Declaración del Secretariado Internacional de la IV Internacional (3 de mayo de 2024)

Carta Semanal 990 en catalán

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«¡Por fin, por fin, por fin!», exclamó el jefe del Partido Demócrata en el Senado norteamericano el 24 de abril, para celebrar el voto del presupuesto de 16.000 millones de dólares destinado a financiar la prosecución del genocidio del pueblo palestino, tras seis meses de bloqueo. Un voto que debía facilitar de nuevo los medios y la legitimidad al Gobierno israelí para intensificar aún más su campaña de aniquilación del pueblo palestino. Un voto que debía banalizar la espantosa barbarie, las masacres y el genocidio que se desarrolla cada día ante  los ojos del mundo y que se ha  cobrado la vida de decenas de miles de palestinos, entre ellos más de 15.000 niños.  Ese voto de los representantes del  imperialismo estadounidense ha tenido el efecto contrario, desencadenando una ola mundial de  reprobación y cólera, que partió de la Universidad de Columbia en Nueva York. Fue el campus desde el que partieron las protestas estudiantiles de 1968 para exigir el fin de la guerra de Vietnam, al grito, repetido las últimas semanas en Estados Unidos: «¿Cuántos niños habéis asesinado hoy?».

La irrupción de los estudiantes estadounidenses da un giro total a la situación

En pocos días, decenas de universidades estadounidenses han sido ocupadas, incluido los prestigiosos campus de Princeton, Harvard, Berkeley y el MIT. Sobrecogido y conmocionado ante la audacia de la  juventud estadounidense, el establishment ha enviado fuerzas de represión a los campus, deteniendo violentamente a más de un millar de estudiantes y profesores. Un enfrentamiento durante el cual los estudiantes de la Universidad de Austin han respondido: «La policía de Austin, el  Ku Klux Klan, el Ejército israelí, ¡todos son lo mismo!». Un movimiento que se extiende ya a Sídney, Montreal, París, Londres… y que recibe el apoyo de numerosos profesores, a menudo acompañados por  sus sindicatos y por todo el movimiento obrero y democrático.

Por primera vez desde la  guerra de Vietnam, las elecciones presidenciales estadounidenses están dominadas por la política exterior. A día de hoy, más de 530.000 estadounidenses se han pronunciado en las primarias demócratas por el voto «no comprometido», que significa su rechazo a votar a Biden a causa de su apoyo al genocidio del pueblo palestino. La crisis de representación política de la clase dominantes estadounidense, materializada en el enfrentamiento entre los  dos candidatos, J. Biden y D. Trump, atemperado por  su acuerdo para reprimir a los estudiantes y aprobar un presupuesto de 95.000 millones de dólares para la guerra, no cesa de acentuar la fracturación del país a medida que se aproximan las elecciones presidenciales de noviembre. En el interior mismo de Israel, decenas de miles de manifiestantes y exigen la salida de Netanyahu.

A pesar de la campaña mundial desatada contra los que se niegan a normalizar el genocidio, a banalizar la barbarie y el asesinato de miles de niños palestinos, calificándolos de manera innoble de «terroristas», «antisemitas» y «enemigos de la humanidad», los últimos acontecimientos demuestran por el contrario que, en el seno de los pueblos, reside una fuerza irresistible, pero hasta ahora contenida, que puede barrer este viejo mundo y a los opresores que lo dirigen.

Ni las  citaciones ni las ignominiosas condenas judiciales por «apología del terrorismo» contra sindicalistas y militantes políticos que exigen el alto el fuego, ni las prohibiciones de manifestación y reunión, incluso en lugares privados, ni las acusaciones de «manipulación rusa» detrás de las protestas de estudiantes estadounidenses formuladas por  la antigua presidenta del Congreso estadounidense Nancy Pelosi, ni el cierre de la cuenta bancaria de un asociación judía antisionista alemana, por vez primera desde el  nazismo, logran paralizar el profundo movimiento que progresa por todas partes en las consciencias: en todo el mundo, los pueblos rechazan vivir en una sociedad que glorifica, financia y apoya el genocidio del pueblo palestino. Y se preguntan: ¿quién será el próximo?

La juventud tiene razón. No puede vivir libre al lado de un pueblo masacrado y sometido a la hambruna. Como indica la biblioteca de Brooklyn en su frontón: «¡Nadie será libre mientras no lo sea todo el mundo!».

¿A dónde nos llevan los dirigentes que dejan hacer?

Frente a esas manifestaciones históricas y gloriosas, saludadas en Gaza donde se multiplican los mensajes «Gracias a los estudiantes de las universidades estadounidenses», ¿qué hacen los dirigentes del movimiento obrero? Desde hace meses, los dirigentes de las organizaciones sindicales nacionales e internacionales, con escasas excepciones, no dicen ni hacen nada, incluso se activan para asfixiar cualquier iniciativa seria, incluso cuando es en su propio país donde tienen lugar las manifestaciones de masas. En ocasiones, se hacen declaraciones. Pero como dice un militante inglés a propósito del congreso de su sindicato, el más importante del país: «El sindicato tiene un congreso anual, todos los  delegados votan por Palestina y, un minuto después, se acabó, vuelta a la normalidad, vuelta al apoyo a Israel, vuelta al rechazo de un alto el fuego, negativa a apoyar a las personas que mueren de hambre». Ya se haga de manera abierta o insidiosa, esto es lo que sucede en la práctica totalidad de las altas instancias sindicales, en particular en Europa. Ni siquiera la represión que se abate sobre algunos dirigentes sindicales franceses de primera fila engendra otra cosa que declara cines banales sin la menor eficacia. Lo que permite al Gobierno aumentar la represión y la   intimidación para obstaculizar la reacción de los trabajadores y los jóvenes que responderían masivamente a cualquier iniciativa unida, sobre bases precisas, que pudiera bloquear la marcha hacia la guerra.  Este clima resulta cada vez más insoportable a los trabajadores y militantes que luchan, pero que se ven también dramáticamente empujados hacia derivas bien conocidas en la  Historia (Bolsonaro en Brasil o las actuales derivas fascistas en Italia). Los  dirigentes tienen toda la responsabilidad en ello. Que los trabajadores y los jóvenes, ayudados por  los militantes que no reculan, buscan por sus  propios medios todos  los puntos de apoyo posibles es ya un dato incuestionable de la situación, y es fuente de terrible preocupación para los gobernantes.

La salida pasa por una independencia total respecto de los  Gobiernos

En Brasil, la principal confederación sindical (CUT) ni siquiera ha hecho referencia a la situación en Palestina en su llamamiento al 1 de Mayo . Y aunque el presidente brasileño Lula se haya desmarcado verbalmente del genocidio perpetrado por el Gobierno israelí, no toma  ninguna medida para oponerse a él en la práctica, en particular la anulación de los acuerdos militares y la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel.  En el plano interior tampoco. Lula no emprende ninguna de las reformas populares por las que el pueblo brasileño lo llevó al poder. Razón por la  cual los delegados del último congreso de la CUT en octubre decidieron una marcha a Brasilia para exigir la  derogación de la reforma de la ley laboral, de la reforma de la Seguridad Social y de la  ley sobre externalizaciones. Todas ellas leyes perversas del período Temer-Bolsonaro. Desde las altas instancias de la CUT, del PT y del Gobierno se están ejerciendo enormes presiones para desvirtuar la marcha prevista para el próximo 22 de mayo. Los dirigentes lulistas no han aprendido las lecciones de su anterior conciliación con las instituciones podridas sometidas a la tutela militar constitucional, instrumento de la subordinación de la nación al imperialismo estadounidense, ni tampoco del último intento de golpe  militar por los bolsonaristas. Una situación que está lejos de estar aislada en Latinoamérica. En Sahel, el rechazo de los pueblos ha conducido, en Níger, a la expulsión de los ejércitos francés y estadounidense. El mismo rechazo que ha provocado la derrota del presidente Macky Sall, candidato avalado por Macron en Senegal. En respuesta, el imperialismo alimenta una peligrosa generalización de las tensiones en toda la región. En los países árabes de Oriente Medio y de África del Norte los Gobiernos están sentados sobre volcanes. En Marruecos y en Jordania, las manifestaciones masivas en apoyo al pueblo palestino se han multiplicado, reclamando el fin de los acuerdos de normalización y de cooperación con el Estado de Israel. Por otra parte, se prohíben las manifestaciones por miedo a que la cólera se dirija también contra los regímenes cómplices del genocidio. Incluso en Argelia, el régimen solo ha autorizado una manifestación en apoyo al pueblo palestino, el 19 de octubre.  En cambio, Argelia ha presentado numerosas resoluciones a la ONU, verdadero valedor de los Gobiernos de todo pelaje que ha demostrado su impotencia para resolver nada. Al prohibir las manifestaciones a los argelinos que están apasionadamente del lado del pueblo palestino, el régimen teme que sea su política la   que se cuestione. Mientras que Estados Unidos e Irán declaran que «el incidente está cerrado» después de haberse advertido mutuamente de «represalias» varios días antes y de común acuerdo. En Francia, el PS, el PCF y los Verdes comparten con Macron y con Rassemblement National el mismo objetivo: Jean-Luc Mélenchon y la France Insoumise por su apoyo al  pueblo palestino. ¿Quién puede extrañarse de que la juventud y los trabajadores busquen organizarse por ellos mismos, teniendo en cuenta los puntos de apoyo  con los que pueden contar, y dirigir su cólera contra su propio Gobierno?

La guerra, único horizonte del sistema capitalista

Gobiernos hipócritas y miserables que hunden a la humanidad en el caos y la guerra. Tal es la significación del voto del Congreso y el Senado estadounidenses, con el acuerdo de Trump y de Biden, asignando 95.000 millones de dólares al genocidio, a la guerra en Ucrania y al reforzamiento de los medios militares en Asia y en el  Pacífico, preparando las condiciones para una nueva guerra. Estados  Unidos no lo oculta: su objetivo es debilitar Rusia, pero no van más allá vista la situación mundial completamente desestabilizada. Sabe el papel que Rusia juega en Siria, en Irán, en Líbano. Quiere concentrarse en China que continúa con su política de expansión económica a escala mundial, en detrimento de Estados Unidos. Como dice la secretaria norteamericana del Tesoro; Janet Yellen: «China es hoy simplemente demasiado grande para que el resto del mundo absorba sus enormes capacidades. […] cuando el mercado mundial  está inundado de productos chinos artificialmente baratos, la  viabilidad de las empresas estadounidenses y extranjeras está en entredicho». La recepción reciente de Blinken por las autoridades chinas demuestra la tensión creciente entre ambos países, cuando la decisión, tanto de Trump como de Biden, de relocalizar la industria en Estados Unidos choca con la realidad de las relaciones capitalistas. He ahí la verdadera razón por la que Estados Unidos quiere que la guerra continúe y se extienda. Poco importa al imperialismo que, según los ministros de Defensa británica y rusa, 1 millón de soldados hayan muerto o hayan sido heridos ya a  ambos lados de la línea del frente de Ucrania. La guerra estadounidense debe continuar, «hasta el último ucraniano». Los  48.000 millones en armamento para Ucrania son además un poderoso elemento de desarrollo de la industria armamentista estadounidense.

Organizarse para detener la marcha hacia la guerra en Europa

Europa está en el punto de mira. Tanto Biden como Trump, habituados a las guerras estadounidenses por poderes desde hace años, exigen que la  Unión Europea y cada uno de los países que la  componen se impliquen más en la guerra de Ucrania, incluso con el envío de soldados. Mientras que la producción industrial europea ha descendido más de un 6,7% en un año y la inflación ha provocado una bajada de los salarios  reales, los países europeos, endeudados hasta el cuello, son impelidos a emprender una gigantesca cura de austeridad para financiar la «economía de guerra». Confrontados al rechazo masivo por parte de los pueblos del genocidio del pueblo palestino y de la marcha hacia la guerra que los dirigentes intentan imponer a cualquier precio, los Gobiernos cuestionan las libertades democráticas, el derecho de expresión y de manifestación, reprimiendo cualquier forma de respuesta. El presidente ucraniano Zelenski incluso ha pedido oficialmente al Consejo de Europa una suspensión de las cláusulas relativas a los derechos humanos a causa de la ley marcial, afectando a la vida privada, a la libertad de movimiento y al derecho de expresión. En el seno de la Unión Europea, durante mucho tiempo presentada como garante de la paz en el continente, los jefes de Gobierno no dejan de repetirlo: «Estamos en una época de preguerra». Olvidan una cosa: pese a los  florecientes negocios del complejo militar-industrial, en los dos principales países imperialistas, Estados Unidos y Reino Unido, las fuerzas armadas no logran reclutar suficientes jóvenes para responder a las exigencias de los militares. El Ejército británico nunca ha sido tan pequeño desde 1714. Solo un 7% de los ingleses de entre 18 y 40 años han declarado que serían voluntarios para servir en el Ejército si estallara  una guerra mundial. Como acostumbran, los capitalistas buscan su carne de cañón entre las clases más pobres y desheredadas. En Inglaterra de 2013 a 2018, el reclutamiento militar de jóvenes entre 16 y 17 años era más elevado en las circunscripciones más pobres que en las más ricas, concentrándose los centros de reclutamiento del Ejército en las ciudades más pobres con una renta anual de alrededor de 12.500 dólares, según un informe del Child Rights International Network. Lo mismo en Francia, donde el reclutamiento militar se desarrolla en las últimas colonias (Guadalupe, Martinica, Guyana) a través de organismos tales como el régimen del servicio militar adaptado, el centro interregional de las fuerzas armadas y France Travail.

En cuanto a Estados  Unidos, disponen ya de su Ejército más pequeño desde hace 80 años. En 2022, las fuerzas armadas estadounidenses conocieron su peor reclutamiento desde la abolición de la conscripción en 1973 y un reciente sondeo ha revelado  que la confianza en el Ejército estadounidense estaba en su nivel más bajo dese hace dos decenios. Lo que no impide al Ejército estadounidense, el más poderoso del mundo, proporcionar al Gobierno israelí el arsenal necesario para la completa destrucción de la Franja de Gaza y el aplastamiento del pueblo palestino.

Richard Mitchell, antiguo miembro del Regimiento Paracaidista, explica: «Iraq se ha denunciado como una gran mentira, y Afganistán como un fracaso total. Los  jóvenes observan la historia reciente y temen que esto se reproduzca. En un sondeo estadounidense realizado en 2022 entre personas de 16 a 24 años, se preguntó a los encuestados cuál era la probabilidad de que se unieran al Ejército en los próximos años. Solo un 10% respondió “seguro” y un 7% probablemente”, mientras que el 90% respondió que no  lo haría o seguramente no lo haría».

De  hecho, el engranaje bélico al que quieren arrastrarnos Biden, Sunak, Macron, Scholz… está lejos de contar con el visto bueno que los Gobiernos y el capital financiero necesitan para seguir saqueando, explotando y oprimiendo. El rechazo de la descomposición y de la guerra son mayoritarios, y con mucho. Hasta el punto de amenazar la reelección de «Genocidio Joe» Biden en Estados Unidos. Pero ¿para qué salida? En todas partes,  en las movilizaciones que  surgen, se reúnen fuerzas para resistir y romper con este sistema. Los militantes de la  IV Internacional, que son parte integrante de ellas, os invitan a discutir para actuar y avanzar juntos.

¡Alto a la guerra! ¡Alto a las masacres en Gaza!

¡Alto el fuego inmediato!

¡Defensa de la democracia, del derecho de expresión, de manifestación, de reunión, de huelga!

Los trabajadores, los pueblos tienen toda la razón para rechazar y resistir a su propio Gobierno.

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