Jamás la quiebra de todo un sistema se manifestó simultáneamente con tanta fuerza a escala mundial

(Publicado en la Carta Semanal 777ver en catalán)

Declaración del Secretariado Internacional de la IV Internacional del 4 de abril de 2020

La humanidad se enfrenta a una verdadera catástrofe. Tres mil millones de seres humanos confinados, decenas de miles de muertos, millones infectados y unos servicios sanitarios que se derrumban uno tras otro.

El desarrollo exponencial de la pandemia a lo largo y ancho de todo el mundo no se debe al azar.

Su explosión es producto, por una parte, de la política de saqueo imperialista que condena a una miseria sin nombre a pueblos enteros, en África y en Oriente Medio –países que son ya pasto de las guerras y las intervenciones militares imperialistas-, en Asia, en América Latina… y, por otra parte, producto de la política de ajuste estructural, dictada por el FMI y aplicada a los pueblos de los países imperialistas desde la crisis de 2008, que ha destruido todos los sistemas sanitarios públicos arrancados con dura lucha.

Cada día trae nuevas pruebas de que la crisis que trastorna hoy toda la economía mundial había comenzado mucho antes de la aparición de la pandemia, como establecen las Notas Editoriales de la revista teórica de la IV Internacional (La Verdad nº 105).

Hasta ahora nunca habían ofrecido al mundo los representantes de las clases dominantes, los gobiernos y las instituciones internacionales tal espectáculo de su incapacidad para enfrentar las calamidades que ellos mismos han provocado y de las que son lo únicos responsables.

Nunca antes habían encarnado, en una mezcla de pánico, incompetencia y diletantismo criminal, el mortífero callejón sin salida al que la humanidad entera se ve arrastrada por los servidores del capital financiero, para quienes la única ley es la de la explotación sin límite de los trabajadores, la de las cotizaciones bursátiles y los dividendos.

Nunca el insoportable espectáculo de «expertos científicos», repitiendo ad nauseam que «se ha hecho todo lo que podía hacerse, las mascarillas eran inútiles…» transmitiendo las mentirosas consignas de los gobiernos, había manifestado semejante grado de servilismo respecto del mundo de las finanzas.

 Nunca hasta ahora, habían alimentado de tal manera el asombro y la indignación.

La indignación de todos los pueblos confinados (1 400 millones de personas confinadas en la India) en «campamentos», en favelas, en poblados chabolistas sin agua, sin alimento y condenados a una muerte lenta en la absoluta indigencia.

La indignación de esos emigrantes surasiáticos obligados a ir a trabajar en las peores condiciones en las obras de los estadios construidos a marchas forzadas en los emiratos del Golfo.

La indignación de los pueblos de Venezuela, de Irán y de Palestina ¡sometidos a  embargo!

La indignación de todos los que son enviados al «frente» en los países ricos, en Estados Unidos, en Europa, sin mascarillas y sin equipos de protección para combatir la enfermedad.

La indignación de todos los trabajadores, basureros, repartidores, cajeros, carteros… obligados a garantizar, sin protección, los servicios indispensables a la población.

Al asombro de los primeros días han sucedido una indignación, un odio que se transforman en resistencia en todas partes. De ello dan fe los combates emprendidos por los trabajadores –por todos los medios, incluida la huelga- en Italia, en Francia, en España, en Brasil, en Chile, en Estados Unidos, donde los trabajadores de Amazon se niegan a seguir trabajando sin equipos de protección.

Una resistencia que se inscribe en la continuidad y profundización del levantamiento de los trabajadores y de los pueblos que, desde hace meses, desde Argelia hasta Iraq pasando por Chile, exigen «que se vayan todos».

Incapaces de suministrar a los hospitales las indispensables mascarillas, guantes, batas, respiradores… en cantidad suficiente, los dirigentes imperialistas y sus vasallos en todos los continentes se proclaman jefes de la guerra.

En las viejas potencias imperialistas europeas, llaman a las direcciones del movimiento obrero a la unión sagrada. Declaran el estado de alarma, prohíben las aglomeraciones, instauran el toque de queda, suspenden las garantías del «estado de derecho» para dar un paso más en el camino de la destrucción de las libertades democráticas, del desmantelamiento de las leyes laborales –allá donde aún existen- así como de la seguridad social, la cobertura de paro y las pensiones…

Mientras que los bancos centrales inundan el mercado de billones de dólares para salvar a los monopolios imperialistas elegidos, millones y millones de hombres y mujeres arrojados al paro se ven amenazados con perderlo todo. En Estados Unidos se han inscrito  en las listas del paro diez millones de norteamericanos en dos semanas.

El coronavirus que los «grandes» jefes de estado no han sabido ni querido contener, se utiliza como pretexto para intentar destruir todas las conquistas de la clase obrera, para proporcionar la mano de obra esclava que el sistema imperialista en plena crisis precisa para sobrevivir; si puede calificarse de supervivencia la crisis mortal a la que el capital arrastra a la humanidad.

Una inmensa indignación está uniendo a los pueblos del mundo entero en contra de los gobiernos que se constituyen en correa de transmisión del capital financiero.

Una inmensa indignación se apodera de toda Europa: Francia, Alemania, España, Italia… como de todos los otros continentes.

La revuelta se extiende. Se apoya hoy en Europa en la movilización de los sanitarios que, en primera fila, frente a la negligencia de los gobiernos, de los ministros de Sanidad y de todos los «expertos burócratas», hacen frente a la enfermedad.

Médicos, enfermeros, auxiliares, personal de ambulancias… llevan meses combatiendo. Hoy, rechazando la unión sagrada, acusan al poder y se organizan.

Ellos lo han demostrado: no hay solución posible si no se arranca el poder de decisión de las manos de los agentes del capital financiero para que se requisen las empresas para dedicarlas a la producción de mascarillas, de test, de respiradores, de oxígeno… y de medicamentos, para que la investigación disponga de los fondos que necesita desesperadamente.

Demuestran, cada día, su capacidad para reorganizar todos los servicios sanitarios y todo el sistema hospitalario público para ponerlos al servicio de la población. Rompiendo todos los vínculos de subordinación respecto de los objetivos de rentabilidad y de privatización, subrayan que sólo ellos pueden abordar la situación demostrando la capacidad de los que producen las riquezas de responder a las necesidades vitales de la inmensa mayoría del pueblo.

El destino de la civilización humana se juega en este cara a cara.

Por un lado, la hecatombe que se abate sobre los pueblos privados de todo y condenados a lo peor. Una hecatombe que golpea en el mismo corazón  de la primera potencia mundial, los Estados Unidos. El apocalipsis en los hospitales europeos. ¡La barbarie!

Por otro lado, esta encarnizada resistencia de los sanitarios que dice a los trabajadores del mundo entero: hay una salida política y se está preparando.

Hoy no hay tarea más urgente que ayudar, en cada país, a que surja esta indignación y esta resistencia, a que se abra camino, se extienda, alcance todas las capas de la población y se inscriba en el marco común del combate de los trabajadores y de los pueblos para acabar con el sistema, para salvar a la humanidad de la barbarie a la que el sistema capitalista la arrastra.

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