(Publicado en la Carta Semanal 737 – ver en catalán)
Las sucesivas cumbres de los jefes de Estado o de gobierno de los 28 países de la Unión Europea han coincidido en el tiempo con la firma (a la espera de ratificación por los países firmantes) del acuerdo de libre comercio UE/Mercosur en negociación desde hace años.
A pesar del azar del calendario estos dos hechos muestran la profunda dislocación de estas instituciones, particularmente la Unión Europea, entre el martillo de la guerra comercial lanzada por la administración Trump y el yunque de la resistencia de los pueblos y los trabajadores a las políticas de austeridad.
Veamos algunos elementos a resaltar de estos dos acontecimientos.
¿Una pelea por puestos?
En apariencia la renovación de los altos cargos de la Unión Europea, o sea, la presidencia de la Comisión Europea –la instancia de los diferentes comisarios, verdadero “poder” ejecutivo–, la presidencia del Consejo Europeo (que reúne los jefes de Estado o de gobierno), la presidencia del Banco Central Europeo, la presidencia del Parlamento Europeo, y la Autoridad de Política Exterior, se podría resumir en una pelea de grupos políticos, gobiernos y personas.
Pero el fondo es distinto, las dificultades de un acuerdo vienen dadas en particular por el hundimiento de los partidos tradicionales. Es la primera vez que las dos grandes familias políticas: el Partido Popular Europeo (PPE) al cual está afiliado el PP español, y los socialistas no son mayoría. Han emergido diferentes fuerzas políticas y en algunos casos incluso han barrido –como el partido del Bréxit en Gran Bretaña–, expresión de la crisis general de los partidos tradicionales.
Por otro lado, hasta esta fecha estos debates se resolvían con un acuerdo entre los gobiernos alemán y francés, que son los que deciden en las instituciones europeas, en contra del “mito” de que Bruselas decide todo. El llamado eje franco-alemán cortaba el bacalao. Pero ahora las contradicciones entre Alemania y Francia han estallado, ante, como decíamos, la agravación de la guerra comercial y el lugar cada vez menor a nivel mundial de los países europeos, y sus diferentes multinacionales, pues tienen intereses contradictorios en el mercado mundial.
Estos diversos factores han hecho que el resultado final, en la “elección” de los puestos, ha tenido poco que ver con el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo. Que por otro lado goza del rechazo de una buena parte de la población. La media de un 50 por ciento de abstención ha llegado en la Europa Occidental al 75 por ciento de Portugal.
Y así las personalidades designadas, en particular Ursula Von der Leyen (ministra de Defensa de Alemania de recorrido muy gris) como Presidenta de la Comisión y Christine Lagarde como Presidenta del BCE, no tienen prácticamente ningún peso político propio. Lagarde, además, era dirigente del FMI cuando la troika aplicó los planes de “destrucción”, llamados de rescate, de Grecia.
Hay una nueva etapa de la crisis de estas instituciones, que va sin duda a repercutir en cada país, agravando la inestabilidad de los gobiernos. Es en cierta medida un llamado indirecto a la resistencia de los trabajadores y los pueblos.
De momento, los pinitos de Pedro Sánchez como dirigente europeo (de la mano del reaccionario Macron) han naufragado, y el reino de España queda en la posición de suplicar que los demás países no den ni la más mínima beligerancia a los derechos democráticos, en particular del pueblo catalán: han puesto a Borrell de perrito ladrador.
El libre comercio, contra los trabajadores, los agricultores y a favor de las multinacionales
El viernes 28 de junio pasado los gobiernos europeos y del Mercosur saludaron el histórico acuerdo de libre comercio. Acuerdo que debe ser ratificado por los países. Pero al día siguiente empezaron a llover las críticas. Incluso en Francia, el día después de que Macron señalara su aspecto positivo, diversas personalidades del propio gobierno se pronunciaron en contra, haciéndose eco de la radical oposición de los sindicatos agrarios. Solo un ejemplo, el principal sindicato agrícola europeo, la COPA COGECA, atacó: “una política comercial de dos pesos, dos medidas… que amplía el foso entre lo que se pide a los agricultores europeos y lo que se tolera a los productores de Mercosur” (léase en realidad a las grandes multinacionales de la agroalimentación.)
Desde el movimiento sindical de los países de Mercosur (Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay) el rechazo no podía ser más neto:
“En vistas de la firma del tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur alertamos a nuestros pueblos sobre el funesto impacto que este acuerdo tendrá para el sistema productivo de la región en general, y para ciertas ramas de producción estratégicas en particular, tales como tecnología, sistema marítimo y fluvial, obras públicas, compras del Estado, laboratorios medicinales, industria automotriz, economías regionales (en especial, las vinculadas al aceite de oliva, vinos y espumantes, quesos y lácteos, entre otras), concluyendo que la firma de este acuerdo es la sentencia de muerte de nuestras industrias y de gran parte de nuestro trabajo decente y empleo de calidad.”
Si los trabajadores de América del Sur y los campesinos europeos salen perjudicados es fácil adivinar a quién favorece el acuerdo: a las grandes multinacionales.
Bajo el imperialismo, el régimen de propiedad privada de los medios de producción, la cooperación solidaria entre naciones es imposible. La pugna por dominar el mercado mundial solo es factor de penuria, crisis e incluso guerra para los trabajadores y los pueblos.
Los tratados de libre comercio impuestos por el imperialismo han destruido los cultivos tradicionales y arrojado las poblaciones a la emigración forzada. El combate contra el “supuesto libre comercio” y sus tratados forma parte de las banderas que debe defender el movimiento obrero y sus organizaciones. En alianza, en pie de igualdad, con las organizaciones de los trabajadores y de los pueblos de América.