Carta Semanal 1015 en catalán
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El carácter reaccionario de los BRICS
¿Cuál sería, supuestamente, el contenido social “alternativo” de la “multipolaridad” o de la hegemonía china, en el contexto de la economía mundial capitalista? Ciertamente el desempeño económico de China durante los últimos decenios es llamativo. Se basa en las posibilidades que ofrece la planificación económica, factibles gracias a la expropiación del capital, hace 75 años, con la proclamación de la República Popular China. Pero dichas posibilidades se encuentran limitadas por el carácter burocratizado de la planificación, ausentes desde el principio los espacios de debate democrático (que sí existieron en la URSS en los primeros momentos tras el triunfo revolucionario), así como por su inserción en el mercado mundial capitalista, que arrastra las contradicciones tan agudizadas que señalamos en la primera parte de esta carta. La condición de Estados burgueses de Brasil, India, Rusia y Sudáfrica, así como la de Estado burocrático de China implica una orientación no de ruptura con la lógica capitalista, sino de subordinación a ella, aun con rasgos peculiares en cada caso y especialmente en China.
Un dato muy elocuente al respecto es el hecho de que sólo uno de los cinco países que componían los BRICS o de los nueve que forman ahora los BRICS+ ha suscrito todos los once convenios fundamentales de la OIT, sobre libertad sindical, trabajo forzoso, discriminación, trabajo infantil y seguridad y salud en el trabajo. Es Rusia, que los ha firmado, pero no los aplica.
Es el resultado lógico de la subordinación de estos Estados a la lógica capitalista, por más que, precisamente por ella misma, su actuación plantee un cierto cuestionamiento de la dominación estadounidense (dada la estrechez del mercado mundial que exacerba la competencia).
Ilustraremos esto con el caso chino, en el que se focaliza la idea de una supuesta alternativa. En el discurso mencionado afirmaba Jinping:
“Nosotros, los países del bloque de los BRICS, debemos ser compañeros de viaje en el camino hacia el desarrollo y la revitalización, y oponernos a la desvinculación y la interrupción de las cadenas de suministro, así como a la coerción económica (…) reforzar los intercambios económicos, comerciales y financieros.”
Añadiendo:
“Deberíamos ampliar la cooperación política y de seguridad para mantener la paz y la tranquilidad (…) La historia de la humanidad no terminará con una civilización o un sistema en particular. Los países de los BRICS deben defender el espíritu de inclusión, abogar por la coexistencia pacífica y la armonía entre civilizaciones, y promover el respeto a todos los países en su elección independiente de vías de modernización.”
“Inclusión” de distintos sistemas, “coexistencia pacífica”, “armonía entre civilizaciones”. Esto es: un “capitalismo bueno”, un “capitalismo civilizado, con rostro humano”. Es la vieja teoría del “socialismo en un solo país”: la negación de la transición socialista en donde se ha expropiado el capital y, en el resto del mundo, la colaboración con el imperialismo contra toda perspectiva revolucionaria. Jinping, máximo líder de la burocracia china, defiende así la única economía mundial existente, la capitalista y, consecuentemente, su “gobernanza”, la ONU, la OMC y la “reforma de los sistemas financiero y monetario internacionales”. Una vez más, el cuento del capitalismo bueno, ahora en versión de la burocracia china.
“Debemos defender la equidad y la justicia y mejorar la gobernanza mundial. Reforzar la gobernanza mundial es la opción correcta (…) Las normas internacionales deben ser elaboradas y respetadas conjuntamente por todos los países sobre la base de (…) la Carta de la ONU, en lugar de ser dictadas por quienes tienen los músculos más fuertes o la voz más alta. Es aún más inaceptable unirse para formar grupos exclusivos y establecer sus propias reglas como normas internacionales. Los países de los BRICS deben practicar el verdadero multilateralismo, defender el sistema internacional centrado en la ONU, apoyar y fortalecer el sistema de comercio multilateral centrado en la OMC, y rechazar los intentos de crear pequeños círculos o bloques exclusivos. Debemos aprovechar al máximo el papel del Nuevo Banco de Desarrollo, impulsar la reforma de los sistemas financiero y monetario internacionales y aumentar la representación y la voz de los países en desarrollo.”
¿A qué régimen representa Jinping? Ciertamente no a una sociedad socialista, sino a una en la que se impiden derechos obreros tan elementales como la libertad sindical, de cara a asegurar el enorme grado de explotación en el país. Por ejemplo, se ha extendido la figura 996, un brutal horario de trabajo que se realiza de 9 a 9, durante 6 días por semana, es decir, 72 horas. Jack Ma, fundador de Alibaba Group y primera fortuna china, declaraba que ese horario es una “bendición” y que sin él China “perdería muy probablemente su ímpetu y vitalidad”. El grado de explotación en China ha provocado oleadas de suicidios, como en Foxconn, el mayor fabricante de electrónica del mundo -proveedor de Apple, Dell, HP, Motorola, Nintendo, Sony o Nokia-, en cuya empresa de Shenzhen se suicidaron 18 trabajadores entre 2010 y 2011. En China, como denuncia Human Rights Watch, existe trabajo forzado, como en el caso de los uigures, en particular en sectores como la automoción.
En China también, de una forma u otra se despliega la resistencia de la clase: en el segundo trimestre de 2024 se han contabilizado 805 protestas, un 18% más que en el mismo periodo del año anterior. Son protestas referidas principalmente a cuestiones laborales y de propiedad.
Recordemos cómo Putin, máximo representante del Estado ruso, al servicio de la oligarquía que parasita las riquezas del país, en el año 2000 le pidió a Clinton en Moscú su incorporación a la OTAN. Ya lo habían intentado Jrushchov en 1954, Gorbachov en 1990 y Yeltsin en 1991. Al fin y al cabo, la colaboración de la URSS estalinista con el imperialismo estadounidense se pone de largo bajo la dirección del propio Stalin, en las conferencias de Yalta y Postdam de 1945, con antecedentes como la conferencia de Teherán de 1943, previamente a la cual disuelve la III Internacional, como señal de “buena voluntad” ante las potencias imperialistas.
Hay un dato muy reciente, del pasado 18 de octubre, que contribuye a caracterizar a los BRICS, en este caso BRICS+ porque procede de uno de los nuevos miembros, Egipto. En su discurso en el BRICS Business Forum (Foro de Negocios de los BRICS) de Moscú, el presidente egipcio, El Sisi, planteó que: para avanzar en el camino del desarrollo sostenible (…) el sector privado y los consejos empresariales desempeñan un papel clave como socios indispensables (…) el gobierno adoptó recientemente una serie de medidas y pasos ambiciosos para mejorar el clima de inversión y fortalecer el papel del sector privado en el liderazgo del desarrollo económico, así como superar los obstáculos que enfrentan los inversores (…) [incluidas] la imposición de un límite a las inversiones gubernamentales para ofrecer más oportunidades al sector privado (…) y (…) un paquete de exenciones aduaneras e incentivos fiscales para agilizar los procedimientos burocráticos.
En cuanto a la actuación de los miembros del BRICS en relación con cuestiones centrales, como la guerra de Ucrania, el genocidio de Palestina o las políticas de ajuste contrarias a los intereses de la mayoría de la población, se constata que, sin menospreciar la importancia de gestos como la denuncia de Israel por parte del gobierno sudafricano ante la Corte Internacional, en ningún caso ofrecen una perspectiva de combate del lado de la clase trabajadora, sino de complicidad con el capital financiero que impone esas políticas.
La colaboración de los BRICS+ con Israel, en particular, dado el lugar que ocupa la situación palestina en la lucha de clases a escala mundial, contribuye decisivamente a caracterizar el estatus reaccionario de todos esos regímenes. En el artículo La “bendición” para el genocidio: Casi todos los regímenes BRICS+ nutren económicamente a Israel se documenta con detalle esa colaboración.
Conviene recordar que el Estado de Israel no fue creado ni por la ONU ni como aspiración de las masas judías, sino por la colaboración entre el imperialismo y la burocracia estalinista. Por parte de EE. UU. (y Canadá), negando los visados a la mayoría de judíos europeos que querían emigrar allí tras el genocidio nazi, instándolos así a ir a Palestina. Por parte de la URSS apoyando el plan de partición de Palestina en dos Estados, hasta el punto de que fue el primer Estado en reconocer a Israel y, a través del títere Checolosvaquia, armar al ejército sionista. Es decir, la creación del Estado sionista se debe a la colaboración contrarrevolucionaria entre el imperialismo y el estalinismo (véase en Informations Ouvrieres).
El motor de la historia no son los bloques, sino la lucha de clases
En los procesos políticos todo cuenta, incluso gestos como el comentado del gobierno sudafricano. Pero que cuenten no significa que sean determinantes, que sean el motor de lo que acontece. Este motor no es ni podría ser otro que la actuación de los principales sujetos sociales, que la llevan a cabo de acuerdo con sus intereses, en primera instancia materiales, ligados a cómo obtiene cada uno su medio de existencia. Es decir, son las clases sociales, cuyo enfrentamiento, la lucha de clases, es el motor de la historia, ¡cuál si no! De hecho, el gesto mencionado sólo puede entenderse como conquista de la presión de la clase trabajadora y los sectores populares sudafricanos con su movilización a favor del pueblo palestino.
El motor no es, por tanto, el conflicto entre bloques; menos aún si ellos son expresión de los intereses de las respectivas clases burguesas y de la casta burocrática en el caso chino (en colaboración con los capitalistas que se han ido constituyendo en el país, gracias a la política de “apertura” acordada por el Comité Central del PC chino en diciembre de 1978). Tal y como revela la lucha de la clase trabajadora en todos estos países. Porque ni los bloques ni los países son la vía de solución de los problemas. Incluso en la hipótesis de que hubiera triunfado la Revolución alemana en 1918-19 o en 1922-23, constituyéndose un Estado obrero alemán que formara un “bloque” con la URSS, lo determinante habría seguido siendo la lucha de la clase trabajadora en ambos países y en todos los demás (lo que no menosprecia, obviamente, la importancia que habría tenido ese “bloque” conformado por dos Estados obreros resultado de la revolución triunfante que expropia el capital). Toda apuesta por algo distinto de la acción independiente de la clase trabajadora tiene, por tanto, un alcance no ya muy limitado, sino reaccionario, tal y como la historia revela inequívocamente.
Valga como ejemplo la situación actual: ¿cómo se puede combatir el terrible paquete que impone el capital, conformado por la economía de guerra, el genocidio del pueblo palestino y la guerra social contra la mayoría? Sólo a partir de esa acción independiente, como muestra la iniciativa europea contra la guerra, de la que la IV Internacional forma parte. Como expresó Engels en el prólogo a la edición alemana de 1890 del Manifiesto del Partido Comunista, “la emancipación de los trabajadores sólo podrá ser obra de la propia clase obrera”.