Carta Semanal 1062 para descargar en PDF
Desde hace más de tres años y medio, la guerra en Ucrania se mantiene. La OTAN, los EEUU y la Unión Europea la alimentan con las entregas de armas al gobierno de Zelensky. En estos tres años, cerca de millón y medio de jóvenes rusos y ucranianos han muerto o han sido heridos. Reproducimos en esta Carta Semanal un llamamiento de militantes ucranianos y rusos, que participarán en la Conferencia Europea contra la guerra que se celebrará el 4 de octubre en parís, y en el mitin internacionalista del 5 de octubre, llamamiento que se publica en Informations Ouvrières n.º 875, también publicado en L’Insoumission (órgano de La Francia Insumisa.). Lo firman conjuntamente militantes rusos y ucranianos que, en unidad, denuncian a los promotores de guerra de ambas partes, y llaman a la paz entre los pueblos. Este llamamiento tiene enorme importancia en el momento actual.
RUSIA/UCRANIA
«La guerra nunca conducirá a la paz: restituir a los pueblos su derecho a la autodeterminación»
Es infinitamente ingenuo creer que la guerra conduce a la paz. Ni Putin, ni Trump, ni Zelenski, ni los dirigentes europeos han sido capaces de aportar lo esencial a los pueblos: la paz. Los cálculos basados en una victoria militar se han venido abajo, así como los intentos de «toma y daca» entre dirigentes a costa de los pueblos. Hoy, no solo la izquierda, sino cualquier fuerza democrática debe unirse, pero no en torno a un programa de militarización y violencia, sino bajo la bandera de la paz inmediata.
Nosotros, militantes pacifistas rusos y ucranianos, hemos sido privados de nuestra patria por esta guerra. Cientos de miles de compatriotas nuestros han muerto, hay millones de mutilados, decenas de millones reducidos a la desolación y privados de esperanza. Esta carnicería multiplica cada día el sufrimiento y nos arrebata, a nosotros y a nuestros países, cualquier futuro. Se encarcela a nuestros compañeros y se reprime con brutalidad cualquier disidencia. Conocemos el precio de la guerra: nos ha privado de nuestra voz y del derecho a decidir nuestro destino. La única posibilidad de poner fin a esta pesadilla es devolver a nuestros pueblos ese derecho, el derecho a la autodeterminación.
La dictadura de Putin, que desencadenó la guerra, se sustenta en el miedo, la violencia y la desigualdad para transformar a decenas de miles de pobres en carne de cañón en nombre de sus ambiciones imperiales. Pero no se puede derrotar a esta monstruosa máquina con sus mismos métodos. En Ucrania, se abate sobre los pobres una verdadera caza del hombre: son detenidos, golpeados, enviados a la fuerza a las trincheras. ¿En nombre de la «independencia»? Pero el gobierno de Zelenski firma acuerdos leoninos con Trump que entregan todas las riquezas nacionales a una potencia extranjera. ¿En nombre de la «libertad»? Pero Ucrania cuenta con centenares de presos políticos. Las ideas comunistas están prohibidas, y cualquier disidencia puede implicar represión o violencia de la extrema derecha. ¿En nombre de la «dignidad»? Pero mientras que los pobres mueren en el frente, los funcionarios y hombres de negocios afines al poder se revuelcan en la corrupción y el lujo.
La dictadura de Putin amenaza a todos los pueblos de Europa. Pero la guerra hace a los países occidentales similares a la Rusia de Putin. Los dirigentes europeos firman con Trump acuerdos humillantes y desiguales, transformando sus países en apoderados de Washington, igual que Putin ha convertido a Rusia en instrumento de la política china. Los gobiernos se preparan abiertamente a sacrificar el modelo social en el altar de la economía de guerra, exactamente como lo ha hecho el dictador del Kremlin. Los responsables políticos alemanes y franceses lamentan que Europa pueda convertirse en víctima de un mercado entre Trump y Putin, pero olvidan que ellos mismos han sido los arquitectos de esta catástrofe. Por un lado, durante años han considerado al régimen ruso como un «colaborador socialmente próximo» en la carrera neoliberal por el beneficio; por otro, han alimentado con entusiasmo la mecánica de la dominación atlántica. Esta impopular política de desigualdades y militarización trae consigo el retroceso de los derechos democráticos: gobiernos y medios de comunicación persiguen a los disidentes y se niegan a reconocer los resultados electorales. ¿Dónde está la diferencia con el putinismo?
Un ejemplo palmario de esta persecución es la crítica injustificada que se abate sobre Jean Luc Mélenchon y LFI desde su discurso del 22 de agosto. Mélenchon formuló unas tesis a las que nos adherimos plenamente, e incluso consideramos evidentes: la política de Francia y de Europa debe perseguir la paz y no la victoria militar; una paz duradera es imposible sin una profunda democratización, sin la participación directa de los pueblos en la decisión de su destino; la voluntad y la determinación de los pueblos priman sobre las fronteras trazadas por dictadores o políticos; es impensable resistir a la dictadura con métodos dictatoriales; Ucrania y Europa precisan profundas transformaciones democráticas; en lugar de un tributo pagado al complejo militar-industrial estadounidense y de la construcción de una economía de guerra, Francia necesita reformas sociales y reducción de desigualdades; Ucrania y Rusia necesitan garantías de seguridad, y la OTAN ha desempeñado un papel trágico en la transformación autoritaria de Rusia y en la legitimación de la política de Putin; una vuelta al derecho internacional exige el abandono de la lógica de los bloques y de las pretensiones imperiales a la hegemonía occidental, etc. En respuesta, hasta los medios de comunicación de izquierda han acusado a Mélenchon de «campismo» y de «utilización de narrativas putinistas». No se trata solo de la vergonzosa atribución de etiquetas infamantes a sus oponentes (¡una técnica de propaganda muy apreciada por Putin!), es también una manipulación evidente. Podría hablarse de campismo más bien en el caso de los que llaman a «la guerra hasta la victoria final», los que exigen la victoria de «su» campo sobre el campo enemigo. El campismo niega la complejidad interna de una sociedad, sus contradicciones, y lo reduce todo a una lucha entre Estados y coaliciones de Estados. Mélenchon llama precisamente a rechazar este marco conceptual, devolviendo a los pueblos la posibilidad de actuar, en vez de a políticos corruptos y desconectados, que especulan sobre los «intereses de los pueblos».
Los que atacan a Mélenchon y a LFI de manera tan injusta son infinitamente ingenuos. Creen que puede ganarse la guerra inyectando más y más miles de millones en la industria militar. Pero no es otra cosa que legitimar el mismo enfoque del bando enemigo. Creen poderse refugiar tras fórmulas constitucionales y especulaciones periodísticas, proclamando la integridad democrática del régimen ucraniano. Sus palabras no podrán frenar a decenas de miles de ucranianos que desertan del frente. Millones de ucranianos no quieren combatir y no sienten que su país les pertenezca. Si queréis fortalecer su ánimo, ayudadles a reencontrar su voz, su derecho a decidir, y sí, devolvedles su igualdad social.
Todos los que desean la caída del proyecto imperialista de Putin deben reflexionar sobre el modo en que puede vincularse su causa con la de cientos de miles de soldados rusos, y la de millones de trabajadores rusos en la retaguardia. Ya que en definitiva, es en sus manos donde se juega el destino del Kremlin. Ahora bien, lo que proponéis hoy son solo bombas y una guerra sin fin. Jean-Luc Mélenchon ha sido el primero en invitaros a una conversación de igual a igual. Y para la dictadura de Moscú eso es más peligroso que los misiles y obuses de la OTAN.
Liza Smirnova, activista de izquierda rusa.
Andrii Lebediev, activista de izquierda ucraniana.
Viktor Sydorchenko, activista de izquierda ucraniana.
Andrii Konovalov, activista de izquierda ucraniana.
Aleksei Sakhnin, activista de izquierda rusa.
Alexander Voronkov, activista de izquierda, miembro del movimiento «Las izquierdas post-soviéticas».