Declaración del Secretariado Internacional de la IV Internacional 25 de enero de 2025: Tras la investidura de Donald Trump, ¿hacia dónde vamos?

En todo el mundo, los pueblos observan con preocupación las primeras decisiones, hechos y gestos del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y de su administración. No se trata solo de pasar página, aunque el demócrata Joe Biden haya dejado a su sucesor republicano una carta de lo más amistosa en el escritorio de la Casa Blanca. Es toda la crisis de dominación del imperialismo USA y del sistema capitalista, hasta ahora contenida en el marco de relaciones antiguas y desgastadas, la que está estallando sin contención y sin tapujos. 

Con un número récord de multimillonarios en su administración y una presencia masiva de las mayores fortunas del mundo (que representan entre todas 1,2 billones de dólares) en su toma de posesión, Trump y su gobierno se muestran abiertamente, sin barniz ni fingimiento, como lo que son: el consejo de administración del capital financiero norteamericano y «el depredador dominante», en palabras del miembro republicano de la Cámara de Representantes por Tennessee, Andy Ogles.

Intentar realinear la política norteamericana con una brutalidad sin precedentes

La clase capitalista norteamericana tiene ahora un objetivo declarado: utilizar todos los medios de su poder económico, político y militar para intentar reorganizar, inmediatamente y con la arrogancia y la violencia que la caracteriza, todas las relaciones de dominación a escala mundial y en el interior mismo de  EEUU, para preparar su enfrentamiento con China. 

La extrema facilidad con la que Trump impuso el alto el fuego en Gaza demuestra hasta qué punto Estados Unidos tenía el control total sobre el genocidio del pueblo palestino desde el principio, y que nada podía hacerse sin su aprobación o su apoyo militar y político. A cambio del alto el fuego en Gaza, calificado de «temporal» por B. Netanyahu, Trump dio su conformidad al gobierno israelí para atacar Cisjordania, con el acuerdo y el apoyo de la supuesta «Autoridad» palestina y la complicidad activa de los dirigentes de los países imperialistas y de casi todos los países árabes. Es un gobierno israelí debilitado por sus divisiones internas y por una profunda crisis política, económica y social, fragilizado por sus pérdidas militares, que hoy se ensaña con el campo de Yenín y Cisjordania. 

Mientras declaraba «no estoy seguro de que el alto el fuego (en Gaza) vaya a durar», Trump firmó varios decretos el primer día de su toma de posesión para expulsar a los extranjeros que tuvieran una «actitud hostil hacia el gobierno» y deportar a los estudiantes extranjeros que participaron en las históricas movilizaciones en los campus estadounidenses para exigir el alto el fuego, el fin del suministro de armas y de las colaboraciones con instituciones y empresas israelíes. Al mismo tiempo, la administración estadounidense permitía a Israel establecer nuevas bases militares en el sur de Siria y garantizaba la respetabilidad a los nuevos dirigentes de Damasco, antiguos líderes de Al Qaeda y del Estado Islámico, que ahora han sido invitados al Foro Económico de Davos. 

Al firmar decretos para expulsar a millones de migrantes de Estados Unidos, incluso por medios militares, Trump está sumiendo a gran parte de América en el miedo y el pánico. Miles de niños han dejado de acudir a la escuela. Sus padres están abandonando las obras y los campos donde trabajaban para intentar escapar a la expulsión. Hasta el punto de alarmar a los empresarios y representantes políticos de muchos estados norteamericanos, donde el empleo de inmigrantes representa más del 50% de la mano de obra en ciertos sectores económicos clave.

Una deportación masiva que, de llevarse a cabo, podría tener tremendas consecuencias políticas y sociales no sólo en los EEUU, sino también en México y toda América Latina.

Diga lo que diga, al presidente estadounidense no le interesa el millón de ucranianos y rusos muertos y heridos por las bombas rusas y estadounidenses. Tras el disfraz del alto el fuego en Ucrania que quiere concluir con Rusia después de tres años de guerra devastadora, y de su intento de domesticar a todos los gobiernos europeos a través de la OTAN, apenas se ocultan los intereses del imperialismo estadounidense, que quiere volver a desplegar sus fuerzas en Asia. Como dice el general Mike Flynn, cercano a Trump: «La influencia financiera de China está remodelando significativamente el panorama mundial, desafiando el actual dominio de los países occidentales. China, no Rusia ni Irán, constituye la principal amenaza mundial (a la dominación estadounidense)».

Las rutas marítimas que se abren en el océano Ártico como consecuencia del calentamiento global y los inmensos recursos de Groenlandia (90.000 millones de barriles de reservas de petróleo, el 30% del gas natural sin explotar del planeta y alrededor de 1 billón de dólares en minerales de tierras raras) están en juego en el comercio mundial que Estados Unidos quiere disputar a China.

También están en juego el control del Canal de Panamá y los inmensos recursos naturales de América Latina y África, que los pueblos intentan recuperar tratando de romper con el imperialismo y expulsando a la antigua potencia colonial francesa de sus zonas de influencia en el Sahel. 

Los EEUU se preparan para utilizar un arsenal de medidas que van desde los aranceles aduaneros hasta las sanciones económicas y financieras y la fuerza militar, incluso a través de intermediarios como en Siria o en África, para tratar de reorganizar todas las relaciones mundiales en su beneficio. En la próxima cumbre de la OTAN, que se celebrará en La Haya en junio, impondrán a los países de la OTAN un aumento considerable de sus presupuestos militares, a costa de recortes sin precedentes en educación, sanidad y servicios públicos, y pedirán a los países asiáticos que se armen “hasta los dientes”.

En todas partes, el imperialismo USA, dominante pero en crisis, se enfrenta a la competencia de China por el control de los mercados y la explotación continuada de los recursos. Y para hacerle frente, está dispuesto a sumir a pueblos y naciones en el caos y a poner en entredicho la soberanía de las naciones oprimidas, conquistada con tanto esfuerzo.

Para salvarse, los gobiernos apelan a la unión nacional y, como mínimo, a la moderación y a la «benevolencia» de los dirigentes del movimiento obrero

En Europa, los gobiernos, masivamente rechazados, que hasta ahora se han presentado como socios de Estados Unidos para ocultar su total alineamiento con los intereses del capital norteamericano, intentan poner buena cara apelando a la unidad nacional tras ellos para salvar su supuesta independencia e intentar protegerse, desesperadamente, de la marginación que les amenaza. Su único objetivo es ganar, si no la adhesión, al menos la abstención indulgente de sus oponentes políticos y de las cúpulas de las organizaciones obreras, a fin de continuar con su política centrada por completo en los intereses del capital. 

Sin apoyar jamás a ningún gobierno que, en las condiciones propias de cada país, mantenga a los pueblos bajo el dominio de las relaciones de explotación capitalistas, la IV Internacional apoyará todas las medidas y todas las iniciativas que vayan en el sentido de la ruptura con el imperialismo y de la defensa de los intereses de los oprimidos.

Comparte la alegría del pueblo palestino que, aprendiendo las lecciones de la Nakba de 1948, ha resistido 15 meses de bombardeos incesantes, destrucción total y deshumanización, y ha celebrado el alto el fuego con la esperanza de poder volver a vivir en su tierra. Saluda a los pueblos libanés y yemení que han permanecido al lado del pueblo palestino, a pesar de los asaltos de los ejércitos israelí y estadounidense y de sus aliados, así como las manifestaciones en favor del alto el fuego, del embargo de armas y del fin del genocidio que no han cesado en todo el mundo.  

Estamos entrando en una nueva situación mundial, en la que la propia existencia de relaciones sociales entre el capital y las organizaciones obreras para regular las condiciones «normales» de explotación se ha convertido en un obstáculo para la supervivencia del régimen capitalista. Una nueva época que deja pocas opciones: la marcha hacia el caos, la guerra y la desintegración, o la revolución y la ruptura con los gobiernos odiados abriendo una oportunidad para que los pueblos decidan su propio futuro; ya sea organizándose y ayudando a conseguir una ruptura de clase contra clase, o defendiendo, abierta o más insidiosamente, a los gobiernos y al sistema capitalista en plena desintegración.

En todas partes, sectores cada vez más amplios dentro de los poderes económicos y financieros dudan de la capacidad de los Macron en Francia, o de los Scholz en Alemania, para mantener la estabilidad de las instituciones y llevar adelante su política belicista y reaccionaria. Abiertamente, están impulsando a la extrema derecha con el apoyo de la nueva administración estadounidense, o más insidiosamente apoyando y aplicando su programa, para emprender una verdadera guerra de clase contra los trabajadores y los jóvenes, y sus organizaciones. 

Las direcciones del movimiento obrero, que en su mayoría callan ante el genocidio del pueblo palestino, cuando no apoyan abiertamente a los gobiernos que entregan armas a Netanyahu, o acompañan los presupuestos de austeridad y el aumento del gasto militar «porque no podíamos hacer otra cosa», tienen una gran responsabilidad. Cada vez más personas en las organizaciones se hacen preguntas, se preocupan, no se dejan engañar y, yendo más allá de las consignas o de la actitud de espera de los dirigentes y a menudo de forma contradictoria, buscan, a su propio nivel, implicar públicamente a sus organizaciones para romper con esa nefasta dinámica y ayudar a los trabajadores a combatir.

Incluso dentro de los partidos tradicionales, los dirigentes que tergiversan, o intentan abiertamente salvar a los gobiernos rechazados, están provocando reacciones entre sus propias huestes y simpatizantes, que buscan agruparse en una profusión de iniciativas sindicales y políticas, para organizar la solidaridad e intentar parar los golpes.

Resistir, reagruparse y actuar, a una nueva escala

En los propios Estados Unidos e inmediatamente después de la toma de posesión de Trump, el sindicato de empleados territoriales AFSCME denunció «la serie de decretos antiobreros que amenazan con confiar el destino de los funcionarios públicos a multimillonarios y extremistas antisindicales». El sindicato de sanidad y servicios públicos SEIU, con dos millones de afiliados, declaró: «Reducir la protección del empleo y atacar los derechos de negociación colectiva de los funcionarios federales, incluso transformando a algunos de ellos en empleados que pueden ser despedidos a voluntad, silenciaría la voz de los trabajadores, abriría la puerta al maltrato generalizado de los funcionarios y amenazaría la calidad de los servicios en los que confían los estadounidenses». «¡No daremos marcha atrás!», añadió.

Por encima de las viejas dificultades que han impedido a la clase obrera estadounidense construir su propia organización política independiente, se alzará el llamamiento de los Democratic Socialists of America (DSA): «Nos sumamos a miles de personas hoy, día de la investidura, para reunirnos y marchar para bloquear las calles de Manhattan, como parte de una movilización nacional para luchar contra el programa fascista de Trump y expresar nuestra solidaridad con Palestina […]. Los multimillonarios de extrema derecha se agrupan detrás de Trump. Es hora de que nosotros también nos organicemos». Tienen razón. 

Cualesquiera que sean nuestras sensibilidades, nuestros orígenes y nuestros compromisos, quienes están apegados a la democracia, al rechazo del genocidio y la guerra, a la defensa de las conquistas obreras y democráticas y las libertades, a la existencia de un único Estado democrático en todo el territorio histórico de Palestina, que garantice el derecho al retorno de los palestinos y en el que cada componente pueda vivir libre y en igualdad de derechos, buscarán inevitablemente unirse, en cada uno de nuestros países, y a nivel internacional, para luchar contra los gobiernos que crean la guerra y el caos, y para defender la humanidad y las conquistas de la civilización. ¡Nosotros estamos ahí!

Llamamos a fortalecer y construir las secciones de la IV Internacional para contribuir a ello.

 

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