(publicado en la Carta Semanal 491)
En el momento en que escribimos esta Carta el país esta pendiente del momento en que el govern Mas decidirá publicar en el boletín oficial de la Generalitat la ley de Consultas catalana y promulgará acto seguido el decreto de convocatoria de la consulta del 9 de noviembre amparándose en esta ley. El gobierno Rajoy espera esta decisión para, previo dictamen del Consejo de Estado, dirigirse al Tribunal Constitucional impugnando la ley y la consulta. En el momento en que el TC admita tramitar la impugnación, quedarán suspendidas ambas. Nadie puede prever con certeza los acontecimientos posteriores pero de inmediato esto plantea una cuestión central de democracia: en el marco de este régimen monárquico, de su Constitución y sus tribunales y leyes, es imposible ejercer los derechos más elementales, en particular que los pueblos, en este caso el pueblo catalán, puedan decidir. No es secundario recordar que es el mismo tribunal que el 16 de julio avaló el despido libre y la prevalencia de los acuerdos de empresa sobre los convenios de sector, cuestión justamente caracterizada por las ejecutivas confederales de CCOO y UGT como sentencia que nos “retrotrae a las relaciones laborales franquistas”.
Es central la responsabilidad del movimiento obrero, de sus organizaciones, para tratar de impedir que el pueblo catalán se vea aislado. El sentido de la Carta Abierta a las organizaciones para “organizar la movilización que imponga que el próximo día 9 de noviembre el pueblo catalán pueda votar que el pueblo catalán pueda votar el 9 de noviembre”. Carta difundida por el CATP, responde a este anhelo democrático y de unidad de la clase, que solo puede garantizarse combatiendo por los derechos de los pueblos. Los próximos días son vitales.
¿Y Escocia en todo esto?
El gobierno británico negoció y convocó el referéndum en acuerdo con la mayoría del Parlamento de Escocia. Algunos dirán que es la diferencia entre una democracia y un régimen bastardo como la monarquía heredada de franquismo.
Es más complicado: el Reino Unido británico se formó en 1707 por medio del Acta de Unión entre dos reinos, el inglés y el escocés, a los que se añadió Gales (Irlanda del Norte es una colonia británica clavada en la nación irlandesa –como un Gibraltar en más grande–. No existe, ni existió ninguna opresión nacional. La revolución industrial de finales del siglo XVIII constituyó una burguesía británica única; Glasgow era la segunda ciudad del imperio británico después de Londres y Edimburgo una ciudad fundamental. Pero la burguesía decidió conservar la Monarquía, con poderes protocolarios, negándose así a constituir una nación plenamente unificada, y esto en relación con la expansión imperialista de la Gran Bretaña, que fue durante todo el siglo XIX y el inicio del XX la potencia imperialista hegemónica.
El declive del imperio después de la II Guerra Mundial sentó las bases del resurgir de tensiones entre los diferentes pueblos (recordemos también que el escocés no existe como lengua distinta al dialecto ingles que se habla en Escocia). La crisis industrial, el desmantelamiento de las industrias tradicionales, minería, siderurgia, astilleros, destruyó el grueso de la base industrial de Escocia (aunque no solo). Esto hizo que el Partido Nacionalista Escocés, creado en 1934, consiguiese un apoyo creciente hasta convertirse en mayoritario en el Parlamento Escocés (restablecido en 1998) en 2012. Anteriormente el gobierno británico había organizado dos referendos en 1979 y 1997: el primero fue invalidado por baja participación y el segundo abrió el camino a la “devolución” o sea la formación del parlamento escocés.
¿Cuál es, por tanto, la cuestión de fondo?
La destrucción industrial realizada bajo Thatcher, acompañada por el desmantelamiento de buena parte de las conquistas obreras, política seguida por Blair, Brown y el actual líder Miliband del Partido Laborista en la oposición, destruyeron una parte de las bases de la existencia del Reino Unido. Lo que tiene de unido son las instituciones de la Monarquía y en particular la City de Londres, bastión del capital financiero internacional. Para intentar amortiguar la inmensa presión social, los gobiernos británicos continuaron con la política de regionalización. Y en plena campaña del referéndum los tres partidos mayoritarios –conservador, liberal y laborista– han prometido más regionalización, para intentar romper lo que queda de conquistas nacionales de la clase, en particular los convenios colectivos y el NHS (el sistema de salud pública). Las bases de una supuesta independencia de Escocia serían la promesa de mantener las conquistas sociales y públicas a partir del petróleo y el gas del mar del Norte. Ironía de la historia: estas fuentes energéticas están en manos de 10 multinacionales y sin duda algunas de ellas no verían mal la independencia.
En Escocia el Partido Laborista siempre fue mayoría, ha sido su traición de haber permitido y continuado la política de Thatcher lo que ha hecho posible el crecimiento del Partido Nacionalista (NPS)
El proceso escocés es el reflejo del hundimiento del imperialismo británico, producto de la crisis capitalista. Crisis que no es coyuntural, y que muestra que vuelven a surgir viejos problemas que la burguesía parecía haber solucionado. En particular su negativa a constituir una verdadera nación unificada.
Hoy la única perspectiva positiva corresponde a la necesidad de retomar lo más avanzado del combate social y democrático desde la lucha de las sufragistas a principios del XIX hasta la movilización contra el poll tax que provocó la caída de Thatcher. Combate que tiene como eje la clase obrera y sus organizaciones, particularmente la confederación sindical TUC. Combate que exige combatir la política de la dirección del Partido Laborista que solo ofrece como solución profundizar la regionalización o sea la división de la clase. Combate que planteará la instauración de una federación de pueblos libres, la devolución de Irlanda del Norte a la nación irlandesa y la supresión de la Monarquía. Cuestión que requiere por tanto construir una representación política fiel a la clase y republicana (el Partido Laborista, contrariamente al PSOE, nunca fue republicano).
Desde Cataluña
El triunfo del Sí en Escocia, qué duda cabe, a pesar de las diferencias, habría dado aún más alas al secesionismo catalán, pero el movimiento del pueblo catalán por sacudirse la opresión nacional tiene su origen en el fracaso histórico de la burguesía española (y de su fracción catalana) en romper con el feudalismo, desarrollar las fuerzas productivas e integrar las naciones. Y en el aplastamiento de la revolución obrera del 36, que empezó a resolver la cuestión nacional.
Al mismo tiempo la crisis abierta en el reino británico, como en todos los regímenes de Europa (incluso en Alemania se está constituyendo un sector de la burguesía opuesta a la UE, a causa del precio que el imperialismo norteamericano exige a la burguesía alemana para mantener la Unión Europea) muestra que las instituciones europeas no solo no son garantes de las libertades, en este caso de los derechos de los pueblos, sino que son enemigas mortales.
Los partidos nacionalistas de Cataluña, incluido el tradicional, la ERC, confiesan su fe europeísta, es verdad que bastante enfriada últimamente.
En el movimiento obrero, incluso en la extrema izquierda se habla de reforma democrática de las instituciones europeas.
El suspiro de alivio en Bruselas ante el no escocés, la negativa tajante a la consulta en Cataluña confirman que estas instituciones, como la monarquía en España, no son reformables. La lucha por la República, por la unión libre de Repúblicas, es inseparable del combate por la emancipación social, por el fin de la explotación capitalista. Esto exige entroncar con la revolución del 36 retomando las experiencias de la Revolución de Octubre, que dio la libertad a los pueblos oprimidos, y abrió el camino a los Estados Unidos Socialistas de Europa.