El “acuerdo” comercial Estados Unidos-Unión Europa: acentuación brutal de la guerra comercial

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Donald Trump recibe en su complejo hotelero de Escocia, en Turnberry, a la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen. Tras una supuesta dura negociación llegan a un acuerdo comercial por tres años que afectaría a todo el comercio de los países de la UE y Estados Unidos (acuerdo aún pendiente de la redacción y final). Este intercambio representa anualmente 2 billones de euros. Estados Unidos es un mercado de 330 millones de habitantes, la UE de 440 millones. Esto ocurre el domingo 27 de julio y el lunes Trump “recibe” en el mismo lugar al primer ministro británico, Starmer, huésped en su propio país, que acude solicito al complejo de Trump.

La forma es importante: Trump, al margen de sus groserías como personaje, quiere demostrar ante todo el mundo quién manda aquí. Pero no nos engañemos, esto es también una apariencia que no puede camuflar su fragilidad cuando se sufre una brutal crisis, al menos latente, que sacude la economía capitalista mundial y en particular la estadounidense, en el marco de un mercado mundial completamente dislocado. Que las apariencias no engañen.

El contenido de lo firmado

Un acuerdo por tres años en que los productos europeos tendrán, con carácter general un arancel del 15% en el mercado de EE. UU., frente a la ausencia de aranceles para la producción estadounidense en el mercado europeo. Pero en realidad el proteccionismo de Estados Unidos es mayor, pues hay excepciones al arancel del 15% como el del 50% para el acero y el aluminio. Cuando, recordemos, hasta ahora el gravamen medio era de 1,4%. En otros casos hay indefinición, como el de los productos farmacéuticos, rubro en el que EE.UU. importa la mayoría de lo que consume.

Además, y éste es un punto muy importante también, la UE se compromete a que las empresas europeas inviertan 600.000 millones de dólares más en Estados Unidos. Y se compromete también a importar por un valor de 750.000 millones en energía de allí, particularmente en gas de esquisto. Según la comisaria europea, eliminar toda importación de gas ruso por gas estadounidense: es decir, sustituir la fuente energética más barata y limpia por la más cara y contaminante. Un negocio redondo… para una fracción del capital de EE. UU.

Comoquiera que el dólar se ha devaluado más del 10% este año, la posición comercial estadounidense se ve también favorecida por esta vía, al abaratarse sus exportaciones y encarecerse sus importaciones. Además, importa consignar que en las últimas semanas se han firmado compromisos similares con Japón, Vietnam y otros países asiáticos, así como con Reino Unido (en este caso con un arancel del 15%).

Volviendo al de la UE, se declara solemnemente por Trump que es el acuerdo más importante jamás firmado. Según la UE aportará “estabilidad y previsibilidad” (ya que “te amenazo con romperte las dos piernas y después ‘acordamos’ que sólo una”, luego bien estable y previsible todo). Sin embargo, a la hora de la verdad los gobiernos de los países de la UE critican seriamente lo firmado.

¿Resulta contradictorio esto? No, puede aparentarlo pero simplemente refleja la contradicción de fondo de la economía capitalista mundial en la actualidad y la huida hacia delante que inevitablemente lleva en curso el capital desde hace mucho. Una consideración inmediata sobre lo firmado es que nadie puede creer seriamente que se va a aplicar efectivamente. En parte, desde luego, por su ambigüedad y ampulosidad (¡600.000 millones de dólares más!), pero sobre todo porque su impacto sería tal que implicaría el riesgo cierto de quebrar todos los pseudoequilibrios económicos y sociales en general tanto en Estados Unidos como en Europa. Un ejemplo bien elocuente es el del sector farmacéutico: la imposición de arancel implicaría un aumento de su precio en EE. UU., aumentando asimismo con ello el efecto en las cuentas domésticas de las familias de clase trabajadora allí, que ya soportan que una parte considerable de sus ingresos vayan a la cobertura sanitaria. Además, con los aranceles sobre los demás productos se generaría una bola de nieve inflacionaria que agravaría dicho efecto sobre la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población.

La guerra comercial

La “volatilidad” de lo firmado es, de hecho y como todo, producto de la relación de fuerzas entre las clases, incluida la que enfrenta a los “hermanos enemigos”, condición que, en palabras de Marx, define a los capitales que pugnan fratricidamente. La guerra comercial es una forma de esa pugna en el marco de la declaración frontal de guerra a la clase trabajadora por parte de Trump… desarrollando la que ya habían planteado los presidentes estadounidenses anteriores y los gobernantes europeos, sometidos a esa misma exigencia del capital.

¿Quiere realmente Trump superar, por la fuerza, el hundimiento de la producción industrial estadounidense? Aparentemente sí, pero lo que mueve su política no es eso, sino tratar de asegurar un buen lugar en el mercado mundial al capital estadounidense para su valorización (para ser más precisos, a una fracción de él). Todo lo demás se subordina exclusivamente a ello. Este acuerdo es la cara exterior, cuya cara interior es la ley fiscal aprobada hace unas semanas que implica una reducción radical de los impuestos a los ricos y un recorte brutal del presupuesto para las necesidades de las masas, mientras se aumenta el 20% el militar. Porque este plan fiscal necesita hacer pagar a todo el mundo (específicamente a la clase trabajadora de todo el mundo) el déficit de EE.UU. que podría aumentar en los próximos años hasta los 3,3 billones de dólares. Unido todo ello a la compra masiva de deuda estadounidense por parte de Europa, negocio tan ruinoso actualmente que refrenda nítidamente también la sumisión europea.

¿Conseguirá Trump, la fracción a la que representa, cuadrar todo eso? El motor de la historia es la lucha de clases y en esto, obviamente, no va a ser distinto. Que lo consiga o no dependerá de su capacidad de barrer la resistencia de los trabajadores, para imponer, con todos los demás gobiernos sumisos, esta política de rearme y consecuentes brutales recortes del gasto social, como el caso francés ilustra con desgarradora nitidez. Y todo ello cuando se agudizan otras contradicciones interrelacionadas, como la de que Rusia siga exportando masivamente petróleo y gas, pese a haber sufrido ya 17 planes de sanciones, lo que le provee de recursos para la guerra, aunque la inflación se dispare hasta el 60%.

La guerra comercial entre las diferentes fracciones del capital no es nueva. Como decíamos en La Verdad 116, “los capitalistas como clase comparten intereses frente a los trabajadores. Pero los capitalistas individualmente considerados se enfrentan en el mercado. Por eso Marx le llama “hermanos enemigos. Un encarnizamiento que se debe a la estrechez relativa del mercado mundial para atender las necesidades del conjunto del capital”. En efecto, la forma que toma este fenómeno hoy es una encarnizada lucha, particularmente entre los principales capitales financieros del mundo, respaldados de una forma u otra por su Estado respectivo, aunque de un modo tan desigual como revela la subordinación del Estado alemán, por ejemplo, al capital… de EE. UU. (entendemos por capital financiero, de acuerdo con Lenin, las grandes masas de capital que, resultado de la fusión entre el capital industrial y el capital bancario, etc., se dedican a cualquier posible actividad que provea ganancia; masas de capital controladas por “las finanzas”; un caso muy destacado actual es BlackRock, fondo de inversión estadounidense que moviliza más de 10 billones de dólares).

Esos enemigos y a la vez hermanos, los capitalistas de todo el mundo, comparten la política de guerra que implica aplastar en todo el mundo el coste de la fuerza del trabajo, destruyendo las fuerzas productivas, como única forma de intentar sobrepasar su crisis, lo que sólo podrán lograr, si acaso, de forma momentánea.

¿Es una sorpresa la capitulación de la UE?

La sumisión de la UE a los dictados del capital financiero, particularmente estadounidense, no tiene nada de novedoso y, por tanto, no es una sorpresa. Ahora bien, decir que la UE capitula significa que ha girado hacia dicha sumisión, viniendo por tanto de una posición distinta que, en alguna medida al menos, defendiera los intereses de los pueblos de Europa. Nunca ha sido así: desde su creación ha sido un instrumento al servicio del capital financiero contra la economía, los pueblos y los derechos de los trabajadores. Hoy, si acaso, parece aún más claro, ya que de hecho constituye el “caballo de Troya” del imperialismo de Estados Unidos que, en todo caso, se topa con la resistencia de los pueblos: la lucha de clases.

Prueba de que no es sorprendente la sumisión de la UE es que el 26 de junio de este mismo año el Consejo de Europa, que agrupa a los jefes de Estado o primeros ministros de los 27, se reunió en Bruselas el día después de la cumbre de la OTAN para aprobar el dictado de Trump de que todos los países europeos dediquen al rearme 5% del PIB. La UE es sólo la correa de transmisión de la OTAN y en este caso de la administración Trump, como no podía ser de otro modo.

¿Es esto nuevo? ¿Acaso las burguesías europeas han sido capaces en la historia de tener políticas autónomas? En todo caso no desde la Segunda guerra mundial, pero su subordinación al imperialismo estadounidense viene de lejos.

Ya en julio de 1924 decía Trotski: “El plan de Estados Unidos: poner a régimen a Europa. ¿Qué quiere el capital norteamericano? ¿A qué tiende? Se dice que busca la estabilidad. Quiere restablecer el mercado europeo en beneficio propio, quiere devolverle a Europa su capacidad de compra. ¿De qué forma? ¿Dentro de qué límites? En efecto, el capital norteamericano no puede querer convertir a Europa en un competidor (…) permitir que Europa se recupere pero dentro de límites muy determinados, concederle sectores determinados, restringidos, del mercado mundial. El capital norteamericano dirige ahora a los diplomáticos. Se prepara para dirigir también a los bancos y trust europeos, a toda la burguesía europea. A eso es a lo que tiende. A los financieros y a los industriales les asignará sectores determinados del mercado. Reglamentará su actividad. En una palabra, quiere poner a régimen a la Europa capitalista”. Mucho ha llovido desde entonces, movido por los procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios, pero las burguesías europeas se alinean contra los intereses de los trabajadores y los pueblos.

La lucha contra la guerra es la lucha contra el capital

Los planes del imperialismo, que se aprestan a intentar imponer los gobiernos e instituciones europeas, chocan con la resistencia de los trabajadores y los pueblos. La salida se resolverá en la lucha de clases. La IV internacional combate por la más amplia unidad en torno a la lucha contra la política de guerra y la política de ataque a las condiciones de vida de la clase trabajadora por parte de todos los gobiernos, de donde se deriva la importancia de la campaña europea que conduce al mitin internacional del próximo 5 de octubre, a cuya preparación os invitamos. Contra toda colaboración con el imperialismo, como la que hace justo hoy 111 años (el apoyo de los diputados del partido obrero alemán a los créditos de guerra, el 4 de agosto de 1914) facilitó el inicio de la Primera Guerra Mundial, expresión, como ahora el genocidio palestino o la guerra de Ucrania, etc. de la barbarie a la que conduce inevitablemente la supervivencia del capitalismo.

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