(Publicado en la Carta Semanal 640)
El 26 de julio pasado, las direcciones de UGT y CCOO hicieron públicas declaraciones en las que daban por muerto el posible acuerdo sobre negociación colectiva con las patronales CEOE y CEPYME. Al mismo tiempo, destacados dirigentes de ambas organizaciones hablaban de la necesidad de reemprender negociaciones para un nuevo ANC en 2018. Tal parece que algunos sólo sepan tocar la flauta en el solo agujero del mal llamado “diálogo social”.
Según se ha dado a conocer, no parece que hubiera diferencias insalvables entre los negociadores de UGT y CCOO y los de CEOE y CEPYME en lo que respecta a subidas salariales: los representantes sindicales proponían subidas situadas entre el 1,8 y el 3%, en tanto que las Patronales hablaban de una horquilla entre el 1,2 y el 2%, más un 0,5% adicional “en función de las circunstancias de cada sector” (lo que daría entre el 1,7 y el 2,5%). Las discrepancias que han llevado –según han declarado ambas partes– a que no se firmara el ANC 2017 han estado en la introducción –o no– de una cláusula de revisión de las subidas salariales, vinculada a la inflación.
A este respecto, ambas patronales hicieron público el 25 de julio un documento titulado “reflexión final ante el acuerdo para el empleo y la negociación colectiva”, en el que decían lo siguiente: “los incrementos salariales deben venir por la productividad, la competitividad y la mejora de los márgenes empresariales. Ya nunca más tendrán nada que ver con la inflación”. El comunicado difundido por CCOO respondía que la cláusula de revisión en función de la inflación “para los sindicatos tiene un valor conceptual y práctico y que trasciende la coyuntura de esta negociación”.
Tienen toda la razón los sindicatos en defender la cláusula de revisión ligada a la inflación real, puesto que sin ella no se garantiza que el poder de compra de los salarios se mantenga. Aunque habría que preguntarse, entonces, por qué se ha renunciado a ella durante los últimos años de “crisis”. La pretensión de la patronal, por su parte, se apoya en la renuncia de estos años para eternizar la eliminación de la cláusula, y presentar una propuesta que permitiría subir los salarios sólo donde haya aumentos de productividad, embolsándose ellos las subidas de inflación.
Tras el fiasco de la negociación, el comunicado emitido por CCOO decía que la actitud de la patronales “devalúa el proceso de diálogo social y asesta un duro golpe a la credibilidad de sus interlocutores, un hecho que nos provoca una profunda duda sobre futuros escenarios de concertación, lo que no modifica nuestro convencimiento sobre la necesidad del diálogo social, aun en otro escenario y ámbito de negociación, como herramienta para combatir la precariedad y la desigualdad”.
Ahora bien, creemos lícito preguntarse en qué se basa ese “convencimiento de la necesidad del diálogo social”, a la luz de los hechos.
El Diálogo Social nada tiene que ver con la negociación colectiva
Quienes defienden la necesidad de lo que llaman “diálogo social”, hacen referencia a la necesidad de la negociación como parte esencial de la acción de los sindicatos. Pero la negociación como arma de la acción sindical no es sino el mecanismo de convertir las reivindicaciones obreras, apoyadas en la movilización, en acuerdos o convenios colectivos de obligado cumplimiento, es decir, de hacer realidad las reivindicaciones. La negociación parte de la lucha de clases, por tanto, de la existencia de intereses contradictorios entre el trabajo y el capital.
El “diálogo social”, como se llama ahora a lo que siempre se ha llamado “pacto social”, parte de la supuesta existencia de “intereses comunes” entre los asalariados y sus explotadores, y se convierte en un medio de aplicar las políticas del capital financiero y sus gobiernos, con acuerdo de los dirigentes de las organizaciones obreras. El ejemplo reciente más claro es el ASE, acuerdo firmado en febrero de 2011 por gobierno, patronal y sindicatos, por el que, en particular, se atrasaba la edad de jubilación y se rebajaba la cuantía de las pensiones.
Convertir las reivindicaciones, apoyadas en la movilización unida, en acuerdos de obligado cumplimiento fortalece la conciencia de los trabajadores y trabajadoras, y fortalece también a sus organizaciones. Sentarse con patronal y gobierno a acordar cómo se aplican los planes del capital financiero debilita a la clase y en especial a sus organizaciones. Las consecuencias del ASE en pérdida de afiliación y de influencia de UGT y CCOO lo demuestran.
El marco del Diálogo Social
En la defensa de su Informe General ante el Congreso Confederal de CCOO, Ignacio Fernández Toxo explicaba con claridad cuál era la situación en que se desarrollaba el “diálogo social” con el gobierno del PP. Desde el primer momento, el gobierno Rajoy dejó claras las condiciones de ese supuesto diálogo: en él no se iban a tocar las “reformas que funcionan” (presididas por la Reforma Laboral), ni se iban a tocar las “políticas de austeridad”, es decir, los recortes sociales y de la inversión pública. Pero entonces, ¿qué reivindicaciones obreras se iban a llevar a ese diálogo? Aceptando ese marco de desarrollo, ¿cómo demonio se puede pretender que se convierta en la “herramienta para combatir la precariedad y la desigualdad” a que hace referencia el comunicado de CCOO que citábamos antes?
Para el gobierno del PP, es una situación perfecta. Mantiene a los dirigentes de las principales organizaciones obreras sentados a la mesa de negociación con él, ante el desconcierto de la clase trabajadora y de buena parte de los sindicalistas ante las fotos en las que ambas partes, todo sonrisas, hacen pública su voluntad de “dialogar”, y se asegura la desmovilización que permite su continuidad en el poder.
Así puestos, el gobierno del PP no tuvo inconveniente alguno en poner en pie hasta 13 mesas de “diálogo”, de las cuales sólo salió un mísero acuerdo por el que apenas 200.000 desempleados de larga duración han recibido una ayuda de 426 euros durante unos meses. ¿Qué pasó con las 12 mesas restantes? Aún esperamos noticias.
Los derechos y reivindicaciones se conquistan y recuperan con la movilización
Quien espere que la precariedad y la desigualdad se corrijan, que los recortes sociales y democráticos se reviertan, que las contrarreformas se deroguen y que las reivindicaciones se conquisten a través de las mesas de “diálogo” con el gobierno del PP y la patronal (o de mecanismos de “diálogo y consenso institucional” como el pacto de Toledo), puede esperar sentado.
La experiencia –incluida la experiencia de años de “diálogo social”– nos dice que derechos y reivindicaciones sólo pueden ser conquistados por medio de la movilización unida de la clase trabajadora y sus organizaciones. Hay quienes manifiestan su acuerdo con esto y proponen un diálogo social “basado en la movilización”. No parecen haber aprendido mucho de la experiencia de estos años. La clase trabajadora está, sin duda, dispuesta a movilizarse. Pero se retrae ante movilizaciones cuyos objetivos no ve claros. Muchos trabajadores y trabajadoras, y muchos activistas, se lo piensan dos veces antes de unirse a movilizaciones para llegar a acuerdos con el PP en lugar de para obligarle a ceder y para echarlo del gobierno. Esperan un “NO es NO” sindical. En ese sentido, mantener la apuesta por el “diálogo” con el Gobierno Rajoy y las patronales es incompatible con la verdadera movilización que la clase obrera necesita.