(publicado en la Carta Semanal 481)
La flor y nata de la “izquierda de la izquierda” ha suscrito y hecho público un manifiesto bajo el título de “última llamada” y el subtítulo “esto es más que una crisis económica y de régimen: es una crisis de civilización”. No falta ninguna de las fuerzas destacadas de esa “izquierda de la izquierda” (excepto a nuestro a entender, las CUP de Cataluña). IU y el PCE están representadas por Cayo Lara, Alberto Garzón y José Luis Centella, entre otros. Por PODEMOS lo firman Pablo Iglesias, Teresa Rodríguez y Juan Carlos Monedero. Por Izquierda Anticapitalista Raúl Camargo y Alberto García-Teresa. Joan Herrera por ICV, Javier García por el SAT, Xose Manuel Beiras y Yolanda Díaz por Alternativa Galega de Esquerdas, Ana Miranda por el BNG, Teresa Forcades por Procès Constituent, Ada Colau, y dirigentes y militantes de CNT, Solidaridad Obrera, ESK..
¿Cuál es el contenido de ese manifiesto? No es otro que la línea reaccionaria neomaltusiana del “decrecimiento”: “los ciudadanos y ciudadanas europeos, en su gran mayoría, asumen la idea de que la sociedad de consumo actual puede ‘mejorar’ hacia el futuro (y que debería hacerlo). Mientras tanto, buena parte de los habitantes del planeta esperan ir acercándose a nuestros niveles de bienestar material [pero] la vía del crecimiento es ya un genocidio a cámara lenta”
¿Decrecimiento o barbarie?
Según esta línea argumental, el obstáculo para el desarrollo material, para la satisfacción de las necesidades más elementales de las masas de los países coloniales y semicoloniales, y para la recuperación de las conquistas sociales en los países capitalistas más avanzados no es el régimen de propiedad privada de los medios de producción, sino “los límites del planeta”. En 1915, la revolucionaria Rosa Luxemburg dijo que la alternativa para la Humanidad era “socialismo o barbarie”. El manifiesto “Última llamada”, por el contrario, dice que “para evitar el caos y la barbarie hacia donde hoy estamos dirigiéndonos, necesitamos una ruptura política profunda con la hegemonía vigente, y una economía que tenga como fin la satisfacción de necesidades sociales dentro de los límites que impone la biosfera, y no el incremento del beneficio privado”. Y añade que “es fundamental que los proyectos alternativos tomen conciencia de las implicaciones que suponen los límites del crecimiento y diseñen propuestas de cambio mucho más audaces”, y que “un nuevo ciclo de expansión es inviable: no hay base material, ni espacio ecológico y recursos naturales que pudieran sustentarlo”.
Por tanto, si el planeta no puede soportar un mayor crecimiento ecológico y, por el contrario, debe decrecer, porque las políticas del “capitalismo keynesiano” “nos llevaron, en los decenios que siguieron a la segunda guerra mundial, a un ciclo de expansión que nos colocó en el umbral de los límites del planeta”, los deseos de mejora material de las clases trabajadoras de los países más atrasados chocan con la lucha de los trabajadores y trabajadoras de los países capitalistas más avanzados por recuperar los derechos y salarios que les han arrebatado los capitalistas. Y ambas exigencias chocan, a su vez, con “los límites del planeta”. ¿Son, por tanto, reivindicaciones reaccionarias que nos llevan al desastre, a un “genocidio a cámara lenta?
Nos dice el manifiesto que “necesitamos construir una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna a una enorme población humana (hoy más de 7.200 millones), aún creciente, que habita un mundo de recursos menguantes”. Una afirmación que podemos considerar heredera directa de la teoría del pastor protestante Thomas Malthus, y que llevaría a las clases trabajadoras a renunciar a toda mejora de su situación. Como dice el manifiesto “van a ser necesarios cambios radicales en los modos de vida, las formas de producción, el diseño de las ciudades y la organización territorial, y sobre todo en los valores que guían todo lo anterior”.
¡Ay! La lucha de clases
“Esto es más que una crisis económica y de régimen: es una crisis de civilización” proclama el subtítulo del manifiesto. Debemos concluir, por tanto, que no se trata de una crisis del régimen basado en la propiedad privada de los medios de producción, y que su solución no está en el derribo de ese régimen. Que los daños al medio ambiente no son el resultado, precisamente, de la descomposición del capitalismo. No, derribar el capitalismo no solucionaría los graves problemas de la Humanidad. Llevamos desde 1914 oyendo a toda clase de dirigentes que no es posible, no es necesario, no es la solución, derribar al capitalismo. Ahora este manifiesto nos ofrece, una vez más, la misma cantinela de siempre, pero con otra música.
La mayoría de esas manifestaciones sustituye el marxismo por la doctrina social de la Iglesia, la lucha de clases por la lucha “contra las injusticias”, la socialización de los medios de producción por el “reparto de la riqueza”. Última llamada no es una excepción a esta regla. Nos dice que “Además de combatir las injusticias originadas por el ejercicio de la dominación y la acumulación de riqueza, hablamos de un modelo que asuma la realidad, haga las paces con la naturaleza y posibilite la vida buena dentro de los límites ecológicos de la Tierra”.
El maltusianismo lo resucitó hace algunas décadas el Club de Roma, cuyo capítulo español preside La Caixa, con el apoyo de Gas Natural, Prisa y “demócratas” como los ministros franquistas Robles Piquer y Mayor Zaragoza. En su comité de honor están los Reyes, Aznar, Felipe González, Solana, Rato… El Club de Roma fue considerado siempre como un invento del capital para atacar las conquistas y reivindicaciones de los trabajadores. De hecho, sus teorías han sido soporte de todas las políticas de austeridad y recortes, que dicen a los parados y precarios que “viven por encima de las posibilidades”. Con este manifiesto le han puesto una funda nueva, de “izquierdas”, que no hace otra cosa que justificar la destrucción de derechos.
El manifiesto lo firman diversos dirigentes ecologistas. Es coherente con su ideología, que actúa como instrumento del capital para desviar la lucha de clases hacia metas “ecológicas”, y que no impide a los diversos partidos verdes gobernar en Francia o en Alemania privatizando y destruyendo conquistas sociales. Lo que preguntamos es cómo gentes que se dicen partidarios del marxismo, del comunismo, suscriben un manifiesto en el que no están presentes ni la división de la sociedad en explotadores y explotados, clase trabajadora, ni sus intereses propios y contrapuestos a los de la clase capitalista, ni la lucha de clases, por tanto, ni la expropiación del capital, premisa indispensable para el desarrollo de la Humanidad.
Entre el barbudo Marx y el pastor evangélico Malthus, han elegido al segundo. Que les vaya bien. Por nuestra parte, seguimos defendiendo que el motor de la Historia es la lucha de clases, y que lo único que puede salvar a la Humanidad de la catástrofe (social, material y ecológica) a la que la lleva el sistema capitalista es la expropiación del capital, la socialización de los medios de producción, el socialismo. En primer lugar, los derechos y las reivindicaciones de los trabajadores son legítimas, y como acaba de declarar la UGT, “si no se mejora el poder adquisitivo de los salarios, no habrá recuperación”. Las organizaciones de los trabajadores deben hacer oídos sordos a esos ideólogos de la destrucción económica y social.