(Publicado en la Carta Semanal 574)
Las manifestaciones del 1 de mayo han contado con una presencia limitada de trabajadores y trabajadoras, y no sólo por darse en medio de un “puente”, sino como muestra de que ni siquiera los delegados y cuadros han visto la convocatoria como un llamamiento a defender los derechos. No ven por ningún lado que los dirigentes sindicales estén organizando la acción para detener al capital, para lograr un gobierno que satisfaga las reivindicaciones. Y esto vale, incluso reforzado, para los sindicatos “rojos”.
Algunos se apoyarán en la baja participación para defender las trasnochadas tesis del “fin del sindicalismo”. Sin ir más lejos, el suplemento de Economía de El País abre su portada con un titular “El fin de una era sindical” y dedica cuatro páginas a “analizar” cómo deberían –según ellos- ser los sindicatos del siglo XXI, incluyendo un editorial que insiste en la necesidad de “cambios”.
No seremos nosotros quienes neguemos la necesidad de cambios en el funcionamiento y la orientación de nuestras organizaciones sindicales, aunque, evidentemente, los cambios que defendemos son diametralmente opuestos a los que defienden los voceros del capital financiero y del aparato de Estado.
Pero antes de entrar en esa cuestión, creemos necesario señalar dos cuestiones que esos “sesudos analistas” olvidan (o, más bien, ocultan) sistemáticamente.
La primera es que la clase trabajadora se aferra a sus organizaciones para defender sus conquistas y recuperar sus derechos. Ahí están las huelgas de transportes en Zaragoza o Barcelona como prueba. Y el hecho de que las reformas laborales no han conseguido acabar con la negociación colectiva, como pretendían, por la resistencia de la clase y de sus sindicatos. Y ni los ataques del Gobierno en toda la línea, ni las campañas sistemáticas, masivas, de denigración de los sindicatos en todos los medios de comunicación, por parte de “expertos” generosamente retribuidos han conseguido mellar sustancialmente la afiliación, ni los delegados de CCOO y UGT.
La segunda es que poco hay de nuevo en los “nuevos fenómenos” que describen los “sesudos analistas”. En 1938, el Programa de Transición, documento fundacional de la IV Internacional, ya recordaba que “Los sindicatos, aún los más poderosos, no abarcan más del 20 al 25 de la clase obrera y por otra parte, sus capas más calificadas y mejor pagadas”.
El pesado lastre del “diálogo social”
La pasada semana, Pepe Álvarez, el recién elegido secretario general de UGT, intervenía en un curso organizado por la Asociación de Periodistas de Información Económica (APIE), y expresaba sus dudas sobre el diálogo social como “único elemento de avance” y señalaba que si el sistema se convierte, “como se convierte en estos momentos”, en una “rémora” que sólo sirve para hacer retroceder a los trabajadores y pone en las puertas de juzgados a 300 sindicalistas, es un sistema “que no sirve y es necesario un replanteamiento por parte del sindicato”. Álvarez, en su intervención, ironizaba con la “foto fantástica” de los dirigentes sindicales con el Gobierno con motivo de la aprobación de las ayudas de 426 euros para parados de larga duración, y dijo que “no se merecía”.
Que nadie se llame a engaño. Álvarez no se ha lanzado a las trincheras. Él mismo se apresuró a añadir que en el sindicato no se van a convertir en “antisistemas”, para negar tener voluntad de “confrontación”, pero sí “voluntad de acuerdos con sustancia que sirvan para mejorar la vida y las condiciones de trabajo”. Y añadió que, en su opinión, la concertación fue positiva “durante bastantes años” y resultó “útil para los gobernantes”, pero conllevó un desgaste para los sindicatos. También dijo que si se dan las condiciones pertinentes, era partidario de volver a una concertación “positiva”, en la cual se deberán introducir “elementos de control”, y que era partidario de potenciar la movilización para conseguir mejores acuerdos.
En todo caso, el debate sobre la política de diálogo social está abierto, e incluye el papel de los acuerdos como elementos de desgaste sindical y de apoyo a los gobernantes. Una cuestión fundamental dentro de los sindicatos.
Nuestra posición al respecto es clara: el diálogo social no puede confundirse con la negociación colectiva. Es un elemento de integración de las organizaciones sindicales en la labor destructora de los gobiernos y debilita y desorganiza a los sindicatos. Porque en la negociación colectiva cada clase batalla con su plataforma y el diálogo social arranca siempre de una declaración de objetivos comunes, que en definitiva son los del capital y las razones de Estado.
La cuestión de la democracia
El Secretario General de UGT añadió en su discurso una segunda reflexión: según él, el sindicato se ha “institucionalizado demasiado” en los últimos años, y añadió que su intención es someter a referéndum de los delegados los acuerdos que se alcancen con los gobiernos y las patronales antes de ser rubricados, de forma que “la organización tendrá que discutir y hablar, argumentar con los 90.000 delegados que quieran conocer el tema”. También expresó que el sindicato debe ser “como quieren los trabajadores, un elemento que visualicen de manera positiva”, por lo que ha defendido la necesidad de recuperar “el carácter que siempre han tenido las organizaciones sindicales”, de la mano de los jóvenes.
Sin duda, la recuperación de la democracia sindical es una necesidad para que las organizaciones puedan defender en mejores condiciones a la clase trabajadora y sus reivindicaciones. El libre debate entre el conjunto de delegados y afiliados sobre los acuerdos a firmar es un paso fundamental en esa vía. Los referéndum pueden ser útiles pero difícilmente pueden sustituir la discusión en asambleas de delegados y delegadas, de los afiliados en las secciones sindicales y la decisión en las instancias. Y desde luego no queda claro que la reducción al mínimo de Federaciones e instancias democráticas –que ha llevado a cabo UGT y que está en vías de hacer CCOO- sea un paso que vaya en esa dirección.
La intervención política de los sindicatos
Por quinto año consecutivo, el 1 de mayo se celebra bajo un gobierno del Partido Popular, enemigo jurado de la clase trabajadora, de sus derechos y conquistas. Como señalábamos en la Carta Semanal anterior, la principal responsable de que esto haya sido así este año ha sido la política de la dirección del Partido Socialista de pacto con la derecha y negación de los derechos de los pueblos, con la colaboración indispensable de Pablo Iglesias. ¡Qué diferente habría sido el clima de las manifestaciones si se hubiera constituido un gobierno con un compromiso firme de derogar las contrarreformas laborales y los recortes sociales, de derogar la LOMCE, la Ley-Mordaza, el 315.3, el decreto 3+2…!
Los discursos de los dirigentes en las distintas manifestaciones, no han podido cerrar los ojos a esta cuestión. En general, han sido discursos más “agresivos” y más “de izquierdas” que otras veces. Pepe Álvarez decía que “en mi primera intervención en Madrid representando a UGT, el mensaje es de compromiso, de lucha sin límite (…) se acabó lo de que no hay dinero, aquí hay que repartir el dinero que hay”. Incluso se habló de nuevo de huelga general.
En Madrid, en Barcelona, como en Valencia, Sevilla, los discursos pusieron en el centro la necesidad de un gobierno de izquierdas que dé satisfacción a las reivindicaciones que vienen repitiendo los sindicatos (reformas laborales, Subida del SMI, plan de choque para el empleo…) y de la necesidad de exigirlas a los candidatos.
Ahora bien, los dirigentes de UGT y CCOO llevan meses repitiendo esas propuestas, pero lo que ha faltado y sigue faltando es apoyarlas en un verdadero plan de movilizaciones. Los dirigentes se han negado a llevar a la práctica las resoluciones de instancias y congresos de exigir la formación de un gobierno “de izquierdas” por medio de la movilización. Y ahora se enfrentan al peligro, anunciado ya por algunas encuestas, de que el desencanto lleve a la abstención, y ésta a una victoria de la derecha que dé lugar a un gobierno PP-Ciudadanos.
¿No deberían los sindicatos llamar a las demás organizaciones de los trabajadores para organizar una gran movilización que pusiera sobre la mesa la necesidad de unidad para echar al PP y formar, cuanto antes, un gobierno que dé satisfacción a las principales reivindicaciones?
Más en general, la situación requiere organizar la más amplia campaña en todo el movimiento obrero, en todas las organizaciones de los trabajadores, por la ruptura con las exigencias del capital, con las derechas… por la lucha común en defensa de los derechos de los trabajadores y de los pueblos.