En el 84 aniversario de su asesinato. Las aportaciones de Trotsky para la lucha de la clase obrera hoy

Carta Semanal 1005 en catalán

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Este martes 20 de agosto se cumplen 84 años del ataque a Trotsky por Ramón Mercader, agente de Stalin, que produjo su muerte el día siguiente. El contexto mundial de 1940 era, obviamente, distinto del actual, pero también hay elementos en común entre ambos y uno en particular: la supervivencia del capitalismo, plenamente inserto en su estadio imperialista, provoca una destrucción sistemática de fuerzas productivas que se plasma en las crisis recurrentes y las guerras, con el corolario de la devastación y saqueo de los recursos naturales, así como, sobre todo, un cuestionamiento frontal del valor de la fuerza de trabajo y, consecuentemente, de las condiciones de vida de la mayoría de la población, que es la clase trabajadora.

Como marxistas, no encaramos este aniversario desde un punto de vista nostálgico, sino político. De acuerdo con una frase del propio Trotsky, con la que iniciaba el texto Lecciones del gran año (9 de enero de 1905 – 9 de enero de 1917), conmemorativo del duodécimo aniversario del inicio del “ensayo general” que fue la Revolución rusa de 1905, “los aniversarios revolucionarios no son sólo días para conmemorar, son días para sacar lecciones de las experiencias revolucionarias”. ¿Qué lecciones podemos sacar de Trotsky para nuestra lucha hoy? Éste es el objeto de la presente Carta Semanal, aunque lo abordamos de una manera muy esquemática, dada su extensa trayectoria como teórico marxista, al igual que como militante y dirigente obrero; ya que, como decía Engels sobre Marx en su discurso el día de su entierro, Trotsky también “era, ante todo, un revolucionario”.

Un teórico marxista importante

En la Revolución rusa se dio un hecho nunca repetido: buena parte de los dirigentes eran también  excelentes teóricos. Es el caso de Lenin, que caracteriza al imperialismo, como estadio último del capitalismo, de un modo tan vigente que es imprescindible para entender lo que ocurre en la actualidad. También lo fueron Preobrazhensky, Bujarin y especialmente Trotsky, junto a otros entre los que desde luego no se encuentra Stalin -como explica con claridad Riazanov-. De ello dan cuenta sus numerosas obras, cuyo estudio nos aporta claves muy importantes en torno a cómo se desarrolla la lucha de clases y, consecuentemente, cómo actuar en ella.

Destaquemos solamente tres aportaciones como muestra, las dos primeras de un libro de lectura imprescindible, a nuestro entender, que es Historia de la Revolución rusa. En él formula el concepto de “desarrollo desigual y combinado”, que permite caracterizar efectivamente el contradictorio lugar de las economías nacionales en el mercado mundial producto histórico del capitalismo, “aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin acudir a esta ley, enfocada, naturalmente, en la integridad de su contenido material, sería imposible comprender la historia de Rusia ni la de ningún otro país de avance cultural rezagado, cualquiera que sea su grado”.

La segunda es el prólogo a este libro, una pieza metodológica magistral: “la historia de la revolución, como toda historia, debe, ante todo, relatar los hechos y su desarrollo. Mas esto no basta. Es menester que del relato se desprenda con claridad por qué las cosas sucedieron de ese modo y no de otro. Los sucesos históricos no pueden considerarse como una cadena de aventuras ocurridas al azar ni engarzarse en el hilo de una moral preconcebida, sino que deben someterse al criterio de las leyes que los gobiernan (…) Las clases oprimidas crean la historia en las fábricas, en los cuarteles, en los campos, en las calles de la ciudad. Mas no acostumbran a ponerla por escrito (…) Sin embargo, los procesos que se desarrollan en la conciencia de las masas no son nunca autóctonos ni independientes. Pese a los idealistas y a los eclécticos, la conciencia se halla determinada por la existencia”.

Y la tercera es la noción de revolución permanente, con la que Trotsky desarrolla algo que ya habían planteado Marx y Engels desde 1845. Para él, “la revolución no acaba luego de una determinada conquista política, luego de la obtención de una determinada reforma social, sino que continúa desarrollándose hasta la realización del socialismo integral. Así pues, una vez comenzada, la revolución (en la que participamos y que dirigimos) en ningún caso es interrumpida por nosotros en una etapa formal determinada”. Conectaba así también con Lenin, para quien la revolución rusa no se quedaría en una etapa burguesa, ya que sólo la clase obrera podría parar la guerra y satisfacer las reivindicaciones democráticas (entregar la tierra a los campesinos y establecer el derecho de los pueblos oprimidos bajo el zarismo a su libre autodeterminación).

Aunque sólo fuera por estas tres aportaciones, ya se le podría considerar a Trotsky un autor marxista imprescindible para la lucha de la clase obrera hoy. Pero, como decíamos, son sólo una pequeña muestra de su ingente obra.

Militante y dirigente obrero, un líder de la Revolución rusa e impulsor de la IV Internacional

Tampoco en este plano podemos exponer en detalle las aportaciones de quien con 60 años, apenas seis meses antes de ser asesinado, escribió de sí mismo “fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo”. Destacaremos tres.

En primer lugar, su lucha por la construcción del partido obrero independiente plenamente inserto en la clase, frente a la propaganda sobre un supuesto partido bolchevique plenamente constituido como tal desde la separación del menchevique en 1903, ni el partido era así ni agrupaba al conjunto del movimiento revolucionario. Trotsky desempeñó un papel muy importante en la Revolución de 1905, cuando fue presidente del Sóviet de Petrogrado. Ante la Primera Guerra Mundial, impulsó las conferencias de Zimmerwald y Kienthal (que Lenin veía con reticencias, pero participó en ellas también).

Esto no significa, desde luego, que no cometiera errores: cuando en julio de 1917 se incorpora al partido bolchevique, que desde la llegada de Lenin a Rusia en abril había roto con la ilusión reformista de la dirección interna previa de Stalin y Kámenev, Trotsky reconoce que Lenin había tenido razón en su ruptura con los mencheviques hasta sus últimas consecuencias. Es la lucha por el partido lo que le hace impulsar, con Lenin, la fundación de la III Internacional en 1919 y la fundación de la IV Internacional en 1938, ante la constatación de la bancarrota de la III (tras su actuación en Alemania, facilitando el ascenso de Hitler o en España contra la revolución; bancarrota que se refrenda con su disolución por Stalin en 1943, como señal de buena voluntad hacia los gobiernos imperialistas). La IV Internacional se sitúa así en el hilo histórico cuyo primer gran hito organizativo es la Liga de los Comunistas en 1847 e internacionalmente la I Internacional en 1864.

Insistimos en que no sacralizamos a Trotsky. Él mismo reconoce también que era Lenin quien tenía razón en 1921 cuando, escuchando la opinión de los sindicatos soviéticos, rectificó la posición de militarizar a los soldados desmovilizados. También al oponerse a la necesidad de firmar la paz en Brest-Litovsk cuanto antes. Lo que importa de todo esto es lo que aporta para el diálogo actual entre corrientes que, como nosotros, defendemos incondicionalmente las reivindicaciones de la clase. La confrontación de posiciones es imprescindible, como efectivamente ocurría en el partido bolchevique antes de su destrucción por Stalin.

En segundo lugar, respecto a los sindicatos, que son la primera forma organizativa de la clase: “en la lucha por las reivindicaciones parciales y transicionales, los obreros necesitan más que nunca organizaciones de masas, fundamentalmente sindicatos (…) Luchan implacablemente contra todo intento de someter los sindicatos al Estado burgués (…) Solamente en base a este trabajo se puede luchar con éxito en el seno de los sindicatos contra la burocracia reformista, incluida la estalinista. El intento sectario de crear o mantener pequeños sindicatos “revolucionarios» como una segunda edición del partido significa de hecho renunciar a la lucha por la dirección de la clase obrera”. Contra esta posición sectaria se situó también Lenin. Lucha por la dirección de cara a orientarla a aquello para lo que se organizan los trabajadores: sus intereses y no ninguna supuesta forma de conciliación con los de la clase capitalista, como sostiene, contra toda evidencia empírica, la idea del “diálogo social”.

Y en tercer lugar, su rol central en la Revolución rusa, que permitió constituir el primer Estado obrero de la historia, más allá de la efímera experiencia de la Comuna de París en 1871. Junto a Lenin fue uno de los dos principales líderes del proceso revolucionario. Lo fue en el terreno de la construcción de dicho Estado, incluso simbólicamente, pues él propone que no se utilice el término ministros para los integrantes del gobierno, sino Comisarios del Pueblo, lo que ya denotaba su compromiso con la democracia obrera, en oposición a la degeneración burocrática que acontecería después. Y en ámbitos tan importantes como la creación del Ejército Rojo, gracias al cual fue posible la preservación del proceso revolucionario con su victoria en la llamada guerra civil (que en realidad era en gran medida una intervención militar imperialista de apoyo a de los ejércitos blancos) o sus aportaciones en el terreno del debate económico, en torno a cuestiones como la planificación o la industrialización, de forma totalmente ajena a la caricatura estalinista que le presentaba como contrario al campesinado y a la NEP (la Nueva Política Económica que se aplica tras la guerra civil).

La lucha internacionalista contra la guerra ayer y hoy

En el Programa de Transición (“La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional”), fundacional de nuestra organización, se caracteriza con precisión lo que define antes de nada la situación actual: “la situación política mundial del momento, se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado (…) Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer”. Y así es: cómo caracterizar, si no, el genocidio contra el pueblo palestino que, de acuerdo al gobierno de Gaza, ha alcanzado ya el número de 40.000 personas asesinadas (incluyendo 16.000 menores), aunque la revista científica británica estima que son ya “186.000 o incluso más” (https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(24)01169-3/fulltext) O los cientos de miles de jóvenes que han sido llevados a la muerte por los intereses del imperialismo estadounidense -al que se subordinan los gobiernos europeos- la autocracia de Putin en la guerra de Ucrania (tan sólo en los primeros 18 meses el New York Times estimaba que eran 190.000, https://www.nytimes.com/2023/08/18/us/politics/ukraine-russia-war-casualties.html); guerra a la que se destinan ingentes recursos, lo que, inevitablemente, plantea la reducción del gasto público social.

En septiembre de 1915, Trotsky fue el redactor del manifiesto de la conferencia de Zimmerwald contra la guerra mundial. Su vigencia es total: “cualesquiera que sean los principales responsables directos del desencadenamiento de esta guerra, una cosa es cierta: la guerra que ha provocado todo este caos es producto del imperialismo. Esta guerra ha surgido de la voluntad de las clases capitalistas de cada nación de vivir de la explotación del trabajo humano y de las riquezas naturales del planeta”. Las implicaciones de las guerras imperialistas son inequívocas, como también recogía el manifiesto: “Miseria y privaciones, desempleo y aumento del coste la vida, enfermedades y epidemias, son los verdaderos resultados de la guerra. Por décadas los gastos de guerra absorberán lo mejor de las fuerzas de los pueblos comprometiendo la conquista de mejoras sociales y dificultando todo progreso”. La lucha contra la guerra fue determinante para la Revolución rusa, tras la que se fundó la III Internacional en 1919.

¿Hay algo más actual? Desde el marxismo, no hay resignación posible, por eso el manifiesto también propone: “nosotros que no nos situamos en el terreno de la solidaridad nacional con nuestros explotadores, sino que permanecemos fieles a la solidaridad internacional del proletariado y a la lucha de clases, nos hemos reunido aquí para reanudar los lazos rotos de las relaciones internacionales, para llamar a la clase obrera a recobrar la conciencia de sí misma y situarla en la lucha por la paz. Esta lucha es la lucha por la libertad, por la fraternidad de los pueblos, por el socialismo. Hay que emprender esta lucha por la paz, por la paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. Pero una paz así no es posible más que con la condición de condenar todo proyecto de violación de derechos y de libertades de los pueblos. Esa paz no debe conducir ni a la ocupación de países enteros ni a las anexiones parciales. (…) El derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos debe ser el fundamento inquebrantable en el orden de las relaciones de nación a nación”.

Hoy, 108 años después, participamos en una iniciativa en torno al llamamiento europeo contra la guerra, que confluirá en una conferencia en Berlín del 1 al 3 de noviembre. Llamamiento que concluye así: “Rechazamos las guerras y la barbarie, que solo benefician a los poderosos y a los industriales del armamento cuyas ganancias se disparan (…) rechazamos ser arrastrados a la guerra y la militarización de toda la sociedad. Rechazamos los presupuestos militares cada vez más elevados bajo la tutela de la OTAN y de la Unión Europea, denunciamos la guerra social librada contra los trabajadores y la juventud. Rechazamos todos los atentados a las libertades, las amenazas y la represión. Defendemos la libertad de expresión, de reunión, de manifestación, y el derecho de huelga, particularmente amenazados. La movilización de los pueblos podrá detener la escalada mortífera a la que los Gobiernos quieren arrastrarnos, y parar los envíos de armas. Uniéndonos por encima de las fronteras, actuamos por la unidad internacional de los trabajadores y los jóvenes para imponer el alto el fuego y la reasignación de los presupuestos militares a las necesidades vitales de la población, a la escuela, los hospitales, los salarios y las pensiones”.

El asesinato no logró su objetivo: Trotsky, referente para la lucha de la clase obrera por su emancipación

Pero además Trotsky fue el más consecuente opositor a la mencionada degeneración burocrática estalinista, obviamente sin coqueteo alguno con el imperialismo, sino caracterizando al Estado soviético como el Estado obrero que todavía era, porque su base material (la expropiación de los grandes medios de producción no se había revertido), de modo que se requería no una revolución social, sino política, para que la clase se desembarazara de la burocracia. Vale la pena recomendar en este punto la lectura de su libro La revolución traicionada.

Precisamente por esta razón fue asesinado. Nos explicaba su nieto Estaban Volkov en 2019 (https://posicuarta.org/cartasblog/entrevista-a-esteban-volkov-nieto-de-trotsky/) que un agente estalinista infiltrado no había dejado de preguntar cuánto avanzaba Trotsky en la redacción de su biografía de Stalin (encargo editorial aceptado por él solamente por necesidad económica). Denotaba la obsesión con él de los usurpadores de la revolución, que en las sucesivas oleadas de purgas de los años treinta ya habían eliminado a la mayor parte de la vieja guardia bolchevique, porque no podían soportar la existencia de Trotsky como referente vivo de la revolución.

Trotsky también abordó la experiencia de la Revolución española, que permite sacar conclusiones, muy útiles hoy: “en mayo de 1937, los obreros españoles se levantaron, no solamente sin dirección, sino contra la misma (…) las masas, que continuamente han intentado abrirse paso por la vía correcta, se han encontrado con que generar una nueva dirección que corresponda a las necesidades del proceso revolucionario y producirla en el fragor del combate estaba por encima de sus fuerzas. (…) incluso en aquellos casos en que la vieja dirección ha manifestado su corrupción interna, la clase no puede improvisar de inmediato una nueva dirección, en especial si no ha heredado del período anterior sólidos cuadros revolucionarios, capaces de utilizar el desmoronamiento del viejo partido dirigente”.

El texto de Trotsky de 1940 que se conoce como “Testamento” concluye con estas palabras, que le definen y definen también nuestro objetivo vital, para cuya consecución invitamos a todo trabajador comprometido con la emancipación social a organizarse con la IV Internacional: “La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente”.

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