Berna, Zimmerwald, Kienthal: socialistas contra la I Guerra Mundial

Carta Semanal 878 en catalán

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Hoy, cuando la guerra vuelve a Europa, con sus secuelas de destrucción, de muertes, de millones de refugiados, cuando todos los gobiernos llaman a aumentar el gasto militar, y a sacrificios para la guerra, (“Me gustaría más invertir el dinero de los contribuyentes en escuelas o pensiones, pero debemos gastar en defensa”, declaraba la primera ministra sueca, Magdalena Anderson, a su llegada a la cumbre de la UE celebrada el 10 y 11 de marzo), a moderar las subidas de salarios cuando los precios se disparan, a renunciar a las reivindicaciones, merece la pena recordar lo que los socialistas de izquierda hicieron para hacer frente a las masacres de la I Guerra Mundial.

La posición de los partidos de la II Internacional contra la guerra había sido clara. Veamos la resolución contra la guerra del Octavo Congreso Socialista Internacional (celebrado en Copenhague del 28 de agosto al 3 de septiembre de 1910: “las guerras son causadas actualmente sólo por el capitalismo y particularmente  por la competencia económica internacional de los estados capitalistas en el mercado mundial, y por el militarismo, que es uno de los instrumentos más poderosos de la dominación burguesa en el interior para la esclavización económica y política del proletariado”.

Sin embargo, el 4 de agosto de 1914, el mismo día en que Alemania entraba en la I Guerra Mundial, el grupo parlamentario del SPD, principal partido de la Internacional, votaba por unanimidad a favor del presupuesto de guerra. Como lo hicieron casi todos los partidos socialistas de los países beligerantes.  En una nueva votación, el 2 de diciembre de 1914, Karl Liebknecht –que había intervenido en agosto contra el voto a favor, pero acató entonces la disciplina del partido- se levantó solo en el parlamento alemán para votar contra los créditos de guerra. Explicó así su voto: “Mi voto contra el proyecto de Ley de Presupuesto de Guerra del día de hoy se basa en las siguientes consideraciones: esta guerra, deseada por ninguno de los pueblos involucrados, no ha estallado para favorecer el bienestar del pueblo alemán ni de ningún otro. Es una guerra imperialista, una guerra por el reparto de importantes territorios de explotación para capitalistas y financieros”. El mismo Liebknecht, en mayo de 1915, declaraba desde la cárcel, donde le encerraron por su actividad contra la guerra, que “El enemigo principal del pueblo alemán está en Alemania. El imperialismo alemán, el partido alemán de la guerra, la diplomacia secreta alemana. Este enemigo que está en casa debe ser combatido por el pueblo alemán en una lucha política, cooperando con el proletariado de los demás países cuya lucha es contra sus propios imperialistas”.

A semejanza de Liebknecht, una oposición a la guerra se desarrolla dentro de los partidos socialistas. Se opone, con distintos matices, a la política de “unión nacional” que subordina a las organizaciones de la clase trabajadora a la burguesía en pro de “apoyar el esfuerzo de guerra”. Es heterogénea, incluye a elementos pacifistas y  en su izquierda se encuentra Lenin, que desarrolla una posición de derrotismo revolucionario, que significa considerar que el principal enemigo está en casa.

La conferencia de Berna

Esta oposición busca coordinarse internacionalmente. El primer paso en ese sentido lo da la tercera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Berna en marzo de 1915, en la que participan representantes de Alemania, Francia, Inglaterra, Rusia, Polonia, Italia, Holanda y Suiza, y que aprueba un manifiesto dirigido a las mujeres del pueblo trabajador, en el que “por el futuro de vuestros seres queridos os llaman a actuar por la paz. Igual que la voluntad de las mujeres socialistas está unida a través de los campos de batalla, así también vosotras debéis cerrar vuestras filas en todos los países para hacer sonar el llamamiento: ¡paz, paz!”. Y culmina con estas reflexiones:Sólo el socialismo significa la paz futura para la humanidad. Abajo el capitalismo, que sacrifica a cientos de personas en el altar de la riqueza y el poder de los propietarios. ¡Abajo la guerra! ¡Adelante! ¡Hacia el socialismo!”.

Zimmerwald

El segundo paso en la organización de una oposición internacional a la guerra fue la Conferencia de Zimmerwald, se celebró clandestinamente entre los días 5 y 8 de septiembre de 1915 en esa localidad de la neutral Suiza. Reunió a 38 delegados y delegadas de doce países. Tras largas discusiones, la conferencia aprobó un manifiesto, redactado por León Trotsky, que fue el resultado de una intensa negociación, y de una transacción entre el ala izquierda de Lenin, partidaria del derrotismo revolucionario, y el ala derecha “pacifista”.

Muchos de los párrafos de este manifiesto parecerían escritos hoy.

El manifiesto partía de las terribles consecuencias de la guerra, para continuar explicando que “cualesquiera que sean los principales responsables directos del desencadenamiento de esta guerra, una cosa es cierta: la guerra que ha provocado todo este caos es producto del imperialismo. Esta guerra ha surgido de la voluntad de las clases capitalistas de cada nación de vivir de la explotación del trabajo humano y de las riquezas naturales del planeta”.

Continúa diciendo que “los capitalistas de todos los países, que acuñan con la sangre de los pueblos la moneda roja de los beneficios de guerra, afirman que la guerra va a servir para la defensa de la patria, de la democracia y de la liberación de los pueblos oprimidos. Mienten. (…) Lo que va a resultar de la guerra van a ser nuevas cadenas y nuevas cargas y es el proletariado de todos los países, vencedores o vencidos el que tendrá que soportarlas (…) Miseria y privaciones, desempleo y aumento del coste la vida, enfermedades y epidemias, son los verdaderos resultados de la guerra. Por décadas los gastos de guerra absorberán lo mejor de las fuerzas de los pueblos comprometiendo la conquista de mejoras sociales y dificultando todo progreso”.

El manifiesto expone los objetivos de los participantes: “nosotros que no nos situamos en el terreno de la solidaridad nacional con nuestros explotadores, sino que permanecemos fieles a la solidaridad internacional del proletariado y a la lucha de clases, nos hemos reunido aquí para reanudar los lazos rotos de las relaciones internacionales, para llamar a la clase obrera a recobrar la conciencia de sí misma y situarla en la lucha por la paz.

Esta lucha es la lucha por la libertad, por la fraternidad de los pueblos, por el socialismo. Hay que emprender esta lucha por la paz, por la paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. Pero una paz así no es posible más que con la condición de condenar todo proyecto de violación de derechos y de libertades de los pueblos. Esa paz no debe conducir ni a la ocupación de países enteros ni a las anexiones parciales. (…) El derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos debe ser el fundamento inquebrantable en el orden de las relaciones de nación a nación”.

Desde esta perspectiva, el manifiesto hace un llamamiento a la clase trabajadora: “Hoy en día es preciso que, permaneciendo en el terreno de la lucha de clases irreductible, actuéis en beneficio de vuestra propia causa por los fines sagrados del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y de las clases esclavizadas. (…) Jamás en la historia del mundo ha habido tarea más urgente, más elevada, más noble; su cumplimiento debe ser nuestra obra común. Ningún sacrificio es demasiado grande, ninguna carga demasiada pesada para conseguir este objetivo: el restablecimiento de la paz entre los pueblos”.

Y concluye con las siguientes palabras: “Por encima de las fronteras, por encima de los campos de batalla, por encima de los campos y las ciudades devastadas. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

Kienthal, en la estela de Zimmerwald

El 14 de abril de 1916 se celebró una nueva Conferencia, en la pequeña aldea de Kienthal, Suiza.  Cuarenta y tres delegados de 9 países se reunieron en esta conferencia. Aprobó un nuevo Manifiesto que fue, de nuevo, un documento “de consenso”, entre las corrientes de derecha, centro e izquierda de la segunda conferencia.

El manifiesto parte del aprobado en Zimmerwald, y explica que “después de cada sacrificio, tus atormentadores exigirán otros. Tampoco los fanáticos pacifistas burgueses pueden escapar de este círculo vicioso. Solo hay una forma de prevenir futuras guerras, a saber, que las clases trabajadoras conquisten el poder político y abolan la propiedad capitalista. La paz duradera solo puede lograrse con un socialismo victorioso”.

Como si hubieran oído a la primera ministra sueca, los delegados de Kienthal escribieron que “los cientos de miles de millones en efectivo que se arrojan a las fauces del dios de la guerra no están disponibles para mantener el bienestar de la gente, para propósitos culturales y para una reforma social que podría aliviar su suerte, promover la educación popular y aliviar la pobreza. Y mañana se impondrán nuevos y pesados ​​impuestos sobre sus hombros encorvados. Así que terminemos con el despilfarro de su trabajo, su dinero y la energía de su vida. ¡Levantémonos en la lucha por una paz inmediata sin anexiones!”.

En la estela de Zimmerwald

Como señalábamos al comienzo de esta Carta Semanal, hoy como en 1914 pretenden imponer la “unión nacional” en torno a la política armamentística, exigen que la clase trabajadora y sus organizaciones y, en primer lugar, los sindicatos, renuncien a defender los salarios y las pensiones, el conjunto de las reivindicaciones, para sumarse a lo que Sánchez ha llamado un “Plan Nacional de respuesta a la guerra”, que incluye un “pacto de rentas”.

Al mismo tiempo, nos piden sacrificar la sanidad, la enseñanza, los servicios públicos, para destinar más dinero a los presupuestos militares.

El presidente de Seat, Wayne Griffiths, que advertía de que en la fábrica de Martorell sobran 2.800 empleados, explicaba, a propósito de la guerra, que “estas crisis son una oportunidad para acelerar los cambios”

Es fundamental que los militantes obreros se organicen, en la estela de Zimmerwald, para hacer frente a la guerra y a sus consecuencias. Hay que unir sin tardanza las fuerzas que están contra la guerra, para actuar en común. Es preciso agrupar fuerzas en cada organización con ese fin. Es hora de promover resoluciones en todas las instancias y entidades. Es hora de hacer encuentros y organizar acciones en la calle contra la guerra, por retirar las tropas españolas. Y de establecer acuerdos con quienes en el movimiento obrero de otros países luchan por lo mismo.

 

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