Carta Semanal 1032 en catalán
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La pregunta es de plena actualidad, tras las elecciones alemanas. Para abordar esta cuestión, hemos de partir de una primera consideración: vivimos situaciones políticas inéditas. Toda comparación, sin más, con los años 30 del siglo pasado en los que surgieron y se desarrollaron fuerzas directamente fascistas financiadas por el gran capital, debe tomarse con absoluta precaución. La historia no se repite y, sobre todo, al margen de algunas analogías -que no deben tomarse como identidades- no toma las mismas formas. Sin embargo, hay una cuestión que sí es la misma: el profundo grado de descomposición del sistema de dominación capitalista, su incapacidad para resolver los problemas de la humanidad. la contradicción existente entre el progreso científico y técnico, la enorme cantidad de medios materiales, y su apropiación privada, que se acompaña de la creciente miseria de las masas.
Hay un dato que ha aparecido estos días, y que explica en parte la situación en Estados Unidos: en las últimas tres décadas la mayoría trabajadora ha perdido el 40% del poder de compra, pero la capitalización bursátil ha aumentado en un 420%…se han perdido 18 millones de empleos industriales bien pagados y con derechos y se han creado 21 millones en los «servicios» precarios y sin derechos. La masa de trabajadores pobres se ha visto, además, desprovista de instrumentos políticos y sindicales para defenderse. El Partido Demócrata, que era el «partido de los trabajadores» según Barney Sanders, ha abandonado a la clase obrera y solo defiende los intereses de Wall Street. En el campo sindical -a pesar del último proceso de sindicalización- la dirección de los sindicatos sigue en su mayoría en manos de los burócratas al servicio del Partido demócrata. En estas condiciones, no es de extrañar la victoria de Trump, que no es producto de la «derechización» de los trabajadores sino de la exasperación de una parte de la clase que le ha votado, de otra parte que ha dado la espalda a los candidatos demócratas y, sobre todo, la traición de los dirigentes que decían que defendían sus intereses.
No es un fenómeno sólo americano
Procesos similares los vivimos en todos los países. Veamos el ejemplo de Alemania: Durante estos últimos años el gobierno alemán ha estado dirigido por el tradicional partido de izquierdas el Partido socialdemócrata (SPD), los ecopacifistas -el partido verde- y el partido liberal. Desde fuera el partido Die Linke (equivalente a Izquierda Unida)
La política de este gobierno ha sido una política de guerra, de alimentar y azuzar a la guerra de Ucrania, rechazando incluso una vía diplomática, de apoyo sin fisuras al genocidio de Palestina. No es por casualidad que el AfD (extrema derecha) crezca, por más que no tenga una política distinta en cuanto a la necesidad de armarse o controlar la emigración. Sin embargo, eran los únicos que decían que Alemania debía ser neutral en la guerra de Ucrania y no aceptaban las sanciones a Rusia, sanciones que han acelerado la crisis industrial en Alemania (sobre todo, por el brutal encarecimiento de los precios de la energía) y, por tanto, echado a millones de trabajadores al paro y bajos salarios.
Ruina de la industria, pérdida de buenos puestos de trabajo, precariedad, caída del nivel de compra, han sido los factores que han impulsado la victoria de Trump en los EE.UU. y que disparan las expectativas electorales de AfD en Alemania ¿Quién alimenta, entonces, el ascenso de la ultraderecha? ¿A dónde nos llevan quienes dicen que hay que apoyar a los gobiernos responsables de esta catástrofe con el “que viene el lobo” de la extrema derecha?
Ante la guerra
El lunes 17 de febrero, el presidente francés, Emmanuel Macron, reunió en París a dirigentes de varios países europeos, junto con el secretario general de la OTAN. De esa reunión fueron excluidos algunos como Hungría. Ningún gobierno europeo, del signo que sea, se ha opuesto al incremento de gastos militares, todos los gobiernos europeos han declarado que las exigencias de rearme de Trump quizás sean exageradas, pero que eran justas. Y todos se aprestan a aumentar los gastos militares, con los recortes que suponen en los gastos sociales (y que el secretario general de la OTAN ya ha explicado). Más aún, están ya planteando que se acabó lo que han venido en llamar “Estado de bienestar”. Si esto hacen los gobiernos de los partidos socialistas, ecologistas, la derecha tradicional… ¿en qué se diferencian de la extrema derecha, a la que dicen combatir?
La reunión convocada por Macron ha permitido al primer ministro, Victor Orban (excluido, como dijimos, de la reunión), proclamar que en París se han reunido “los gobiernos partidarios de la guerra y contrarios a la paz en Ucrania». O sea, cínicamente los partidos de extrema derecha aparecen como supuestos defensores de la paz,
En todo caso los dirigentes de los llamados “partidos de izquierda” no se han quedado atrás a la hora de impulsar la política de guerra. Y hacen aparecer a Trump como el artífice de la paz. Una “paz”, que se quiere construir sobre la base de quedarse con la riqueza de Ucrania y hacer «negocios» con la Federación Rusa. Como acaban de decidir este martes 18 en la reunión de Riad, sin contar con Ucrania ni con los europeos que han aportado más del 50% de la “ayuda” a Ucrania. Pregúntense quien será el beneficiario de estos «negocios».
¿Y en España?
Estos días, la prensa de Barcelona ha resaltado que un sector creciente de los electores de un barrio obrero, Torre Baró, votaba al PP y VOX (en 25 por cien. Este barrio se ha hecho famoso por la película “El 47”, que relataba la lucha de hace 40 años por el derecho a la vivienda y la consecución de una línea de autobuses…una verdadera lucha popular encabezada por las organizaciones obreras (ausentes, por cierto, en la película). Hoy estas organizaciones, sus dirigentes, han estado o están en el gobierno y han dejado estos barrios casi desmantelados de servicios públicos… ¿Quién va a hablarles a los vecinos de Cerro Amate, en Sevilla, a los que no se les garantiza un suministro eléctrico regular, o a los de la Cañada Real en Madrid, sin suministro eléctrico alguno desde hace años, o a los jóvenes que ven que ningún gobierno les garantiza el acceso a la vivienda de “votar a la izquierda”, de “cerrar el paso a la extrema derecha”? Por el contrario, la política de los gobiernos es caldo de cultivo para los grupos de extremo derecha que culpan a la izquierda del abandono de los barrios.
Es el triste balance de años y años de gobiernos de izquierda, por ejemplo, el de Zapatero, que aplicó brutalmente a pies juntillas la política de la Troika, congeló las pensiones, bajó el salario a los dos millones y medio de empleados públicos
Política que dio lugar al surgimiento de los «indignados » que dio lugar al de Podemos, y que se sumergió en las instituciones, con las consecuencias que vemos, y al movimiento hacia la huelga general que fue truncado en noviembre de 2012 en nombre del diálogo social. Lo mismo podríamos decir del movimiento soberanista catalán llevado a un callejón sin salida
¿Qué hacer?
Por el momento, es erróneo hablar de fascismo (en el sentido clásico, de organización de destacamentos armados contra el movimiento obrero, sus movilizaciones y sus organizaciones). Tampoco podemos hablar de fascismo, en el sentido de “Estado fuerte”. Hoy, la extrema derecha a imagen de Trump, quiere desmontar el Estado, y, en particular, las instituciones que integran conquistas sociales.
La clave está en la organización de los trabajadores, la juventud y los sectores más populares. O, para ser más exactos, en la falta de una organización que recoja las reivindicaciones para obtener su satisfacción, que no las someta a las “necesidades del Estado”, la “estabilidad del gobierno”, etc. Una carencia que se evidencia a nivel de partidos políticos y, también, en el campo de la organización sindical, donde los dirigentes de las grandes confederaciones someten su acción a la decisión de proteger a toda costa, al “gobierno progresista”
Solo se puede combatir al crecimiento electoral de partidos de extrema derecha con la movilización en defensa de las reivindicaciones, con una política que no subordine a nada la lucha por las reivindicaciones, una política de ruptura con el sistema capitalista y con el régimen monárquico, que retome las banderas de la lucha contra la OTAN, contra las bases militares y, en particular, contra los presupuestos de guerra que amenazan hoy la existencia de la mayoría social. Cerrar los ojos ante ello sería suicida. Apoyar a los gobiernos, mientras se calma contra el “peligro de la ultraderecha”, es incluso, contraproducente. Es insistir en la política que ha desmoralizado a una buena parte de la juventud y la clase obrera,
