Carta Semanal 1037 en catalán
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Las primeras decisiones están tomadas. El 4 de marzo Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, anuncia un plan de rearme para el que se proveerían hasta 800.000 millones de euros. A continuación, los gobiernos europeos, de distintos colores políticos declarados, preparan el aumento del gasto militar. ¿Cuál es la lógica económica de todo esto?
Es fácil: se trata de la lógica capitalista exacerbada en el momento actual, en el que las contradicciones se disparan haciendo planear nuevamente la posibilidad de crisis, como de hecho reconocía el FMI en 2024: “la próxima crisis que probablemente llegue antes de lo esperado”. Los capitales necesitan valorizarse y el mercado mundial no tiene capacidad de absorber toda esa necesidad, máxime si a su estrechez endémica se une un crecimiento pírrico. De modo que la pugna competitiva se intensifica, sobre todo considerando la irrupción de China. Una pugna en la que importa la productividad de las industrias pero también el respaldo de los Estados a “sus” capitales, en particular en el terreno militar.
Como consignamos en la entrevista anterior, el gobierno de Trump exige que los países europeos, cuyos gobiernos le rinden pleitesía, dediquen el 5% de su PIB a gasto militar (justo lo que representa el aumento de esos 800.000 millones respecto a los 17 billones que es el PIB de la UE). Es decir, EE. UU. impone que Europa se encargue de ese gasto, para concentrarse en su pugna contra China.
Pero hay algo más: el aumento del gasto público militar supone un bocado muy apetitoso para el capital, especialmente para las empresas que dominan el sector. Las cinco primeras de las cuales, por facturación, son estadounidenses. La primera, Lockheed Martin, copa el más del 10% del mercado mundial y con las dos siguientes, RTX y Northrop Grumman, disponen del 23% (datos de SIPRI).
Martin Wolf, del Financial Times, lo escribe con claridad: “El Reino Unido también puede esperar, de forma realista, rentabilidad económica de sus inversiones en defensa (…) La ‘economía emergente’ de Israel comenzó en su ejército (…) la necesidad de gastar significativamente más en defensa debe considerarse más que una simple necesidad y también más que un simple coste, aunque ambas cosas son ciertas. Si se hace correctamente, también es una oportunidad económica”. Se trata, pues, de lo que Rosa Luxemburg definió en 1915 como “el militarismo, campo de acumulación del capital”.
Asistimos a un carrusel de declaraciones, según las cuáles parecería que el gasto en armamento no es ni gasto ni en armamento… ¿Qué ocurre realmente, qué implicaciones económicas tendrían esos aumentos si efectivamente se imponen?
Las cuentas de los Estados se rigen por el mismo principio elemental de toda entidad: ingresos y gastos. Cada gasto ha de financiarse recurriendo a los ingresos. Dicho más claramente: el aumento del gasto militar debe financiarse por alguna vía. Sólo hay dos: o bien reducir otros gastos o bien aumentar los ingresos.
Pese a las declaraciones alusivas a que el gasto social no se verá afectado, numerosos dirigentes reconocen de una forma u otra que la primera fuente para la financiación del rearme será el recorte de otros gastos, específicamente del gasto público social. Por ejemplo Bronwen Maddox, directora de Chatham House, centro ligado al estado militar: “el Reino Unido podría tener que endeudarse más para financiar el gasto de defensa que necesita con tanta urgencia. Durante el próximo año y en adelante, los políticos tendrán que prepararse para recuperar dinero mediante recortes en las prestaciones por enfermedad, las pensiones y la atención médica”. Otro columnista del Financial Times, Janan Ganesh, lo dice con más contundencia: «Europa debe recortar su estado de bienestar para construir un estado de guerra. No hay forma de defender el continente sin recortes en el gasto social«.
¿Se pueden imponer directamente estos recortes a una población ya machacada por años y años de políticas regresivas? Parece difícil, sobre todo para gobiernos debilitados. Pero tienen una alternativa, más bien complemento: la UE plantea que de los 800.000 millones, una parte, 150.000, salgan de deuda mancomunada y que los 650.000 restantes salgan del aumento de los presupuestos de cada país, gracias al aumento de los límites de deuda y de déficit ligados al gasto militar. En este juego de trileros no se puede perder de vista la bola: ya sea deuda mancomunada o deuda de cada país, en todos ellos se deberá afrontar su devolución y con los correspondientes intereses. Es decir, la deuda no es una chistera de la que salgan conejos, sino una forma de financiar el aumento del gasto militar que aplaza el pago, pero al precio de los intereses y toda una serie de riesgos.
Quedaría la opción de recurrir a un aumento de ingresos por la vía impositiva. No parecen ciertamente los gobiernos europeos proclives a aumentar los impuestos que gravan a los capitales, a los multimillonarios. Además, la libre circulación de capitales (y de multimillonarios) en la UE obligaría a que todos los gobiernos aumentaran los impuestos, porque en caso contrario los capitales podrían seguir eludiendo pagar yéndose al país con menor imposición. Existe, sí, la posibilidad de aumentar los impuestos indirectos, los regresivos en tanto gravan en igual proporción a toda la población, independientemente de su nivel de ingreso. No es descartable que en algún o algunos países pueda implementarse algo así.
En cuanto a las afirmaciones de que el gasto del que hablamos debería llamarse gasto en seguridad, incluso aceptando el eufemismo de llamar seguridad a promover el rearme, resulta inequívoco que no se trata de la seguridad que desea la mayor parte de la población, que es empleo en condiciones, salario digno, servicios públicos y, precisamente seguridad, sí, seguridad social, la misma que es objeto de ataques por los gobiernos al servicio del capital financiero. La seguridad a la que alude su identificación con el armamentismo es la de los capitales que aspiran a asegurar su lugar en el mercado mundial.
En relación con lo anterior, ¿qué significa que el gasto militar no compute como déficit? ¿Qué significa en términos económicos y en términos políticos?
Se trata de una cuestión meramente contable, aunque tiene también un contenido político, ciertamente antidemocrático. Una determinada norma acerca de la magnitud del déficit no significa ni más ni menos fondos. Es eso, una norma que dirige la política, en particular impidiendo un determinado volumen de gasto. Pero más allá de eso, la necesidad de financiar de algún modo cada gasto está fuera de discusión. Presentar como un avance que no se compute el gasto militar para el déficit es doblemente reaccionario: en primer lugar, porque habilita su aumento ilimitado sin cortapisas por este lado; en segundo lugar, porque el aumento del gasto militar sin restricciones contables estrecha aún más la posibilidad de gasto social, por todo lo explicado en la pregunta anterior.
Por otro lado, esta medida, de que no compute el gasto militar para la medición del déficit, refrenda el ilimitado cinismo de las instituciones europeas y los gobiernos. Primero proclaman solemnemente la necesidad de reducir el déficit como una cuestión poco menos que de vida o muerte, por los graves problemas que, supuestamente, provocaría su “exceso”. En ese marco ahogaron brutalmente al pueblo griego. Después, ahora, declaran que en realidad no es así para el caso del gasto militar. ¿Cuál es la diferencia entonces? Lo que se desvela es el sistemático recurso por parte de los gobiernos a economistas mercenarios del capital, que dicen lo que éstos les señalan. No, ni tal o cual déficit es malo necesariamente, ni cambia la situación, en cuanto a sus implicaciones económicas, por que se dedique a tal o cual actividad.
Parece importante la mención que hacías al crédito, a la deuda. ¿Qué lugar ocupan en el capitalismo en general, en la economía mundial hoy y, específicamente, en relación con la idea de un supuesto posible relevo de Estados Unidos como potencia dominante, en favor de un “orden multilateral” con una gran ascendencia de los BRICS+ y China en particular?
El punto de partida desde el que explicar el aumento del gasto militar es la pugna competitiva exacerbada, en un mercado estrecho que, además, crece muy lentamente, bajo el telón de fondo de los problemas crecientes de rentabilidad. La forma de financiarlo implica endeudamiento, endeudamiento público que se une al privado que estimula el capital para aumentar la demanda. ¿Quién manda en el sistema crediticio, en la deuda? Tratándose de créditos internacionales entra en juego la cuestión monetaria, el dinero. Hasta 1971 EE. UU. mandaba de una forma inequívoca, porque su dominación también lo era: “el dólar tan bueno como el oro”. Sin embargo, el anuncio de Nixon, el 15 de agosto de 1971, de ruptura de la convertibilidad dólar-oro supone un auténtico cataclismo en la economía mundial. Revela la debilidad estadounidense, cierto, pero esto no equivale a un relevo en la dominación.
Por una parte, porque no hay posibilidad alguna de relevo pacífico que confiera a la economía mundial una reproducción estable, dado que su inestabilidad obedece a una ley del capitalismo, algo que ocurre siempre en él: que la tasa de ganancia, motor de la acumulación, tiende a caer. Por otra parte, es cierto que China se ha convertido en una potencia industrial, gracias por cierto a la planificación (aunque su carácter burocrático la pervierte desde el punto de vista de los intereses de la clase trabajadora). Pero ni China ni los BRICS+ en conjunto pueden impugnar completamente la dominación estadounidense. Basten dos datos para ilustrar la posición subordinada de China: el dólar sigue representando el 60% de las reservas mundiales de divisas, mientras el renmimbi sólo el 3% (dato del FMI); del gasto militar total, EE. UU. controla el 40% (dato del Stockholm International Peace Research Institute, SIPRI).
Desde la perspectiva de la clase trabajadora y su necesidad de preservar (y ampliar) sus conquistas históricas, ¿cómo se puede contrargumentar la propaganda de gobiernos y partidos subordinados a EE. UU. en favor de disparar el gasto militar?
Para la clase trabajadora de un país la clase trabajadora de los demás países nunca puede ser enemiga. Los distintos capitales son “hermanos enemigos”, en palabras de Marx en El capital, comparten intereses frente a los trabajadores (para aumentar la explotación), pero se enfrentan entre sí (para repartirse el fruto de la explotación). La clase trabajadora de todos los países comparte la legítima aspiración a una vida digna resultado de su trabajo. El armamento no se la va a proveer, se la niega. No hay término medio: o en “unidad nacional” con los gobiernos sometidos a las exigencias del capital o con las reivindicaciones de la clase trabajadora. Frente a toda la propaganda burguesa, una consigna elemental se debe imponer: no a la economía de guerra, presupuestos militares para las necesidades sociales. Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases.

