Entrevista a Xabier Arrizabalo, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Comité por la Alianza de Trabajadores y Pueblos (CATP)

Carta Semanal 1035 en catalán

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A poco más de un mes de su toma de posesión, Donald Trump pronunció su primer discurso ante el Congreso el miércoles 5 de marzo, en el que recordó los primeros días de su mandato, «las 100 órdenes ejecutivas» y «las 400 medidas ejecutivas». ¿Cuáles son los impactos de estos decretos y medidas para la economía mundial y para los pueblos?

Las formas grotescas e insultantes de Trump no deben hacernos creer que sus políticas son ilógicas. Para entender cualquier medida siempre hay que diferenciar su impacto específico en cada clase social, porque el rasgo fundamental de toda sociedad clasista, como la capitalista, radica en que los intereses de las distintas clases no son sólo diferentes sino también opuestos.

En este sentido, las medidas de Trump consisten, antes que nada, en una declaración de guerra contra la clase trabajadora; especialmente contra sus segmentos más vulnerables, como las mujeres, los inmigrantes o, entre otros, los empleados públicos con menor antigüedad. Son la reducción de impuestos a los más ricos y el retiro de fondos de ayudas compensatorias; la reclasificación de los empleados públicos para facilitar su despido; el anuncio de deportaciones masivas de inmigrantes y el fin de la nacionalidad por nacimiento a los hijos de inmigrantes sin papeles, etc. Fuera de EE. UU., la medida que más claramente expresa el contenido reaccionario de esta política es, sin duda, su plan de expulsión total y definitiva de la población gazatí de Palestina (sin olvidar que su apoyo incondicional al genocidio es continuista de la política de Biden).

Evaluar los previsibles efectos de estas medidas sobre la economía mundial en general exige partir de su caracterización actual: una suerte de crisis crónica, en cuanto a la sucesión de crisis sin que intercalarse entre ellas periodos expansivos. Trump dispara la huida hacia delante ya en curso. Con sus políticas no va a revertirse la de destrucción de fuerzas productivas cada vez más sistemática, sino que se agudizará: crisis, guerras, saqueo de la naturaleza y, sobre todo, desvalorización de la fuerza de trabajo.

Donald Trump ha anunciado un importante aumento de los aranceles, lo que ha llevado al Wall Street Journal a decir que la guerra comercial lanzada por Estados Unidos contra sus tres principales proveedores, México, Canadá y China, es «la más estúpida de la historia». ¿Cómo se explica esta decisión? Además, la política de Trump, más allá de las consecuencias internacionales, es preocupante incluso e incluye a las empresas estadounidenses. ¿A qué intereses económicos sirve Trump?

Desde hace decenios el FMI, como parte de sus políticas de ajuste, impone medidas de apertura comercial y financiera, junto a la desregulación laboral, las privatizaciones, etc. Para ello apela a la idea de que el «libre comercio» promueve el crecimiento, palanca a su vez del bienestar de toda la población. ¿Significa esto que todo el capital reclama una misma política económica y en particular esta apertura? El capital en conjunto sólo comparte un objetivo: abaratar el costo de la mano de obra, para que se produzca la mayor cantidad de plusvalía, que es la fuente de su ganancia. Esa apelación del FMI es doblemente fraudulenta: ni el libre comercio promueve el desarrollo, ni el FMI combate las políticas fuertemente proteccionistas de las potencias y especialmente de EE. UU (por ejemplo en la agricultura). La reivindicación del libre comercio sólo obedecía al interés del capital, sobre todo estadounidense, de ampliar sus mercados (con muy poca reciprocidad), para lo que los gobiernos sumisos se ataban de pies y manos como en los llamados acuerdos de libre comercio, incompatibles con la soberanía nacional.

En el contexto actual tan convulso, Trump no sólo pretende aplicar la política tan agresiva contra el trabajo, sino específicamente la que reclama una fracción del capital, incluso al precio de afectar negativamente a la acumulación del capital en general. El Wall Street Journal ruega “responsabilidad”, aspirando a la quimera de una economía capitalista estable, cuando la realidad es que es la lógica capitalista la que agrava la dislocación del mercado mundial, incapaz de absorber las necesidades de valorización del conjunto de los capitales. La competencia se dispara y cada vez resulta más claro que la política económica no puede servir plenamente al conjunto del capital.

Por tanto, corresponde abordar a qué sectores del capital obedece específicamente la política de Trump. Y para ello es necesario radiografiar con precisión la estructura de propiedad del capital y los medios de valorización de cada una de las fracciones del capital; esto es, en qué espacios del mercado mundial consiguen validarse como capitales.

En el mercado mundial hoy destacan dos fenómenos. Por una parte, el debilitamiento económico del capital estadounidense, aunque relativo y que no le supone la pérdida de su posición dominante. Estados Unidos, con una población de apenas el 4% del mundo, aporta el 25% de toda la producción y lleva a cabo el 40% del gasto militar. Por otra parte, el ascenso económico de China, ligado a la potencia de la planificación, aunque su carácter burocrático implique un enorme coste social y, de todos modos, la economía china no puede ser ajena a las convulsiones del mercado mundial.

Históricamente la hegemonía de una potencia se asentaba sobre la productividad de sus industrias y los cañones de sus armadas imperiales. El dominio militar de Estados Unidos es indiscutible, pero en materia de productividad su posición está cuestionada, en particular por China, pero no sólo a la manera clásica desde los años ochenta, ya que ahora el país asiático es puntero en algunos desarrollos tecnológicos (como muestra su sorpasso a las empresas estadounidenses en la llamada inteligencia artificial).

En este contexto se entiende la declaración de guerra comercial de Trump, al servicio de una fracción del capital estadounidense. Una apuesta fuerte que implica efectos económicos desfavorables para la mayoría, por implicaciones como el previsible aumento de la inflación. Y se entiende también el acercamiento a Putin, escenificado en la reunión de Riad del 5 de marzo, cuyo trasfondo radica en neutralizar a Rusia mediante ciertas concesiones a su oligarquía.

Los mandatos de Trump a los países miembros de la OTAN para que aumenten su gasto militar hasta el 5% del PIB han sido acogidos completamente por los gobiernos europeos, que se apresuran a «ponerles música» en cada país. ¿Cuáles son las consecuencias económicas?

Nuevamente se refrenda que la UE no es ni unión ni europea. No es sólo que no puedan unirse los intereses de trabajadores y capitalistas (ni, finalmente, los de los distintos capitalistas), sino su sometimiento a Estados Unidos, ya desde su origen en el Plan del general Marshall que dictaba el tipo de reconstrucción europea tras la guerra. Efectivamente, en Europa los gobiernos se apuran a cumplir con las exigencias de Trump, en concreto aumentando el gasto armamentista.

Pete Hegseth, secretario de Defensa de EE. UU., lo decía claro en la reunión del Grupo de Contacto para la Defensa de Ucrania mantenida en Bruselas el 12 de febrero: “nos encontramos en un momento crítico (…) El 2 % del PIB no es suficiente; el presidente Trump ha pedido el 5 %, y yo comparto su opinión (…) Estados Unidos ya no puede centrarse principalmente en la seguridad de Europa (…) se enfrenta a amenazas directas contra nuestro propio territorio. Debemos —y estamos— dando prioridad a la seguridad de nuestras propias fronteras. También nos enfrentamos a un importante competidor estratégico: la China comunista, que tiene la capacidad y la intención de amenazar nuestro territorio y nuestros intereses fundamentales en el Indo-Pacífico. Estados Unidos da prioridad a la disuasión de un conflicto con China en el Pacífico (…) hemos visto señales alentadoras de que Europa está tomando conciencia de la amenaza, comprende lo que hay que hacer y está empezando a actuar (…) Suecia ha anunciado recientemente su mayor paquete de ayuda (…) Polonia ya gasta el 5 % de su PIB en defensa, lo que constituye un modelo para el continente. Y 14 países codirigen «coaliciones de capacidades», que están haciendo un excelente trabajo coordinando la ayuda letal europea en ocho ámbitos clave (…) queda mucho por hacer. Hacemos un llamamiento a todos y cada uno de sus países para que cumplan los compromisos que han asumido”.

Las consecuencias son fáciles de adivinar, porque es aritmética pura: para aumentar el gasto militar, dada la renuncia a gravar al capital, o lo financia la clase trabajadora vía impuestos (ahora o más adelante si los Estados se endeudan para ello) o, lo más directo, mediante una reducción del salario en sus componentes indirecto y diferido. Tal y como expresaba Patrick Martin, presidente de la MEDEF -patronal francesa- el pasado 3 de marzo en la cadena MRC: «Dinamarca ha decidido retrasar la edad de jubilación a los 70 años para que la economía pueda financiar el esfuerzo de guerra».

La actuación de Trump revela que el problema no es el fetiche del neoliberalismo, sino la lógica del capital, descarnada, ante lo que sólo cabe la acción organizada de la clase trabajadora en defensa de sus legítimas aspiraciones, hoy posibles gracias a su productividad. En el combate contra la guerra, contra el genocidio y por las conquistas obreras, con la perspectiva del encuentro contra la OTAN del próximo mes de junio, hemos celebrado sendos actos en Madrid -en Vallecas y en Getafe, dos poblaciones obreras-, en los que han participado responsables políticos de diferentes organizaciones, incluyendo los participantes en la Conferencia de Berlín del pasado noviembre.

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