Carta Semanal 898 en catalán
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La guerra abierta desatada en Europa después de la brutal invasión de Ucrania por parte del ejército de Putin ha sido la gota que ha desbordado el vaso de todas las crisis acumuladas. Porque ni la destrucción de empleo y fuerzas productivas, ni el desastre sanitario agravado por la pandemia, ni la ruptura de la cadena de suministros, ni los ataques a todas las conquistas sociales como las pensiones, los salarios o los convenios colectivos, ni la inflación galopante empezaron el 24 de febrero… En esa fecha se aceleraron pasando al grado de muertes masivas y dislocación del conjunto de las relaciones sociales, políticas, económicas del conjunto del continente europeo, con repercusiones en el conjunto del mercado mundial.
La guerra por los mercados, por el control de la energía y los principales productos alimentarios que libran los EEUU, que con la OTAN someten a todos los gobiernos europeos, y la oligarquía que saqueó la riqueza social en Rusia, tiene un ámbito mundial, porque como bien afirmó la Cumbre de la OTAN del 29 y 30 de junio, el principal rival/enemigo es China. Biden tiene necesidad de someter a Europa para hacer frente a China, en medio de la crisis de descomposición que vive la sociedad norteamericana.
El alineamiento/sumisión de todos los gobiernos de la OTAN a los EE.UU. en su guerra contra Rusia y su guerra comercial contra China va en contra de sus propios intereses. Todo parece indicar que será la industria europea, golpeada por la falta de suministros de energía y con la forzada “transformación verde” quien acentúe su declive.
Desde esta Carta y en todas nuestras publicaciones e iniciativas (como el Encuentro de Madrid del 25 de junio) hemos afirmado y defendido que el único interés de los trabajadores y los pueblos de Europa es rechazar toda Unión Sagrada con los gobiernos belicistas, rechazar los presupuestos de guerra, poner por delante la unidad en defensa de las reivindicaciones más elementales, desde el salario a la libertad sindical y política, en una línea de internacionalismo obrero siguiendo la tradición de éste.
Es la línea de «Guerra a la Guerra», donde no hay bando favorable a los pueblos, porque esta guerra lo es contra todos los pueblos. De entrada, contra el pueblo ucraniano y el ruso.
El objetivo de los Estados Unidos: destruir Europa
Desde el fin de la Primera Guerra Mundial, el objetivo declarado del Estado norteamericano fue reducir Europa y su industria a la mínima expresión y solo la lucha de clases lo impidió.
Después de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos contribuyeron a la reconstrucción de la economía europea y sus estados por temor a la revolución proletaria, en una situación en que la derrota del nazismo arrastró a la burguesías europeas y la clase obrera había emprendido en formas diversas la lucha por el poder.
El deseo de los generales norteamericanos era convertir Alemania (el corazón de la industria europea) en un «campo de patatas». Los planes de reconstrucción, como el Marshall, se desarrollaron bajo el estricto control norteamericano.
Hoy, con un mercado mundial en abierta contracción, el control de este mercado y la brutal disputa por él hace que la administración Biden haya saltado sobre la ocasión para hacer pagar a los países europeos –a su burguesía, y por supuesto a la clase obrera, a sus derechos y conquistas– la política belicista, los presupuestos de guerra, el rearme. El cual no es un instrumento de «desarrollo» de las fuerzas productivas, un elemento que impulse el conjunto de la economía, sino que es un factor agravante de la descomposición del mercado.
La crisis de suministros, la ruptura de la cadena alimentaria, la anarquía del mercado de la energía solo favorece a las grandes empresas, monopolios y multinacionales, a los que los Estados se ven incapaces de controlar, es sin duda la expresión más acabada del caos que representa el capitalismo.
No es casualidad que los problemas se concentren en Alemania, corazón industrial de Europa, con sus relaciones estrechas con todos los países limítrofes (Eslovenia, República Checa, Austria, Suiza…) y con el conjunto de la industria europea hoy amenazada.
La profunda desgarradura que atraviesa las instituciones del estado burgués alemán y de todos sus partidos tiene esta base material. No es objeto de esta carta realizar un estudio detallado, pero podríamos resumirlo en lo que plantea Oskar Lafontaine (dirigente que ha roto con Die Linke y participa en un nuevo agrupamiento que cuestiona la política de rearme del canciller socialdemócrata Scholtz).
En efecto, hace unas pocas semanas declaró: «Putin se frota las manos, porque las sanciones le llenan la caja. Los llamativos anuncios del ministro de la desindustrialización Habeck, según el cual se podrían conseguir nuevos suministradores de energía de Catar, solo son viento (…) El objetivo de la política americana es impedir la conjunción de la tecnología alemana y las materias primas rusas».
Lafontaine resume en pocas palabras, en una lógica económica racional, que las relaciones de intercambio entre países productores de materias primas y países industrializados serían normales. Pero el capitalismo no es racional, la búsqueda del beneficio, la lucha por combatir la bajada de la tasa de beneficio, el intento por apoderarse de toda la plusvalía –motor de la lucha de clases– en suma, la guerra por el control de los mercados destruye toda lógica económica racional. Señala en última instancia la necesidad de reorganizar la sociedad con un nuevo eje, o sea la necesidad de expropiar los medios de producción, distribución y cambio.
En este sentido nunca los pueblos de Europa después de la Segunda Guerra Mundial han estado tan unidos en cuanto a problemas a resolver, pero es imposible hacerlo en un marco nacional, y solo es posible en una perspectiva de Estados Unidos Socialistas de Europa, que acabe con el poder de los gánsteres de las multinacionales, de los corruptos oligarcas y de los gobiernos e instituciones a su servicio.
La caída de Draghi, un síntoma para todo el continente
El 20 de julio cayó el gobierno Draghi. Gobierno formado en febrero del 2021, que no fue el producto de unas elecciones sino de un acuerdo entre los partidos desde la extrema derecha al PD (antiguo PCI).
Como analizó el New York Times días después, «Una nueva etapa de caos político en un momento de periodo crítico de la Unión Europea» Draghi, ex presidente del BCE, era una autoridad europea en la defensa de las instituciones y el euro.
Se presentó en Italia como el garante de las «reformas» a aplicar, o sea de la puesta en práctica de un plan de austeridad que acabaría con los derechos conquistados por los trabajadores italianos e incluso con la lucha por la paz y las libertades. No hay que olvidar que la Constitución italiana de 1947 afirma solemnemente «Italia no participará nunca más en una guerra.»
Italia ha sido el país donde ha habido huelgas en los puertos –Génova, Livorno…– contra el envío de armas, en que el 52 por ciento de la población es partidaria de la paz «sin condiciones» según cifras oficiales.
Draghi participó junto con otros 30 gobernantes en la Cumbre de la OTAN el 29 y 30 de junio en Madrid. Y todos –de buena o mala gana– aceptaron el dictado de Biden. Dictado contradictorio con el sentir de los pueblos, en particular del pueblo italiano… Draghi cayó como producto de esta contradicción, lo cual incluye los múltiples vericuetos de la política italiana, y en particular el hundimiento total de los partidos tradicionales y en particular los llamados de izquierda (lo cual electoralmente en lo inmediato no puede dar más que una “victoria» electoral a la extrema derecha). A diferencia de Francia o España, en que hay regímenes de origen bonapartista o fascista, en Italia hay instituciones que traducen el voto popular, expresando el caos.
Pero un mes después de la unanimidad de Madrid en junio, ¿qué gobierno europeo no está en crisis? La sumisión a los dictados de Biden no resuelve ningún problema, ni unifica. Al contrario, aumenta la crisis y descomposición en cada país.
Resistencia y reorganización
En pleno verano, son incontables los elementos de resistencia, no solo de los trabajadores, sino de los sectores medios atenazados por las consecuencias de la crisis, como los agricultores en Holanda, en Alemania o en el Estado español. Sería largo detallar el panorama a nivel continental y en cada país.
Pero hay lecciones comunes:
– En ningún país la clase obrera está derrotada
– Los dirigentes sindicales y políticos llamados de izquierda se encuentran con inmensas dificultades para imponer la «Unión Sagrada» con el capital o su traducción social, como en España el “Pacto de Rentas”. En muchos casos, como en Francia, todos los sindicatos se pronuncian contra la reforma del sistema público de pensiones.
– Desde los gobiernos, son en particular los partidos socialdemócratas o que usurpan el nombre del socialismo, los que están en cabeza de la política belicista arrastrando a los partidos «verdes», y en la mayoría de los casos a las nuevas formaciones: Podemos, Bloco (Portugal,) Syriza…
– En estas condiciones el surgimiento de movimientos de ruptura ligados al impulso de la movilización es un elemento determinante.
La NUPES en Francia, que prepara una Marcha sobre París en octubre por las reivindicaciones, el sector de Die Linke que se opone a los presupuestos de guerra y prepara una Conferencia en octubre, la constitución en Roma el 9 de julio de un movimiento «Verso la Unione Popolare» dirigido por el exalcalde de Nápoles, etc. son algunos de estos signos de reorganización del movimiento obrero.
En esta perspectiva damos continuidad a la Conferencia de Urgencia contra la Guerra del 9 de abril, y al Encuentro Obrero Europeo del 25 de junio en Madrid.