(Publicado en la Carta Semanal 648)
Tras el discurso del Rey, buena parte de las grandes empresas afincadas en Cataluña han dado un paso adelante, anunciando que abandonan sus sedes centrales en Cataluña y se van. Primero fue el Banco de Sabadell, cuyo Consejo de Administración anunció que se trasladaban a Alicante. Le siguió La Caixa, que se va a Valencia. Y luego Gas Natural, que traslada su sede social a Madrid. Freixenet y Codorniu también anuncian que estudian irse.
El Gobierno Rajoy sale en su ayuda, y Guindos prepara con urgencia un decreto ley el mismo viernes 6 de octubre que permite a las empresas trasladar su sede social sin necesidad de convocar al Consejo de Administración y a los accionistas. Al anunciar ese decreto, Guindos no se privó de explicar que había sido las propias empresas las que le habían pedido que lo promulgara. Estas decisiones ponen en evidencia cómo actúa el capital financiero. No hay empresas “catalanas” ni “españolas”. El capital puede envolverse en una u otra bandera, pero no tiene más patria que sus intereses.
Y sus intereses pasan por defender al régimen de 1978, como antes al que éste continúa, el régimen franquista. Durante la guerra civil, lo más granado de la burguesía catalana se fue de Cataluña. Eran los “catalanes de Burgos”, como ahora son los de Palma, Alicante o Madrid. La Monarquía y sus instituciones, qué duda cabe, están al servicio del capital financiero. Y éste en ningún caso quiere que el Estado sea puesto en causa. Por eso, las ratas financieras abandonan el barco «catalanista». No tienen patria, pero necesitan al Estado, a la Monarquía, a la Guardia Civil, a sus Tribunales, y, en última instancia y si hace falta, al ejército del 18 de julio.
Una situación que pone en entredicho a quienes, desde supuestas posiciones “de izquierda”, han apoyado al Gobierno Rajoy alegando que luchaban contra un “procés capitaneado por la derecha”. La verdadera derecha, los amos del capital financiero, han abandonado al gobierno Puigdemont. Por cierto, que, desde la derecha, se acusaba al mismo procés de estar dirigido por los “radicales de la CUP”. Todo argumento vale para defender al Régimen.
Quienes decían que el movimiento del pueblo catalán estaba dirigido por el gobierno catalán deben de ser gente que cuando ve a un tipo con una tabla cabalgando una ola enorme se asombran de que éste haya creado esa ola y la domine.
¿Qué hace el gobierno?
Cada vez está más claro que no hay gobierno del PP. El PP es simplemente la máscara del régimen. Formalmente, hay un gobierno que no hace sino ejecutar las órdenes del Estado Mayor defender los intereses del capital financiero integrado en el sistema financiero internacional. Esto es lo que aparece hoy a los ojos de decenas de miles de trabajadores de vanguardia, de sectores crecientes de las masas, no sólo en Cataluña. El inicio, desde hace semanas, de movilizaciones, de mítines, de reuniones, de tomas de posición, en toda la geografía española, en apoyo al pueblo catalán a decidir, ha aterrorizado al régimen. Sólo le salvan, por el momento, el apoyo -aunque sea a regañadientes- de Pedro Sánchez y la parálisis y desconcierto de los nacionalistas. Ambas cosas las intenta aprovechar para pasar a la ofensiva.
Le detiene, también un temor. Tras las reacciones a la represión desencadenada el 1 de octubre, un salto cualitativo como puede ser la aplicación del artículo 155 de la Constitución, o el estado de excepción o de sitio, como le reclama ABC, que le llevaría a ocupar por la fuerza las sedes de la Generalitat y posiblemente cerca de 800 ayuntamientos, podría tener como respuesta un amplio movimiento en todo el Estado. Las manifestaciones de sábanas blancas en algunas ciudades, aunque ambiguas en su contenido político por situar de manera equidistante al Rey y al Govern, han mostrado también la disponibilidad de las más amplias masas de trabajadores a escala de Estado a sostener al pueblo catalán. El sábado 7, en la concentración de Madrid, entre los cánticos más coreados estaban “Cataluña, no estás sola” y “Madrid está con el pueblo catalán”.
A la caza del mediador
El mismo Gobierno Puigdemont teme asomarse al vacío y busca quien lo salve. El expresident Artur Mas explicaba en una entrevista con el Financial Times -órgano, no lo olvidemos, de la City de Londres- que para declarar una verdadera independencia les faltan “instituciones de gobierno”. Sobre todo, les faltarían fuerzas de orden público para dominar a un movimiento de masas que, a partir del 1 de octubre, ha tomado las calles como nunca.
Estos días hemos conocido un verdadero levantamiento de un sector muy importante del pueblo catalán. En un sentido muy amplio, ha arrastrado a la pequeña burguesía, a las capas medias y al campesinado, a la juventud, pero sólo a ciertos sectores asalariados, particularmente los enseñantes. No olvidemos que la clase obrera industrial, en sus grandes centros del automóvil, no ha ido a la huelga cívica del martes 3. Los sindicatos han protestado por la represión, pero han declarado que no convocaban la huelga porque era una huelga política (convocada para apoyar la política de Puigdemont). Entre la clase trabajadora de Cataluña existe una desconfianza motivada de un amplio sector, en relación al gobierno de la Generalitat, por su política antisocial, al servicio de capital financiero. No olvidan que los gobiernos de CiU, de Pujol y Mas, han recortado más que ningún gobierno autonómico.
El Gobierno de la Generalitat también duda ante la perspectiva de enfrentarse al Estado con una “Declaración Unilateral de Independencia”. Por eso, tras el discurso del Rey, el discurso de Puigdemont pedía mediadores en el “conflicto”. Lejos de dirigirse a los trabajadores y los pueblos de España, únicos que pueden con su movimiento garantizar el ejercicio del derecho a decidir, busca desesperadamente ayuda en donde menos la va a encontrar, en el imperialismo y sus instituciones.
Tras el discurso del Rey, que llamó a la intervención del Estado sin diálogo alguno, la respuesta de éstos no se ha hecho esperar. Al unísono, Merkel, Macron, las instituciones europeas, dicen claramente que ellos defienden la unidad indisoluble del Estado Español. Estado, recordemos, que juega un papel en el dispositivo del imperialismo mundial y en particular en el dispositivo militar. Incluso el Papa se pronuncia para explicar que la Iglesia Católica “sólo defiende la autodeterminación de las colonias” (se olvida de cómo apostaron por la colonización en su día, y hace unos años por la ruptura de la católica Croacia frente a la Yugoslavia “comunista y ortodoxa”). En el Estado español, la CEOE, presidida por un catalán, Rosell , y la CEPYME, presidida por un vasco, apoyan absolutamente el discurso del Rey.
En el movimiento obrero, las confederaciones sindicales, que se han mantenido de perfil, siguen sin estar a la altura de sus responsabilidades. Por la parte de CCOO, plantean una propuesta de negociación, que no ha tenido apenas ninguna respuesta, y la UGT continua sin manifestarse.
Y la ANC y otras organizaciones independentistas llaman a la calma y a abandonar las calles, a “reservarse” para futuros acontecimientos. Mientras tanto, los otros se organizan. Ahí están las grandes manifestaciones del sábado en Madrid y, sobre todo, el domingo en Barcelona en defensa de la Constitución con el apoyo del aparato del PSC.
¿Qué va a pasar?
El objetivo evidente de los movimientos del Sabadell, la Caixa, etc., es hacer retroceder a Puigdemont. El aparato de Estado, por el momento, aprieta, pero no ahoga. Escaldado después del fracaso de la represión desatada el 1 de octubre, teme que una intervención abierta y brutal contra el pueblo catalán eche gasolina al movimiento de solidaridad con Cataluña que ha empezado a despertar tras la represión. El propio Enric Millo, Delegado del Gobierno en Cataluña, presentó sus excusas por la intervención de la policía.
Pero el Estado dispone sus fuerzas para reprimir si es necesario. Como último recurso. Pero sabe que aplastar por la fuerza al pueblo catalán tiene un coste enorme para el régimen en su conjunto. Parece esperar al siguiente movimiento del Govern de Catalunya.
En todo caso, lo sucedido en los últimos días ha colocado al régimen al desnudo, sin máscara democrática. Ha sacado al rey a la palestra, y como defensor de la represión (¿qué era el discurso de Felipe VI, sino un “a por ellos” con más oratoria?), quemando uno de sus últimos cartuchos. Se abre una situación que auspicia una nueva etapa de la lucha de clases. En cierta medida, es el fin de la “transición”.
En efecto, el poder real está al desnudo, la Monarquía en nombre del Ejército y las grandes instituciones heredadas del franquismo, al servicio del capital financiero nacional e internacional. La opción para todas las fuerzas políticas que se reclaman de la clase obrera es clara: o con ese “poder real” o con los trabajadores y los pueblos.
En esta situación, el combate contra la represión, en defensa del pueblo de Cataluña, debe ser un combate por una salida política, por la República, con todo su contenido social y democrático.
Sin ninguna duda, sólo la movilización de los trabajadores y los pueblos puede forjar la Alianza que obligará a las organizaciones a situarse en el terreno de la defensa de los derechos democráticos, de la defensa de las pensiones, de la derogación de la reforma laboral, de la LOMCE, en el camino de acabar con la explotación y la opresión, en el camino de la República,