La extrema derecha y el franquismo

(Publicado en la Carta Semanal 708ver en catalán)

La irrupción de Vox en las elecciones andaluzas (con 12 parlamentarios y casi 400.000 votos) ha llevado a una proliferación de análisis, llamamientos y denuncias sobre la “amenaza del fascismo” y la “llegada de la extrema derecha”. No hay que banalizar esta situación, pero, ante todo, es preciso abrir un debate sobre estas cuestiones.

Para empezar, hay que establecer un hecho: en España, la extrema derecha no surge ahora. Siempre ha estado agazapada en las instituciones del aparato de Estado heredado del franquismo. La llamada “Transición” mantuvo al aparato judicial y policial, al ejército y a los poderes económicos fraguados bajo el franquismo, sin tocarles ni un pelo. El Tribunal de Orden Público, especializado en perseguir a los militantes obreros y democráticos, se transformó en Audiencia Nacional (y siguió, por cierto, persiguiendo a los “terroristas” vascos). Billy el Niño siguió siendo policía hasta su jubilación (con un aumento en su pensión por sus medallas ganadas como torturador). Los jueces siguieron en su sitio, cerrando los ojos a las torturas de los detenidos (como habían hecho bajo el franquismo) y a la violencia contra las mujeres, mientras persiguen con saña a los sindicalistas en aplicación del franquista artículo 315.3 del Código Penal, y persiguen a raperos, actores, titiriteros… Más de 1.000 militares acaban de forma un manifiesto reivindicando la memoria del dictador Franco. El obispo de Córdoba publica una “carta pastoral”, en la cual se congratula de los resultados de las elecciones andaluzas: «Andalucía se sitúa como pionera de un cambio social que esperamos en la sociedad española. Que el vuelco en Andalucía sirva para una conversión a Dios”. Y, por encima de todo, se sitúa el heredero del heredero nombrado por Franco, que, el 3 de octubre, organizaba con su discurso (“a por ellos”) la movilización de todo el aparato de Estado contra los republicanos catalanes.

Cuando llaman a la “unidad de los demócratas” para cerrar el paso a Vox, ¿quieren decir, unidad de los “constitucionalistas”, unidad con el PP y Ciudadanos? ¿Quieren decir que el PP es demócrata? ¿Que lo es Ciudadanos, organizadora de las patrullas “ciudadanas” que en Cataluña organizan el arranque de lazos amarillos y el enfrentamiento con quienes los colocan? ¿Que son “demócratas” los jueces de la Manada? ¿Que son demócratas los jueces y fiscales del tribunal Supremo que, con el apoyo de la Acusación Particular ejercida por Vox, pretenden condenar a cientos de años de cárcel a los republicanos catalanes?

Tengamos cuidado, no vaya a ser que, con la cobertura de “todos contra el fascismo”, nos lleven a apoyar al mismo régimen del que nace esa extrema derecha, y a renunciar a las aspiraciones de cambio político y de satisfacción de las reivindicaciones. Esa es la línea que en Francia llamaba a apoyar a Macron contra Le Pen, y que ha permitido a Macron utilizar ese voto “contra la extrema derecha” para aplicar un programa de destrucción de derechos laborales, de bajadas de impuestos a los ricos y subida de impuestos a los trabajadores, de persecución a los inmigrantes (ha expulsado a más de 40.000), de recortes de libertades, es decir, un programa “de extrema derecha”.

Qué es el fascismo

Trotsky, en los años 30, polemizaba con los que llamaban a cualquiera “fascista” y explicaba la naturaleza del fascismo, que no es sólo una ideología racista, xenófoba y autoritaria. El fascismo es algo más, es un fenómeno político y social, que se basa en la movilización activa y organizada, por cuenta del capital financiero, de amplias capas de la pequeña burguesía –que pueden arrastrar, también, a un sector de la clase trabajadora– contra el movimiento obrero, sus organizaciones, sus locales y sus movilizaciones, buscando aplastarlas y destruirlas, acabar con toda expresión organizada del movimiento obrero y con los derechos de huelga, expresión y manifestación.

Por el momento, no nos enfrentamos a esa situación. No tenemos en Andalucía ni en el resto del Estado, bandas organizadas de camisas pardas, negras o azules que organicen ataques sistemáticos contra el movimiento obrero ni contra las movilizaciones de los trabajadores. Los grupos que podrían organizarlas son, por el momento, marginales. El único embrión de este tipo de bandas de matones son los grupos organizados en Cataluña, y no por Vox, sino por Ciudadanos.

Y, aun si tuviéramos esas bandas, de nada serviría la unidad con el PP y Ciudadanos para hacerles frente. Poco han tardado el PP y Cs en anunciar que están dispuestos a formar gobierno en Andalucía con los votos de Vox. Sería necesario, por el contrario, partir de la unidad de las organizaciones de los trabajadores y de los pueblos de todo el Estado. De la defensa de los republicanos catalanes, aliados naturales de los trabajadores en la lucha contra la Monarquía, la extrema derecha y el fascismo. Como lo fueron en 1936 o en la lucha contra el franquismo.

El huevo de la serpiente

Vox no es otra cosa que un desprendimiento del PP, con un programa que se parece mucho al de la primitiva Alianza Popular, de la que surgió el PP tras el hundimiento de la UCD, que había sido el partido que agrupó a la mayoría de los franquistas –reconvertidos, “milagrosamente”, en “demócratas”– en 1980-82. Y que recupera, también, y tal vez “más a lo bestia”, elementos defendidos hasta ahora por el propio PP. elementos que, además, el nuevo dirigente del PP, Pablo Casado, se inclina, con su “giro a la derecha”, a recuperar.

Cuando Vox habla de “acabar con las autonomías”, recupera la posición de Alianza Popular durante la transición. Habla de anular la Ley de Memoria Histórica, contra la que votó el PP. Habla de dejar de atender en los centros sanitarios a los inmigrantes sin papeles, como hizo el gobierno del PP, una medida que acaba de anular Pedro Sánchez. Habla de limitar el derecho al aborto, como pretendía el ministro del PP Ruiz Gallardón.

El huevo de la serpiente de donde se ha incubado Vox no es otro que el aparato de Estado del régimen, ese aparato heredado del franquismo sin depuración alguna. Circula por las redes una biografía del dirigente de Vox, Santiago Abascal, que explica claramente cómo durante cerca de 20 años fue, no sólo militante del PP, sino representante del mismo en diversas instituciones y parlamentos. Si vemos el perfil de los 12 parlamentarios elegidos en Andalucía, podemos ver cómo entre ellos destacan exjueces, exmilitares, expolicías, es decir, miembros del aparato de Estado.

Por tanto, no puede organizarse, en nuestro país, una oposición organizada a la extrema derecha sin organizar la lucha contra las instituciones del Régimen, en última instancia, la lucha por la ruptura democrática, por la República.

Hay que partir de la defensa de derechos y reivindicaciones

Tras las elecciones andaluzas, tanto CCOO como UGT han hecho un balance en el que señalan la altísima abstención obrera y señalan que las organizaciones de la izquierda han dado la espalda a las reivindicaciones. Tienen razón, aunque algunos señalan que también los dirigentes sindicales comparten la responsabilidad por haber adoptado una política de abandono de las reivindicaciones en pos del “diálogo social”.

La altísima abstención, los votos en blanco y nulos, los votos a pequeñas organizaciones de izquierda (incluso, en cierta medida, el voto a Ciudadanos y Vox) demuestran que existe una enorme indignación social que no encuentra cauce a través de las organizaciones tradicionales de la clase trabajadora ni de las “nuevas” organizaciones.

El lugar de todas las organizaciones obrera está en la defensa de las reivindicaciones, para organizar la indignación social. Esa es, además, la manera de organizar la lucha contra la extrema derecha, desde abajo, desde la realidad cotidiana de la clase trabajadora, de la juventud, de los pueblos. Una lucha que sólo puede organizarse dando la espalda a los cantos de sirena de la “unidad antifascista” con los franquistas del PP y los neofranquistas de Cs. Sólo puede partir de organizar una auténtica respuesta a la enorme indignación social que se ha manifestado en las movilizaciones de los pensionistas y las mujeres, en las movilizaciones de cientos de miles por la sanidad en Andalucía tras el “iluminado” Spiriman. Son movilizaciones que se basan en el día a día de la clase trabajadora, en la defensa concreta de los derechos y conquistas sociales, de los servicios públicos, pero que, en muchos casos, no encuentran cauce en las organizaciones y, en particular, en los sindicatos.

Defender los derechos y las reivindicaciones, defender los servicios públicos y los derechos de sus empleados, combatir para que las organizaciones obreras mantengan su independencia y se pongan a la cabeza de este combate, es la mejor manera de cortar las cabezas de la hidra de la extrema derecha.

Finalmente, una cuestión ha de ser puesta sobre la mesa: los resultados de las elecciones andaluzas demuestran que hay millones de trabajadores y trabajadoras, de jóvenes, que no se identifican con las organizaciones que, al dar la espalda a las reivindicaciones, les han dado la espalda. Es preciso unir fuerzas en los combates inmediatos por las pensiones y por las libertades, para avanzar hacia la puesta en pie de una nueva representación política.

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