LA GUERRA Y SUS CONSECUENCIAS: ACTA DE ACUSACIÓN AL CAPITALISMO

Carta Semanal 883 en catalán

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La masacre en cadena de miles de jóvenes soldados rusos y ucranios, de la población civil de estos países, los destrozos innombrables, la destrucción masiva de fuerzas productivas, el aumento cualitativo de la carrera de armamentos, son los elementos más evidentes de la guerra que ha estallado en el corazón de Europa, como ocurre con las guerras en otros continentes.

Pero esto son solo los efectos más visibles. Hemos insistido y combatido sobre los demás efectos. O sea, el hecho de que los gobiernos acompañan su política de guerra, de traslado de gastos enormes para producir armas -algunos incluso en nombre de defender la “libertad”-, haciendo pagar a la población trabajadora estos gastos, abriendo la vía a una mayor especulación -siempre inherente al sistema capitalista- que multiplica los costos materiales para ellos llevándola a la ruina y la miseria. Y todo agravado por la inflación, que se dispara.

Es por ello que el No a la guerra tiene un contenido claro: Paz y Pan, como lo tuvo la revuelta y revolución como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y la Segunda.

Queremos llamar la atención en esta carta sobre otra consecuencia de la guerra: el hambre que amenaza a centenares de millones en decenas de países, a causa de la espiral especulativa que se ha abierto, teniendo en cuenta que tanto Rusia como Ucrania son grandes productores de cereales y girasol, y por las sanciones impuestas al pueblo ruso.

Sanciones, ¿a quién?

Como demuestra la historia reciente, las sanciones tan cacareadas por los gobiernos, por las instituciones internacionales, y por algunos que incluso se llaman de “izquierda”, nunca han afectado  a los dirigentes, a los poderosos o a los llamados oligarcas (podrán verse privados por un tiempo del acceso a fondos depositados a su nombre en el extranjero o del uso de algún yate, pero su vida va a seguir adelante sin mayores problemas), pero sí que afectan gravemente a la vida cotidiana de la población trabajadora.  Lo vimos en Irak, donde según la las Agencias especializadas de la ONU, la prolongación durante 13 años de las sanciones económicas costaron al pueblo de Iraq un millón y medio de muertos, de ellos 600.000 menores de cinco años, y lo vemos hoy en Rusia.

Las empresas y oligarcas rusos siguen exportando el petróleo, y el gas, e incluso si se prohíbe lo seguirán haciendo en los mercados paralelos o con nuevos clientes. Por ejemplo el 5 de marzo Biden anunció el fin de la compra del petróleo ruso, pero hay fuentes que denuncian que desde entonces los EEUU han importado el triple por vías paralelas. Esto es el capitalismo y sus prácticas, de las cuales tanto las multinacionales occidentales como la lumpen burguesía rusa o ucraniana participan.

A propósito, y esto explica el carácter de estos oligarcas, tanto los rusos como los de Ucrania –todos ellos, hasta ayer, recibidos con los brazos abiertos por los gobiernos de toda Europa-, el 85 por ciento del PIB producto del saqueo de las materias primas que exportan estos países es evadido por estos milmillonarios, e invertido en toda Europa Occidental y más allá. Es una oligarquía que ni siquiera merece el nombre de “burguesía nacional”, que solo se guía por el principio de “coge el dinero y corre”, tan insegura está de su legitimidad. No es por casualidad que Vladimir Potanin, presidente del gigante de los metales Nornickel,  el multimillonario más rico de Rusia, con una fortuna estimada de 22,5 mil millones de dólares, según Bloomberg, un conocido jerarca próximo a Putin, señalaba el peligro de que a costa de la guerra se produzca una situación que nos llevaría cien años atrás, a 1917”.  Por tanto, la revolución de octubre.

“La guerra en Ucrania significa hambre en África”.

Son las palabras de la Directora Gerente del FMI, Kristalina Georgieva. Y no son palabras vanas. La FAO también ha lanzado una señal de alarma.

Partimos de los hechos comprobados. La FAO, agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura, está considerada por producir informes realistas y serios. Aunque no nos pronunciamos sobre sus recomendaciones que siguen estando determinadas por cómo se rige el mercado capitalista. Pero los hechos están ahí. La semana pasada publicó un informe sobre las consecuencias de la guerra de Ucrania, y, en particular, el aumento de los precios de los alimentos.

Rusia y Ucrania suman el 20 por ciento de la producción mundial de cebada, el 15% de la de trigo, el 5% de la de maíz, más del 50% de la de pipa de girasol. Cantidades difíciles de suplir por los EEUU, (a pesar de que Biden acaba de subvencionar con 12.000 millones la producción de trigo, pero el estado calamitoso de la agricultura norteamericana no garantiza un aumento de la producción) ni por otros productores como Argentina o los países de la UE, donde la PAC ha puesto en barbecho millones de hectáreas (en nuestro país más de dos millones, según el ministro de Agricultura).

Después de haber destruido a una parte importante del campesinado, no se da la vuelta a la situación de la noche a la mañana. Pero no es solo que la producción de Rusia y Ucrania disminuyan (aunque no hay duda de que puedan hacerlo en la próxima cosecha), sino que por un lado las sanciones y por otro la especulación (las multinacionales hacen subir los precios aunque los almacenes están llenos, como es el caso, provocando penurias artificiales) provocan un aumento general de precios en una situación de total caos, que es como se rige el mercado capitalista cuyo único objetivo es la búsqueda de la ganancia.

La falta de alimentos es una amenaza real. Como señalaba recientemente el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, “45 países africanos y países menos adelantados importan al menos un tercio de su trigo de Ucrania o Rusia, 18 de estos países importan al menos el 50%. Esto incluye países como Burkina Faso, Egipto, la República Democrática del Congo, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y Yemen”. Egipto, un país de 106 millones de habitantes, es el mayor importador mundial de trigo; el 70% proviene de Rusia (45%) y Ucrania (más del 25%). En ese país, el precio del pan no subvencionado aumentó un 50% en marzo y los alimentos básicos aumentaron un 20%, en vísperas del Ramadán, un período de consumo significativo de alimentos. Antonio Guterres evocaba el espectro de un “huracán de hambre” a escala mundial.

Este es el aspecto más espectacular. Hay que añadir que si los USA y su caballo de Troya europeo, la Comisión Económica de la UE, consiguen imponer el boicot al gas y petróleo ruso, ello va a provocar una recesión, empezando por Alemania y por tanto se verán sus consecuencias sociales.

Estos pocos datos demuestran quién se beneficia de la guerra: las grandes multinacionales, particularmente las de matriz norteamericana. Y quienes la sufren: los pueblos de todo el mundo.

Una nueva etapa

La guerra económica ha estallado con todas sus consecuencias y esta va a generar tanta o más destrucción que la militar. La guerra es la continuación de la política por otros medios: el fondo de esta guerra es la lucha por el mercado, por la producción y distribución de las materias primas esenciales, desde la energía a la alimentación, que nos dan un escenario trágico, pero clásico de la crisis permanente del capitalismo. De la brutalidad del enfrentamiento de las diferentes mafias o grupos económicos, del papel de las instituciones internacionales desde la ONU a la OTAN, pasando por la UE, al servicio de esta guerra, del papel nefasto de los gobiernos y fuerzas políticas que se someten a este imperativo.

Es por ello que el No a la Guerra tiene más que nunca un carácter revolucionario. Ningún pueblo, ni el ruso, ni el ucranio, ni los demás pueblos europeos, quieren la guerra.

¿La historia se repite?

El temor de los portavoces del capital se expresa frente a algunas de las consecuencias de esta guerra. No a todas: les importa poco que millones mueran en el campo de batalla o de hambre, pero sí que, como dice la FAO, que “surja una nueva oleada de descontento” en algunos países altamente dependientes de los cereales ruso o ucranio. No hay que olvidar que la etapa de crisis que estalló en 2008 provocó, entre otras cosas, las llamadas “primaveras árabes” que acabaron con regímenes fieles al imperialismo como el de Túnez o Egipto  entre otros.

Es por ello que nos parece necesario retomar algunas referencias del pasado reciente.

En su libro “Capitalismo y Economía Mundial”, cuya lectura, de nuevo, recomendamos, Xabier Arrizabalo desarrolla en particular “la utilización de los productos agrícolas como objeto de especulación” (pág. 454).

La crisis alimentaria que padece la humanidad, agravada por la Guerra, no es el producto de la falta de producción de alimentos o de la explosión demográfica. Contrariamente a la teoría de Malthus y a sus sucesores como Tanuro, la producción de alimentos ha crecido en los últimos años a un ritmo superior al 2 por ciento anual  mientras que la población mundial está creciendo a un 1,14 por cien (con tendencia a ralentizarse más).

Hoy se producen alimentos para 12.000 millones de personas y viven entre 7.500 y 8.000. Pero alrededor de 1.000 millones pasan hambre y 2.000 están en situación precaria.

Entonces, ¿qué ocurre? De una parte, el mercado mundial capitalista destruye miles de millones de toneladas para impedir que bajen los precios, y por otro lado, cientos de millones de personas no pueden acceder a los precios del mercado. Esta es una de las principales actas de acusación contra el sistema capitalista. 

El estallido de la guerra en el corazón de Europa ha puesto aún más al descubierto la barbarie capitalista.

La lucha contra la guerra es la misma lucha que la que se desarrolla por el conjunto de las reivindicaciones, contra las reformas laborales, contra los ataques al sistema público de pensiones, contra el derecho a la sanidad, a la educación. Como señala la convocatoria de la Conferencia europea de urgencia, celebrada el pasado día 9, “Tenemos que contribuir, en cada país del viejo continen­te, a ayudar a los trabajadores a rechazar la unión sagra­da, a reagruparse en el terreno de clase para derrotar los planes de supuesta «reorganización» de la producción y de las relaciones sociales. Ese es el único medio para de­tener el mecanismo de la guerra. Solo mediante la lucha constante contra «el enemigo en nuestro propio país», contra el capital y los Gobiernos a su servicio, pueden los trabajadores parar el engranaje infernal y conseguir la paz”.

Y como señala el manifiesto de apoyo a la conferencia del Comité por la Alianza de Trabajadores y Pueblos (CATP), “Para los partidarios de la defensa de las con­diciones de vida y trabajo de la inmensa ma­yoría de la población, luchar contra la guerra no es solo oponerse al envío de armas, solda­dos, barcos y aviones, es no aceptar el chan­taje que se ejerce sobre nuestras organizacio­nes. Más que nunca, estas deben luchar por la defensa exclusiva de derechos y libertades, li­brándose y mostrándose independientes de las exigencias del capital y las multinacionales. Por ello, trabajamos por ayudar, no solo a la resis­tencia frente a las medidas antisociales que se anuncian, sino para participar en esta resisten­cia a escala europea. ¡No pagaremos la guerra con recortes en salarios, pensiones, derechos y servicios públicos!”.

 

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