conocida hasta entonces, crisis que no fue “superada” más que alrededor de los años 38-39, una vez más, pero a una más vasta escala, por la economía de armamentos, la economía de guerra, la segunda guerra imperialista mundial.
Durante esos últimos sesenta años, más de 35 años de destrucción intensiva de “fuerzas productivas” durante los cuales el ciclo económico ha estado condicionado por la preparación para la guerra, por la misma guerra y las consecuencias de la guerra, la preparación de una nueva guerra, y esta segunda guerra imperialista mundial; años en los que la acumulación del capital, la utilización de la fuerza de trabajo, el desarrollo de las ciencias y de las técnicas, recibieron su impulso de la economía de armamentos, de la economía de guerra, de la misma guerra.
La intervención del estado y sus funciones económicas no han cesado de desarrollarse desde que el modo de producción capitalista llegó a la fase imperialista, de los monopolios y del capital financiero. La Primera Guerra Mundial imperialista vio a los estados burgueses beligerantes instituir “el socialismo de guerra” del que habla Lenin en La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla. El fenómeno se desarrolló más profundamente en Alemania.
La crisis no fue realmente absorbida más que cuando sus últimos efectos desaparecieron en los EEUU… un año después del estallido de la II Guerra Mundial, cuando Europa y Japón estaban ya en el ciclo de la economía de guerra, más que cuando los EEUU impelieron al máximo la economía de armamentos, que desembocó rápidamente en la economía de guerra y más que cuando se convirtieron en el arsenal de toda la coalición imperialista “democrática”. El mecanismo de la intervención del estado burgués en la economía, el papel económico del estado burgués, adquirieron su más gran amplitud, su forma más pura, en Alemania en el curso de la preparación de la segunda guerra imperialista mundial y durante ésta. Apuntemos las conclusiones de Charle Betthelheim al respecto:
“En realidad la política nacional-socialista permitió proporcionar una solución momentánea (y esta solución no podía ser más que momentánea) al problema de las salidas necesarias a las mercancías y a los capitales. Es evidente que una política de este tipo no podía continuar durante un largo período, puesto que debería culminar en incrementar la suma de la deuda pública Para encontrar semejante salida hacía falta a toda costa que el nazismo encontrase medios de ofrecer salidas reales a las mercancías y a los capitales del Reich; al ser incapaz de ofrecerlas dentro del país, ineluctablemente debería buscarlas en el exterior recurriendo a la solución bélica. En otros términos, resulta que los métodos mismos de financiación de la política económica nazi deberían conducir o al hundimiento financiero o a la guerra, y sin duda a ambas cosas a la vez”
Al mismo tiempo, bajo la dirección de los nazis, el estado burgués alemán tomaba a su cargo determinados sectores de la producción, no rentables, pero indispensables para el funcionamiento de la economía de armamentos y de guerra, tales como los “Hermann Georing Werke” fundados a fin de explotar los minerales de hierro de bajo contenido de Alemania.
Si se da, pues, 1930 como punto de partida de un nuevo estilo de intervención del estado burgués en la economía, es necesario entonces no contentarse con citar algunos hechos parciales como estos:
La utilización y el crecimiento del potencial productivo con fines de economía de armamentos y economía de guerra, se corresponde con una masiva destrucción de fuerzas productivas, sin apelación posible entre 1930 y 1945, a una escala desconocida hasta entonces. La intervención del estado burgués en la economía, intervención no nueva pero de dimensiones sin cesar crecientes durante los años 1930-1945, confirma totalmente la definición de Lenin del papel del estado: “El estado es un organismo de dominación de clases, un organismo de opresión de una clase sobre otra”. Esta función la ejerce el estado burgués de todas las formas y en todos los planos en sus funciones económicas y sigue siendo “un organismo de opresión de una clase sobre otra”. Lejos de desarrollar un sector en el que “los medios de producción, en la medida en que están públicamente financiados, ya no pueden reclamar para sí el beneficio que reclaman los fondos privados”, el estado, el estado burgués, integra su intervención en los procesos y exigencias de la economía capitalista entera. Lejos de proceder “a una redistribución de los ingresos” se aprovecha de todos los sectores de la economía en vistas a la extracción y realización de la plusvalía. Lejos de utilizar “técnicas anticíclicas”, utiliza métodos que reproducen las crisis de la economía capitalista en una forma infinitamente más explosiva: la economía de armamentos, la economía de guerra, la guerra imperialista. La intervención del estado, del estado burgués, en la economía confirma plenamente la definición de Lenin del imperialismo, la fase “del parasitismo, de la putrefacción del capitalismo”.
