(Publicado en la Carta Semanal 730 – ver en catalán)
En su tratado De la Guerra, publicado en 1832, Carl Von Clausewitz explica que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Este principio de Clausewitz se aplica, sin duda alguna, a la realidad de hoy. Los trabajadores de Europa ven cómo sus gobiernos atacan los sistemas de pensiones mientras disparan el gasto militar.
La administración Trump multiplica las provocaciones y amenazas a lo largo y ancho de todo el mundo. Algo que no debería ser considerado banal, dado que tiene a su disposición la mayor maquinaria militar del mundo (el presupuesto de Defensa de los EE.UU. para 2019 es de 716.000 millones de dólares –un 40% del gasto militar mundial–, es 10 veces mayor que el de educación y multiplica por 45 el de transporte).
Hagamos un breve repaso:
Hace dos días, por medio de un tuit, el presidente USA anunciaba “una sorpresa” para el pueblo venezolano, poco después de que su Secretario de Defensa, Mike Pompeo, reafirmara que la opción militar está sobre el tapete y de que Juan Guaidó, el autonombrado “presidente” de Venezuela, cuyos llamamientos a la movilización cada vez encuentran menos eco dentro del país, comenzara a suplicar una intervención militar americana para colocarlo en el poder (táctica que no excluye, por aquello de poner una vela a dios y otra al diablo, la “negociación” paralela con Putin de muñidor)
¿De la guerra económica a la guerra abierta?
Al mismo tiempo, la flota norteamericana concentra sus efectivos en el golfo Pérsico, una escuadrilla de bombarderos B-52 se desplaza a la base militar estadounidense de Catar, a escasa distancia de Irán, en tanto que otros B-52 fueron desplegados en un lugar no revelado del “suroeste de Asia”, y el Secretario de Defensa en funciones, Patrick Shanahan, presentaba el pasado jueves, en una reunión con el equipo de “Seguridad Nacional”, una propuesta de enviar 120.000 soldados más a Oriente Próximo. Entretanto, Trump multiplica las declaraciones contra Irán, considerado de nuevo como eje del mal, cubriendo así la masacre del ejercito saudí en el Yemen. Un ejército armado hasta los dientes por los Estados Unidos, por Francia y, también, por España.
La demostración de fuerza naval contra Irán sigue al anuncio de que los EE.UU. sancionarán a cualquier país que compre petróleo iraní, una decisión que estrangula la economía de Irán, cuyos ingresos dependen en un altísimo porcentaje de la exportación de petróleo y gas natural. Del mismo modo que las amenazas de intervención militar en Venezuela siguen al bloqueo económico, la congelación de activos, y el sabotaje de las instalaciones eléctricas.
Al mismo tiempo, el gobierno de Trump redobla la presión sobre Cuba, aplicando una disposición –hasta ahora congelada– de la ley Helms-Burton que permite denunciar ante los tribunales USA a las empresas extranjeras que comercien con bienes incautados por la revolución cubana a súbditos norteamericanos (estamos hablando de hechos ocurridos hace 55 o más años).
Mientras concentra portaaviones, bombarderos y buques lanzamisiles ante las costas iraníes, Trump ordena la retirada de personal de la embajada norteamericana en Irak, y hace una advertencia pública a los ciudadanos norteamericanos para que abandonen ese país. Algunos observadores se preguntan si no está buscando –o urdiendo– una provocación como el hundimiento del acorazado Maine en 1898 en Cuba o el incidente del Golfo de Tonkín en 1962, falso ataque norvietnamita a un barco militar USA que sirvió para “justificar” la implicación masiva de los EE.UU. en la guerra de Vietnam.
En principio las medidas contra Irán, Cuba y Venezuela buscan estrangular la economía para intentar alimentar la indignación popular contra los correspondientes gobiernos, pero, al parecer, Trump no tiene paciencia para espera a que eso suceda, menos aún tras el fiasco de la “operación Guaidó”
Los “aliados” europeos tiemblan
La UE y sus gobiernos se muestran desconcertados y asustados ante unos conflictos que no controlan y que mayormente perjudican a las empresas europeas, como el boicot económico a Irán (que afecta a grandes empresas europeas con inversiones en ese país) o la aplicación de la Ley Helms Burton contra Cuba. Tampoco parecen muy satisfechos con la idea de una intervención norteamericana en Venezuela, de consecuencias imprevisibles. Como lo serían los de una intervención militar contra Irán (véase el resultado de las de Afganistán, Irak y Siria). Por eso patalean, protestan, piden en vano que Trump dé marcha atrás y tratan de crear una “Europa de la Defensa” que culminaría en un grupo de intervención europeo. Fundamentalmente, presión en beneficio de empresas europeas. El gobierno de Pedro Sánchez ha decidido retirar la fragata española Méndez Núñez del grupo de combate cuyo buque insignia es el portaaviones nuclear “USS Abraham Lincoln”, a quien Trump ha ordenado encaminarse al Golfo Pérsico. Con esta operación, negociada con Washington, Sánchez evoca la retirada de las tropas de Irak y refuerza las tímidas maniobras de la UE. Pero los europeos no se atreven a enfrentarse con Trump. Y esto a pesar que éste anuncia represalias contra la banca, las petroleras, e incluso las industrias europeas del acero, los automóviles y el armamento.
Las amenazas de agresión militar están al servicio de la política de todas las administraciones norteamericanas (ya sean demócratas o republicanas). Ahora se han visto agudizadas por Trump a causa de la debacle económica norteamericana, de la desindustrialización del país (organizada por las propias multinacionales USA), de la pérdida de sus principales fuentes productivas. Es precisamente la crisis del sistema capitalista, que se concentra en los USA, lo que obliga a Trump a lanzarse a la ofensiva, en el terreno económico y comercial y, también, a las amenazas militares. Todo al servicio de una política simplemente destinada a preservar su posición hegemónica.
La diferencia es que antes arrastraba a sus aliados, hoy nadie parece seriamente seguir su política. Aunque nadie puede afirmar hasta qué punto aguantarán las presiones del imperialismo dominante.
La situación de España
En España nos encontramos con esta contradicción. El gobierno Sánchez fue el primer seguidor de la política de los Estados Unidos en Venezuela, pero ahora el ministro Borrell parece más discreto. El pago de Trump a la sumisión de Borrell y Sánchez ha sido el inicio de aplicación del capítulo 3 de la ley de embargo Helms-Burton, que puede afectar prioritariamente a empresas españolas.
Y, sin embargo, no faltan las voces que salgan en defensa de Trump. Por ejemplo, el expresidente Aznar “exige” una intervención contra Venezuela. Precisamente Aznar, corresponsable de la destrucción de Irak, que provocó cientos de miles de muertos, y de la que ese país, 16 años después, sigue sin recuperarse. Cuando por pura democracia este individuo debería ser juzgado por sus crímenes (pero esta es la justicia heredada del franquismo, que juzga a quienes organizan un referéndum, y deja en libertad a criminales de guerra)
En estas condiciones, en vísperas de la constitución del nuevo gobierno, es fundamental ver cómo va a determinar su política exterior. Si va a actuar simplemente como una “correa de transmisión ” de los dictados de Trump, o hasta qué punto participará en los amagos de “independencia” de la Unión Europea.
El interés de los trabajadores y los pueblos pasa, sin duda, por una política de paz, es decir, una política independiente de los USA y la OTAN, y también de las agresiones de las potencias europeas contra los trabajadores y los pueblos. En la conciencia de nuestros pueblos sigue viva la oposición a la guerra que estuvo en la base de la caída de Aznar en 2004.