Adolfo Suárez: falsificar su vida para falsificar la Transición y que vuelva el consenso

(publicado en la Carta Semanal 466)

Carta-466Con la muerte de Adolfo Suárez hemos visto cómo una explosión de simpatía por este ex presidente del gobierno se ha desatado en todos los medios de comunicación y en casi todos los partidos del arco parlamentario.

Según esta campaña Suárez trajo la democracia a nuestro país de la mano del Rey. Una especie de buen hombre incomprendido y al que en su día no se le reconoció bien su gran papel.

Con estas premisas podemos afirmar que asistimos a una de las más grandes falsificaciones de la historia. Tratamos en esta Carta Semanal de desenmascarar la maniobra y tratar de explicar el motivo de esta explosión mediática.

Adolfo Suárez fue el secretario general de Movimiento Nacional con Franco. Este Movimiento era el partido del régimen. O sea que Suárez era algo así como el presidente del partido nazi en España. Además de haber dirigido largos años la Televisión del régimen que intoxicaba a todas horas.

Las luchas obreras, la fuerza organizada del movimiento obrero, los movimientos nacionales, la alianza que en esos años se tejía entre los trabajadores y los pueblos, el apoyo del movimiento obrero europeo propiciaron el desgaste y la división del régimen, que el apoyo del capital, de los Estados Unidos, la URSS y el Mercado Común no pudieron contrarrestar.

Al ver que la dictadura no podía sostenerse, el imperialismo norteamericano y los imperialismos europeos orquestaron la reforma política. En esta operación participan algunos sectores que ya se habían excluido del régimen (Ridruejo, Areilza, Gil Robles…) con sectores de dentro como Fraga y otros. La revolución portuguesa del 25 de abril del 1974 que barrió la dictadura y abrió la revolución proletaria alertó al imperialismo para intentar impedir el mismo proceso en España (y luego en otros países europeos). Contó con la colaboración imprescindible del Kremlin y de la Internacional Socialista que forzaron al PCE y al PSOE a aceptar la transición para salvar las instituciones fundamentales de la dictadura como único medio para salvar la dominación capitalista.

Por tanto, la dirección del PCE (la única fuerza política organizada en todo el país aparte del régimen) giró aceptando la Monarquía y buscando el pacto con el régimen. En el PSOE la IS dio un golpe para sustituir a los dirigentes del exilio por la camarilla de Felipe González, que sin romper abiertamente con el discurso republicano y revolucionario conspiraba con la Zarzuela y los “reformistas del régimen”. Al cabo, unos y otros renunciarían a la ruptura política para emprender la transición encabezada por el Rey y por Suárez.

La muerte de Franco dio lugar a la sucesión. Como jefe de Estado estaba el Borbón, heredero de Franco, que hoy se autoproclama como el que trajo la democracia, pero un inmenso movimiento huelguístico y la exigencia de amnistía dominaban el país. El Congreso de UGT imponía la libertad sindical. En junio de 1976 el Rey visita Washington, donde le trazan una hoja de ruta basada en el reconocimiento de partidos y la integración en el Mercado Común y la OTAN. A la vuelta, nombra presidente de gobierno a Suárez después de encargar que le presentasen una terna en la que estuviese Suárez.

A pesar de su papel en el antiguo régimen, su juventud le hace aparecer más neutro para la tarea de “cambiarlo todo para que nada cambie”. Es la operación para mantener el régimen.

Efectivamente a partir de las Cortes franquistas se produce una reforma aprobada en referéndum en 1976 que permitirá unas elecciones. Esta reforma no legaliza los partidos sino que plantea que existan unas asociaciones políticas. Esta maniobra es rechazada por toda la oposición, pero sirve de cobertura para que el PCE y el PSOE renuncien a la ruptura política y acepten la reforma (ensanchándola).

Insistamos, el papel jugado por los norteamericanos fue fundamental. Necesitan a una España en el Mercado Común y en la OTAN. Y necesitan un acuerdo con la oposición.

Toda la operación estuvo al borde del fracaso por la matanza de Atocha el 27 de enero del 77 y la respuesta de la clase obrera (en particular de Madrid) que tendía a la huelga general para barrer al régimen.

Es entonces, en febrero, por real decreto, cuando se empiezan a legalizar partidos. Se legaliza el PSOE y en Semana Santa, antes de las elecciones del 15 de junio de 1977, el PCE (Carrillo ya estaba en secreto negociando con el régimen por la vía de Martín Villa). Otros partidos concurren como asociaciones sin estar legalizados (MCE, PT, ORT, LCR) mientras otras organizaciones llaman al boicot o la abstención.

Estas primeras elecciones fueron un auténtico pucherazo del régimen que la oposición aceptó para seguir el guión del imperialismo: un censo con millones de muertos, sin que pudiesen votar ni los jóvenes de menos de 21 años ni los emigrantes. Aun así, el Gobierno tardó 15 días en cocinar unos resultados que daban mayoría a los franquistas aunque no podían evitar reconocer la aplastante victoria obrera en Cataluña. Alarmados, el Rey escribe al Sha de Irán pidiendo millones para el partido de Suárez, y éste llama del exilio a Tarradellas para evitar que en Cataluña manden las fuerzas obreras.

En esta situación, las Cortes, a pesar de no ser convocadas para ello, se constituyen en las que elaboraron la Constitución de 78. En estas Cortes la izquierda, tragando todas las trampas, acepta participar en el juego y a partir de ahí el mantenimiento de todas las instituciones centrales del régimen. Pero nada estaba decidido de antemano, en cada momento la lucha de clases hubiera podido hacer saltar por los aires la transición.

La Transición significó la aceptación de la Monarquía, el mantenimiento del régimen (ejército, jueces, iglesia…) la amnistía para todos los crímenes franquistas, la negación del derecho de autodeterminación… y aunque todo no estaba atado y bien atado como dijo Franco, las instituciones centrales de la dictadura quedaron en pie. Y el lazo de este pastel es el plan de ajuste acordado y que permite al régimen y los empresarios hacer frente a la ola de movilizaciones y conquistas obreras. Es lo que se conoce como los Pactos de la Moncloa, cocinados sobre todo por la UCD y el PCE de Carrillo, en septiembre del 77, que permitieron el consenso constitucional que llevó a la Constitución del 6 de diciembre del 78.

Ni en lo personal ni en lo político Suárez fue otra cosa que un personaje mediocre cuyo único valor, para el régimen, es haber llevado a la izquierda y a los dirigentes sindicales a renunciar a casi todo.

Necesitan reivindicar la transición

El segundo objetivo de esta Carta Semanal era intentar explicar por qué en este momento se ensalza con tal exageración la figura de Suárez. Basta con ver los artículos de prensa para observar que todos los que le vilipendiaron hasta la extenuación alaban a Suárez para ensalzar la Transición y sobre todo el consenso.

Consenso que fue el altar en el que se sacrificaron los intereses de la clase trabajadores y los pueblos del estado español. Que consistía en llevar una política de unidad nacional para evitar la lucha de clases y en negar el derecho de autodeterminación. Como si hubiera unos intereses nacionales por encima de los intereses contrapuestos entre trabajadores y capitalistas, entre democracia y franquismo.

Hoy el consenso sobre el que elaboraron la Transición y la Constitución del 1978 ha saltado por los aires. Desde el gobierno Aznar, el aparato franquista intenta recuperar terreno. La UE, en cuyo regazo se refugió la Monarquía, ha impuesto un ajuste que desmantela las bases económicas y sociales comunes. Ni los trabajadores ni los pueblos soportan más esta situación: desde mayo de 2010 se ha desencadenado una movilización obrera sin precedentes desde la guerra. A la vez el pueblo catalán se mantiene en rebelión. La movilización del 22M es la expresión más clara del fracaso de Rubalcaba, Toxo y Méndez en su intento de volver a esta política de consenso y a la tan alabada transición. El consenso tal como conocimos en el 77 es irrepetible, en particular porque ni el PSOE, ni el PCE gozan hoy de la “confianza” que los trabajadores les otorgaron entonces. Esto no impide que el capital reclame «unidad», que haya una colaboración estrecha de Rubalcaba con el Gobierno, en particular contra el pueblo catalán, o que los dirigentes sindicales busquen acuerdos con el Gobierno y la patronal. Pero no es posible hoy que estas operaciones bloqueen o canalicen la acción de los trabajadores y de los pueblos como en los años 70.

Hoy los pueblos exigen un Estado que reconozca el derecho a la autodeterminación. Un estado democrático, con libertades y por lo tanto republicano. Trabajadores y jóvenes se levantan contra la ley de los banqueros, exigen trabajo y derechos. Hay que acabar con la Monarquía, romper con la UE, para que los pueblos decidan libremente cómo organizarse.

Como ni Rajoy ni Rubalcaba tienen respuesta, organizan el enfrentamiento entre pueblos. La campaña de alabanzas a Suárez y la Transición no ofrece un nuevo consenso imposible, es una mera tapadera para que el Gobierno reafirme la Constitución contra el movimiento de masas que busca una salida política.

Ese es el papel de la gran mentira que hemos oído estos días de un franquista que era un demócrata y una transición modélica que transformó la dictadura en una democracia ejemplar.

Hoy la ruptura del consenso en torno a la Monarquía plantea también la necesidad de una representación política fiel a los intereses de la clase y de los pueblos.

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