Carta Semanal 952 en catalán
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A 85 años de la creación de la IV Internacional y 83 años del asesinato de Trotsky:
la necesidad de la organización política independiente de la clase trabajadora
El 3 de septiembre de 1938 se fundó la IV Internacional en la localidad francesa de Périgny, próxima a París. Menos de dos años después, el 20 de agosto de 1940, un agente estalinista atentó mortalmente contra Trotsky, quien falleció el día siguiente. Entre medias, el 1 de septiembre de 1939 se inicia la Segunda Guerra Mundial, nueve días después del ignominioso pacto entre Hitler y Stalin.
¿Tenía sentido constituir una nueva Internacional obrera?
La derrota de la Comuna de París en mayo de 1871 fue uno de los detonantes de que languideciera la I Internacional, fundada con la participación del propio Marx en 1864 en Londres (él redactó sus estatutos y su manifiesto inaugural, como también había redactado, con la colaboración de Engels, el programa de la Liga de los Comunistas en 1848: el Manifiesto del Partido Comunista). Esta Internacional desaparece definitivamente en 1876, pero en 1889 se crea la II Internacional en París, con la participación de Engels. La bancarrota de esta Internacional se certifica el día 4 de agosto de 1914, cuando todos los diputados del partido obrero alemán votan a favor de los créditos de guerra, rompiendo con todas las resoluciones de la Internacional sobre cómo actuar en tal caso, y alineándose así con los intereses imperialistas de la burguesía alemana (en la votación para su renovación en diciembre, Liebknecht sería el único diputado en oponerse). La misma línea que el SPD siguen la mayoría de partidos de la Internacional. En marzo de 1919, al calor de la Revolución rusa, se constituye la III Internacional, con la destacada participación de Lenin y Trotsky.
En el Manifiesto, Marx ya consigna el carácter internacional de la lucha de clases, aunque adopte formas nacionales. De ahí se deriva la necesidad de un agrupamiento político de la clase trabajadora que vaya más allá de las fronteras nacionales, una Internacional, un partido obrero mundial. Esta necesidad era especialmente acuciante en 1938, en un contexto presidido porque, sin haber salido apenas de la llamada crisis del 29, la pugna interimperialista por el mercado mundial conducía a una nueva guerra de carácter mundial. Es decir, cada burguesía se aprestaba a intentar alinear con sus intereses al movimiento obrero de su país, orientándolo hacia el siniestro callejón de la unión sagrada, para enfrentar a muerte, literalmente, a la clase trabajadora de cada país con la clase trabajadora de otros países. Ante ello, ¿en 1938 podía cubrir la III Internacional la acuciante necesidad de la clase obrera de oponerse a la guerra y de luchar por sus derechos que, entonces como ahora, son dos caras de la misma moneda?
La respuesta es clara a la luz de los hechos: la estalinización de la III Internacional le impedía defender los intereses de la clase trabajadora y, partiendo del combate contra la guerra, luchar por la superación del capitalismo, para abrir el camino del socialismo a través de una ruptura revolucionaria. Se había verificado ya que el eslogan del “socialismo en un solo país”, abrazado por Stalin desde 1925, consistía en realidad en una colaboración por pasiva y por activa con las potencias imperialistas y, por tanto, contra la revolución. Como se verificó en su responsabilidad en las derrotas de la Revolución china en 1927, de la clase obrera alemana culminada en 1933 y de la Revolución española en 1936-39.
En 1938, el capitalismo llevaba a una sistemática destrucción de fuerzas productivas y la clase trabajadora carecía de la representación política que le sirviera de instrumento en su lucha: “la situación política mundial del momento se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado. La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar balo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer”. Es el inicio del Programa de Transición, documento programático fundacional de la IV Internacional.
El capital, en la actualidad, ¿ofrece algo distinto que en 1938? Pandemia, inflación, guerra…
En 2012, cinco años después del estallido de la crisis en 2007, a la declaración de Mario Draghi, presidente entonces del Banco Central Europeo, de hacer “todo lo que sea necesario para preservar el euro”, se le atribuyó no sólo la salvación de la moneda, sino ser el punto de inflexión para la salida de la crisis. En los años siguientes fue cuajando la idea, promovida desde las instituciones del capital, de que la crisis había quedado atrás. Sin embargo, desde 2018 el FMI alertaba de “nubes en el horizonte”. Es decir, reconocía, implícitamente, la situación de crisis crónica que padece el capitalismo, ligada a la ley del descenso tendencial de su fuerza motora, la rentabilidad, la tasa de ganancia; una tendencia que puede contrarrestarse, pero cada vez con más dificultades y, en todo caso, aumentando la explotación laboral, es decir, atacando las condiciones de vida de la clase trabajadora.
La OMS reconoce que, sólo en 2020 y 2021, las personas muertas por covid-19 alcanzaron la cifra de 14,9 millones y el FMI que el producto mundial cayó un 3,3% en 2020. La pandemia, que es el impacto social del virus, ocurrió así porque la política que exige el capital financiero atacó la sanidad pública, para desvalorizar la fuerza de trabajo, también a través de la reducción de este salario, y buscando proveer de nuevos espacios de mercado al capital.
En los últimos meses, irrumpe de nuevo la inflación, cuya principal consecuencia es la reducción del poder adquisitivo de la clase trabajadora y, por tanto, el empeoramiento de sus condiciones de vida (salvo que el salario nominal crezca al menos lo mismo que los precios, lo que depende de la lucha que la clase despliegue). Según la OCDE, entre 2021 y 2022, los salarios cayeron en términos reales en 35 de los 38 países. Además, las “políticas antiinflacionarias” que se imponen, subiendo los tipos de interés, agravan aún más la situación.
Y desde febrero de 2022, la guerra contra el pueblo ucraniano (y contra el ruso y contra todos los pueblos del mundo): “el gasto militar mundial total aumentó un 3,7% en términos reales en 2022, hasta alcanzar un nuevo máximo de 2,24 billones de dólares”. Detrás de cada uno de los dos bandos se encuentran los respectivos grupos de propietarios capitalistas, cuyos privilegios tienen como otra cara los padecimientos de la mayoría de la población, la que vive de su trabajo. Al servicio de los capitalistas se disponen plenamente los respectivos Estados: el ruso para los oligarcas rusos que parasitan las riquezas del país; el estadounidense para los capitalistas de allí con sus multinacionales, igualmente parásitas, con el añadido de que su maquinaria imperialista le permite disciplinar a su servicio a la mayoría de los demás Estados, incluidos en particular los de la UE.
…es una suerte de crisis crónica del capitalismo
¿Cómo caracterizar la situación? Es la barbarie, que ya está en curso, de modo que el viejo dilema “socialismo o barbarie”, más bien adopta hoy la forma de “socialismo o más barbarie”, más profundización en la barbarie que ya está instalándose.
Según los portavoces del capital, siempre habría un “factor externo” causante de los problemas económicos, por tanto ajenos al propio capitalismo. ¿Qué hay detrás de la sucesión de crisis a las que no siguen períodos expansivos? En su trayectoria histórica, el capitalismo llegó a su estadio imperialista, cuya concreción última son las tensiones cada vez mayores sobre las fuerzas productivas hasta su destrucción, cada vez más sistematizada. Es la crisis crónica del capitalismo.
El capitalismo no es reformable porque sus problemas los provocan las propias leyes que lo rigen. Unas leyes que lo llevan inexorablemente a una trayectoria cada vez más contradictoria, que provoca una destrucción económica y regresión social incompatibles con la preservación de las conquistas democráticas.
Según datos de Oxfam, “durante la pandemia, ha surgido en promedio un nuevo milmillonario en el mundo cada 30 horas. La otra cara de esta realidad es que, en el mismo tiempo que se necesita en promedio para que surja un nuevo milmillonario, un millón de personas podrían verse arrastradas a la pobreza”. ¿Algo imprevisto? En absoluto. Lo detectó y formuló Marx hace ya ciento cincuenta y seis años, en El capital, como Ley general de la acumulación capitalista, “que produce una acumulación de miseria proporcionada a la acumulación de capital” (Marx, 1867: 805). Ya que “la acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital” (ibidem). Es decir, la supervivencia del capitalismo provoca sufrimiento en capas cada vez más amplias de la sociedad.
“Contra el oportunismo y el revisionismo sin principios, contra el sectarismo”: por una auténtica representación política de la clase trabajadora
Sin organización no hay salida para la mayoría de la población, que es la clase trabajadora. En 1938 las grandes corrientes del movimiento obrero colaboraban, cada una a su manera, con el imperialismo. Sin duda el factor determinante para encontrar la salida positiva al desastre mundial que representa la supervivencia del sistema de producción capitalista es la cuestión de la organización. Asistimos al mismo tiempo a una brutal crisis de descomposición política de las organizaciones que se reclaman de la clase obrera, en particular por su sumisión a la política de guerra del imperialismo. Al calor de la resistencia de las masas desde el Perú a Palestina y pasando por Europa, se constituyen fuerzas, tendencias militantes que buscan la línea del combate intransigente contra el capital, sus instituciones y los gobiernos a su servicio. La IV internacional, con sus secciones que preparan su Congreso Mundial para diciembre, busca participar e integrarse plenamente en la vía de la resistencia, de la acción contra la guerra, contra la guerra social. Con el conjunto de la clase obrera, la mujer trabajadora, la juventud, la población inmigrante, los pueblos que luchan por su soberanía.
Pero no basta con eso, es necesaria su organización, para constituir una auténtica representación política de la clase trabajadora y, por tanto, independiente de todo compromiso con las instituciones del capital, incluidos sus Estados. El único compromiso puede ser con las reivindicaciones, como tan bien encarna la consigna del movimiento en defensa del sistema público de pensiones: “¡gobierne quien gobierne, las pensiones se defienden!”. Por eso combatimos contra la guerra y contra todos y cada uno de los ataques a las conquistas obreras y democráticas arrancadas en decenios y decenios de lucha.
Los problemas no pueden resolverse bajo el capitalismo, pero eso no significa que no puedan resolverse. La aspiración de la clase trabajadora a una vida digna, acorde a la productividad de su trabajo, es una aspiración legítima. El obstáculo es el capitalismo y, por consiguiente, el camino para resolver los problemas es diáfano: la organización de quienes vivimos de nuestro trabajo para luchar, incondicionalmente y por tanto hasta el final, por esa legítima aspiración, hasta el final y caiga lo que caiga. Lo que de facto habrá de suponer, indefectiblemente, la ruptura con el capitalismo para su superación por un orden social sano. Ésta es la bandera de la IV Internacional.