No es sólo una nueva crisis bancaria, es la “crisis crónica” del capitalismo

Carta Semanal 931 en catalán

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El pasado viernes 10 de marzo cierra el Silicon Valley Bank (SVB). Dos días después, domingo 12, el Departamento de Servicios Financieros de Nueva York (NYDFS) estadounidense cierra el Signature Bank, sobre el que hay sospechas de ocultación de información. Otros bancos parecen acercarse peligrosamente a la misma situación, como First Republic Bank, Western Alliance, Metropolitan Bank o Customer Bancorp, cuyas cotizaciones bursátiles cayeron el lunes 13 más del 60%. De nuevo una vorágine de crisis bancaria, fuertes caídas en las cotizaciones bursátiles… y pánico general.

El SVB estaba especializado en financiar nuevas empresas tecnológicas (en su jerga, startups), que han tenido grandes ingresos, entre otras causas por la ingente inversión en ellas de capitales riesgo. La enorme liquidez del banco (se habla de 175 000 millones de dólares) se dedicó en buena parte a comprar bonos públicos, cuyo precio se ha hundido por la brutal subida de los tipos de interés impuesta por la Reserva Federal. Cuando los principales clientes del banco retiran masivamente sus fondos, el banco tiene que vender los bonos manifestándose así pérdidas que inicialmente se calculan en 1 800 millones de dólares. Pero la espiral ya está en marcha y se disparan las retiradas masivas de depósitos de banco, hasta 42 000 millones de dólares en diez horas (en 2008, se habían retirado casi 17 000 de Washington Mutual en diez… días).

Ante esta situación, otras fracciones del capital buscan hacer negocio, como el banco británico HSBC, que compra por una libra esterlina la filial de SVB en Reino Unido. Como en otras ocasiones, la crisis propulsará la centralización del capital. La administración estadounidense intenta reaccionar: “estamos tomando medidas decisivas para proteger la economía de Estados Unidos mediante el fortalecimiento de la confianza pública en nuestro sistema bancario” afirman, en una declaración conjunta Jerome Powell, Janet Yellen y Martin Gruenberg, respectivamente presidente de la Reserva Federal, secretaria del Tesoro y presidente de la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (FDIC). Estas medidas son presentadas con la finalidad de evitar “rescates y costes para los contribuyentes” y cubrir los depósitos bancarios superiores al tope de 250 000 dólares respaldado. Pero se dotan 25.000 millones de dólares para ello con el Bank Term Funding Program.

¿Acaso puede ser suficiente esta respuesta? ¿Qué consecuencias tendrá? ¿Se trata de una crisis puntual de un banco menor, sin mayores efectos, o podría desencadenar un cataclismo como el de la quiebra de Lehman Brothers en 2008? ¿Quién pagará la factura? Si este nuevo episodio fuera lo que la propaganda afirma, podría debatirse. Pero se trata justamente de eso, de un nuevo episodio de una crisis mucho más profunda, que viene tan de lejos que sus orígenes se remontan a antes de la crisis que estalla en 2007-2008. Es una suerte de crisis crónica del capitalismo, en el sentido de la sucesión de crisis sin periodos expansivos intercalados entre ellas, ya desde la que estalla virulentamente en los primeros años setenta. Una “crisis crónica” ligada directamente a la inevitable tendencia a la caída de la fuerza impulsora de la acumulación capitalista que es la rentabilidad, tal y como Marx explica en el libro tercero de El capital (cuya sección tercera en particular recomendamos enfáticamente leer), formulándolo como “Ley del descenso tendencial de la tasa de ganancia” (LDTTG).

Por eso, claro que este episodio podrá eventualmente contenerse con la actuación estatal, pero sin modificarse las causas últimas que lo explican y que llevan la discusión a otro terreno.

¿Por qué esta quiebra y qué significa?

Ocurre ahora como en 2007, cuando el impago de las hipotecas subprime fue el detonante de la crisis, pero no su causa de fondo: la quiebra de SVB y sus consecuencias no se deben simplemente a problemas de liquidez por la caída del valor de ciertos bonos, sino que son mucho más profundas y, desde luego, no se van a solucionar con una intervención puntual por parte del gobierno.

En primer lugar, hay que considerar que este modelo de negocio bancario está ligado a un sector empresarial tan volátil e inestable como el de las startups y los fondos de capital riesgo (desde finales de 2002 se acumulan ya más de 250 000 despidos). Ante las dificultades de valorización del capital en las actividades productivas de plusvalor, masas enormes de capitales se vuelcan en las actividades especulativas. La razón de fondo estriba en los problemas de rentabilidad que Marx detectaba (la LDDTG). Por eso mismo él los expone previamente a las cuestiones financieras, que no son la causa de los problemas, sino una respuesta a ellos (la mencionada ley de la rentabilidad), ciertamente desesperada. Razón por la que es tan endeble la idea de que los problemas proceden de una “financiarización” que, si se contuviera, haría posible la solución de los problemas. Tan endeble porque una vez más se apela a la ilusoria idea de un capitalismo bueno, que sería factible limitando al capital malo (especulativo) y promoviendo al capital bueno (productivo). Como si no hubiera una lógica general que rige la acumulación del capital, presidida por la conformación del capital financiero que integra todas las actividades posibles de negocio, desde las productivas hasta las especulativas y pasando por las comerciales, etc.

En segundo lugar, la connivencia de los Estados con esta prácticas, proveyéndolas de cobertura legal. Tras la crisis de 1929, Roosevelt promulgó la ley Glass-Steagall para contener, algo, la especulación financiera. Pero en 1999 Clinton la liquida con la ley Gramm-Leach-Bliley y la nueva ley que Obama promueve en 2010, la Dodd-Frank, es tan modesta que no revierte la situación. Además, Trump modifica algunos aspectos en la línea de una mayor desregulación. Por eso, el SVB tenía las manos libres para ciertas prácticas, al no considerarse “banco sistémico” porque se había aumentado el tamaño para serlo de 50 000 millones a 250 000 y él tenía un balance de 220.000 millones.

¿Qué consecuencias tendrá esto? Por una parte, aún no se puede saber si hay otros bancos que pueden incurrir en situaciones similares, en particular por los lazos que mantuvieran con el SVB. Pero por otra parte, si se sabe ya que hay una factura que pegar. Y aunque Biden haya declarado que no lo va a pagar fundamentalmente la clase trabajadora (él dice contribuyentes), hay distintas vías por las que, con toda seguridad, sí que repercutirá a la mayoría, entre ellas que de un modo u otro se trata de gasto público que hay que financiar, ya sea mediante emisión monetaria (que nunca se lleva a cabo para fin social alguno), ya sea a través de otras políticas del ajuste permanente que exige el mismo capital financiero cuyas prácticas provocan situaciones como ésta que abordamos. No debe olvidarse que el SVB era el 16º del país y que las conexiones con otras entidades tienen grandes ramificaciones que se extienden por todo el mundo.

Y en Europa, ¿qué?

Estas ramificaciones provocan una onda expansiva que se expresa en que la rentabilidad de infinidad de capitales se deteriore por doquier. Por ejemplo, los seis primeros bancos españoles perdieron el lunes casi 12 000 millones de euros en la bolsa.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, declara el miércoles 14 que el sector bancario en España tiene unos niveles de liquidez y solvencia “por encima de la media”. Pero la situación en Europa no está blindada en absoluto y justo entonces se produce el hundimiento en bolsa del banco Credit Suisse, que en pocas horas pierde el 30% de su capitalización bursátil. El día siguiente, jueves 15, el banco anuncia que ha pedido prestados unos 50.000 millones de euros al banco central suizo para “fortalecer de forma preventiva su liquidez”. Todo esto tiene su correspondiente onda expansiva que, entre otros efectos, provoca una caída del 4% en el IBEX 35, acumulando pérdidas los principales bancos españoles de 24 000 millones de euros (el Banco de Sabadell ha perdido 1 800 millones, el 24,5%).

Por supuesto, las autoridades monetarias europeas declaran de forma inmediata que esto no guarda relación con la crisis estadounidense. Pero ya el FMI viene anunciando el riesgo de una explosión financiera del tipo de la de 2007-2008. Actualmente existen en el mundo masas enormes de capitales que buscan oportunidades de inversión y el ámbito financiero especulativo es uno de sus principales destinos, aunque también lo es los sectores que se privatizan o desatienden (véase el artículo de Información Obrera en el que se explica la entrada masiva de fondos de inversión en la enseñanza, particularmente en universidades y formación profesional).

Toda esta situación, propia de las contradicciones crecientes del capitalismo, se agrava por las consecuencias de la pandemia, la guerra de Ucrania y todas las criminales políticas que la acompañan, incluidas las sanciones. Es la expresión misma de la descomposición del modo de producción capitalista.

¡Claro que hay salida, pero no bajo el capitalismo!

Desde finales de 2020 el FMI ha alertado recurrentemente del riesgo de explosión social. No se equivoca. La devastación social que provoca la supervivencia del capitalismo es caldo de cultivo de un malestar cada vez mayor que no deja de expresarse de un modo u otro. Porque la clase trabajadora puede identificarse con un ser vivo que, como tal, tiene instinto de supervivencia y se moviliza por ella. Se extienden así las expresiones de resistencia por todo el mundo. Los planes del capital no pueden aplicarse por estas resistencias.

Es el caso del programado desmantelamiento del sistema público de pensiones en el Estado español, que no ha podido aplicarse, salvo marginalmente, precisamente por la resistencia. De hecho, la última medida es un paso atrás, sólo explicable por la movilización constante de la clase trabajadora promovida por las plataformas en defensa del sistema público de pensiones. Es el caso de la población griega que se levanta ante un trágico accidente de tren, que causa 57 muertos por el total abandono de la red, resultado de los recortes. Es el caso de la movilización en Alemania contra la guerra, como también en otros países. Y es el caso, entre tantos otros, de las gigantescas movilizaciones en Francia contra el ataque a las pensiones del gobierno de Macron, cuyas políticas son desaprobadas por el 80 % de la población.

El capital tiene pánico a toda movilización, consciente de que nada le garantiza poder aplicar una nueva vuelta de tuerca de ajuste, contra las condiciones de vida de la clase trabajadora, al modo como lo hizo tras el estallido de la crisis de 2007-2008. Porque el problema hoy no es un caso particular de crisis bancaria, ni tal o cual medida. El problema es la supervivencia del capitalismo y la barbarie cada vez mayor que supone.

Nosotros tenemos la posición literalmente opuesta: toda la confianza en que la movilización de la clase trabajadora hará posible una salida a los problemas y, como IV Internacional, mantenemos nuestro compromiso incondicional con ella.

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