(Publicado en la Carta Semanal 798 – ver en catalán)
León Trotsky
Acerca del control obrero sobre la producción
(20 de agosto de 1931) [1]
La cuestión de la nacionalización de determinadas industrias recobra actualidad. La falta de medios para responder a la pandemia ha demostrado la necesidad de mantener la producción industrial. Además, la Unión Europea admite ahora “nacionalizar” determinadas empresas, pero se trata de que los Estados entren en su accionariado para asumir las pérdidas. Para los trabajadores, la cuestión de la nacionalización se concreta en quién nacionaliza y para qué. Esto quiere decir que deben diferenciarse por un lado la intervención del Estado y por otro la acción de la clase y sus organizaciones en la línea del control obrero. Por la importancia de esta cuestión, en un momento en el que se pretende que asumamos con resignación la supuesta inevitabilidad de más cierres de empresas y más destrucción de empleo, publicamos extractos de una carta de agosto de 1931 de León Trotsky a sus camaradas a propósito del control obrero sobre la producción.
Los títulos y subtítulos son nuestros.
[1] Publicado por primera vez en el Boletín de la oposición, nº 24, septiembre de 1931. El texto completo puede consultarse en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1930s/08_31.htm.
I.— El control obrero de la producción
En respuesta a vuestra pregunta, quiero esbozar aquí algunos cambios de impresiones preliminares, algunas consideraciones generales sobre el control obrero de la producción.
La primera pregunta que se plantea es la siguiente: ¿puede contemplarse el control obrero de la producción como un régimen estable, evidentemente no eterno, pero bastante largo? Para responder a esta pregunta, hay que definir más claramente la naturaleza de clase de dicho régimen. Los obreros tienen el control. Esto significa que la propiedad y el derecho de dirección siguen en manos de los capitalistas. Así, ese régimen tiene un carácter contradictorio que se caracteriza de algún modo como un interregno económico.
Los obreros necesitan el control no con un objetivo platónico, sino para influir de manera práctica en la producción y las operaciones comerciales de las empresas. Lo que no sucederá si el control no se transforma de un modo u otro, en tal o cual límite, en una gestión directa. Así, en su forma ampliada, el control obrero significa una suerte de dualidad de poder en la fábrica, en los bancos, en las firmas comerciales, etc.
Para ser duradera, resistente, “normal”, la participación de los obreros en la dirección de la producción debería basarse en la colaboración de clase y no en la lucha de clases. Pero esa colaboración de clase solo es posible entre las cúpulas de los sindicatos y las organizaciones capitalistas. Tales experiencias han sido numerosas: en Alemania (la “democracia económica”), en Inglaterra (el mondismo), etc. Pero en todos esos casos, no se trata del control obrero sobre el capital sino de la domesticación de la burocracia obrera por el capital. Domesticación que, como demuestra la experiencia, puede durar bastante tiempo: depende de la paciencia del proletariado.
Pero a mayor cercanía de la producción, de la fábrica, del taller, menos posibilidad de semejante régimen, ya que ahí se dirimen los intereses inmediatos y vitales de los obreros, y todo el proceso se desarrolla ante sus propios ojos. El control ejercido por los comités de fábrica solo es concebible sobre la base de una intensa lucha de clase, y no de la colaboración. Pero ello significa que hay dualidad de poder en la empresa, en el trust, en todas las ramas de la producción, en toda la economía.
¿Qué régimen social corresponde al control obrero de la producción? Está claro que el poder no está todavía en manos del proletariado, puesto que en tal caso no estaríamos ante el control obrero sobre la producción, sino ante el control del Estado obrero sobre la producción como introducción al régimen de la producción estatal sobre la base de la nacionalización. No hablamos aquí del control obrero bajo el régimen capitalista y el poder de la burguesía. Ahora bien, una burguesía que se sienta firmemente asentada en el poder jamás permitirá la dualidad de poder en sus empresas. De modo que el control obrero solo es factible a condición de un cambio brutal de la relación de fuerzas en detrimento de la burguesía y de su Estado. El control solo puede imponerse por la fuerza a la burguesía por el proletariado, en vías de arrancarle el poder, y por ende la propiedad de los medios de producción. Así, el régimen del control obrero, por su propia esencia, es provisional, transitorio, y solo puede corresponder al período de vacilación del Estado burgués, de la ofensiva del proletariado, del repliegue de la burguesía: es decir, al período de la revolución proletaria entendida en el más amplio sentido de la palabra.
Si el burgués no es el patrón, es decir, no es por completo el dueño, en su fábrica, de ello resulta que tampoco lo es en su Estado.
Lo que significa que al régimen de la dualidad de poder en las empresas corresponde el régimen de la dualidad de poder en el Estado.
Sin embargo, no debe entenderse mecánicamente esta relación como si la dualidad de poder en la fábrica y en el Estado naciese el mismo día. El régimen de la dualidad de poder en su forma desarrollada como una de las etapas posibles de la revolución proletaria en cada país puede desarrollarse de distinta manera en cada país con elementos múltiples y diversos.
Así, por ejemplo, en determinadas circunstancias (una crisis económica profunda, duradera, una organización sólida de los obreros en las empresas, una relativa debilidad del partido revolucionario, una relativa fuerza del Estado que tenga en reserva un fascismo fuerte, etc.), el control obrero de la producción puede adelantar considerablemente la dualidad del poder político en el país.
En las condiciones que acabamos de esbozar a grandes rasgos, condiciones particularmente características en el caso de Alemania, la dualidad de poder en el país puede originarse precisamente en el control obrero, como una de sus fuentes principales. Hay que detenerse en este punto, solo para rechazar el fetichismo de la forma soviética que los epígonos de la Internacional Comunista han puesto en circulación.
(…)
Bajo la influencia de la crisis, del paro y de las combinaciones de rapiñas de los capitalistas, la clase obrera, en su mayoría, puede encontrarse dispuesta a combatir por la destrucción de los secretos comerciales y por el control de los bancos, del comercio y de la producción antes de que llegue a la convicción de la necesidad de la conquista revolucionaria del poder.
Comprometido en la vía del control de la producción, el proletariado se verá inevitablemente impelido a la toma del poder y de los medios de producción.
Los problemas del crédito, de las materias primas, del mercado llevan sin dilación la cuestión del control más allá de los límites de las empresas aisladas.
II.— La consigna del control obrero
¿Puede, sin embargo, lanzarse hoy la consigna del control obrero? ¿Es suficiente para ello la “madurez” de la situación revolucionaria? Es difícil responder a esta pregunta sin perspectiva. No hay una regla que permita juzgar de una vez y sin error el grado de la situación revolucionaria. Es forzoso calibrarla en la acción, en la lucha, con la ayuda de los más variados instrumentos… Uno de esos instrumentos, y quizás uno de los más importantes en la situación actual, es justamente la consigna del control obrero de la producción.
La importancia de esta consigna reside, ante todo, en que basándose en ella se puede realizar el frente único de los obreros comunistas, socialdemócratas, sin partido, católicos, etc.
(…)
La consigna del control obrero puede contribuir a ello en gran medida. Pero hay que abordarla de una forma correcta. Lanzada sin preparación alguna de manera burocrática, la consigna del control obrero puede ser no solo un golpe fallido, sino también comprometer aún más al partido a los ojos de la masa y socavar la confianza de los obreros que hoy le votan. Antes de avanzar públicamente esta consigna de combate de gran responsabilidad, hay que calibrar la situación y preparar el terreno.
Es preciso comenzar desde abajo, en la fábrica, en el taller. Hay que verificar y probar los problemas del control obrero en el ejemplo de algunas empresas industriales, bancarias y comerciales típicas. Hay que tomar como punto de partida algunos casos particularmente concluyentes de especulación, de lock-out encubierto, de disminución fraudulenta del beneficio con el objetivo de una disminución salarial, o de un aumento fraudulento del precio de coste con idéntico objetivo, etc. En las empresas víctimas de este tipo de maquinaciones, por mediación de los obreros comunistas, hay que tomar el pulso del estado de ánimo de la masa obrera atrasada, y sobre todo de los obreros socialdemócratas. Saber en qué medida están dispuestos a responder a la reivindicación de abolir el secreto comercial, y a establecer el control obrero de la producción.
(…)
¿Por qué traemos este texto a colación? ¿Es actual lo que en él se plantea? Los hechos hablan con claridad: la perversa lógica del capital provoca cada día cierres de empresas y la consiguiente destrucción de empleo. Ante ello y la resignación a la que nos invitan quienes directa o indirectamente defienden el (des)orden capitalista, es comprensible que se reivindique la nacionalización. Pero se debe precisar su contenido. ¿O acaso la nacionalización de Bankia, por ejemplo, ha resuelto algún problema para la mayoría, que es la clase trabajadora? Al contrario. Porque la única vía para resolver la grave situación actual pasa por poner la producción al servicio de la mayoría, es decir, pasa por expropiar a los expropiadores de nuestro trabajo. Y en esta perspectiva se plantea necesariamente la cuestión del control obrero de la producción y su vínculo con el carácter de clase del Estado.
En la actualidad, en el Estado español, el primer paso al respecto se concreta en la lucha por una República que permita la consecución de las legítimas aspiraciones de trabajadores y pueblos. En definitiva, el contenido de este texto tiene toda la vigencia porque plantea una discusión que más pronto que tarde deberá ser afrontada, si queremos salir de la barbarie a la que nos lleva cada vez más la supervivencia del capitalismo.