(Publicado en la Carta Semanal 563)
Hay una aceleración sin precedentes de la descomposición de todo el sistema de dominación del imperialismo. Esto se manifiesta a la vez en la amenaza inminente de derrumbamiento del sistema financiero mundial, en la extensión brutal a Europa de una guerra que desde hace decenios causaba estragos en el Oriente Medio y en África, y en el desplazamiento de decenas de millones de hombres, mujeres y niños, expulsados de sus hogares por la miseria y la guerra.
La guerra que se extiende hoy tiene las mismas causas que las dos primeras guerras mundiales, es como aquellas una guerra imperialista por el control de las materias primas y de los mercados… pero no es una repetición de las mismas.
Estamos ante una guerra de descomposición de todo el sistema de dominación imperialista. Una guerra llena de cambios de chaqueta, de bruscos cambios de alianza, que expresan la incapacidad de los estados imperialistas dominantes –empezando por los Estados Unidos– para cubrir con sus propias fuerzas todas las exigencias del mantenimiento del orden burgués a escala mundial, en particular en el terreno militar.
En un intento desesperado de salvar el sistema de explotación salvaje, que se asfixia bajo el peso de sus contradicciones fundamentales, el imperialismo (incluidos todos sus componentes, que compiten entre sí), con todo el cinismo, ha decidido poner en escena los horrores que ha organizado. Quiere aterrorizar a los trabajadores y a los pueblos de todo el mundo y así darse medios para dinamitar las principales conquistas sociales y políticas logradas con la lucha secular del proletariado, cosa que nunca consiguió. Ha decidido intentar, en la misma operación, la voladura de todas las conquistas democráticas logradas con la lucha emancipadora de los pueblos, arrancando su soberanía de las manos de las potencias coloniales.
Acuciado por una crisis financiera de amplitud sin precedentes en su historia, el imperialismo ha decidido jugarse el todo por el todo.
Ha decidido reventar el cerrojo que le impide realizar las condiciones indispensables para restablecer los beneficios de los grupos dominantes del capital financiero, en un mercado en plena recesión.
Ha decidido utilizar la situación creada por los actos de guerra, los atentados terroristas y las masacres que organiza a fin de crear condiciones para destruir las principales conquistas obreras. Y para ello la emprende con la existencia de las organizaciones que en los propios países imperialistas estructuran a la clase obrera como clase organizada, y en los países dominados son la columna vertebral de la resistencia de los pueblos a la destrucción de las naciones por el imperialismo.
Es evidente, la humanidad ha llegado a una etapa crucial de su historia
Podemos imaginar la nueva caída en la barbarie que representaría, para el mundo entero, la destrucción del marco jurídico y de las reglamentaciones conseguidos con 150 años de lucha de clases en los países imperialistas y parcialmente extendidos por la lucha de emancipación nacional al proletariado de los países dominados.
En esta situación de contrarrevolución desencadenada por el imperialismo en todos los continentes, en esta situación de extensión de la guerra, se preparan gigantescas explosiones revolucionarias, como las que sacudieron a Túnez y a Egipto en 2011, o la que sigue y se profundiza en Palestina, o las que se preparan en América Latina.
Ni Europa ni ningún continente escapará a esa oleada revolucionaria.
Millones de trabajadores y de militantes, a escala mundial, están confrontados con el alcance histórico de la batalla que empieza. Comprenden que la brutalidad y la simultaneidad del ataque en todos los continentes señala al imperialismo y a sus vasallos como los organizadores y responsables de todas las calamidades que caen sobre la humanidad.
En todos los continentes, cientos y cientos de miles se han lanzado a un proceso en el que las necesidades más elementales para sobrevivir les empujan a buscar medios para organizar la resistencia.
Una resistencia que esté a la altura de la ofensiva dictada por lo que el sistema basado en la propiedad privada necesita para su supervivencia, si es que cabe hablar de supervivencia refiriéndonos a un sistema que no puede ofrecer otro futuro que la miseria y la guerra.
En los países imperialistas, el conjunto de los partidos políticos que tradicionalmente se reclamaban de la clase obrera están sometidos a un proceso de desintegración, rechazados por las masas por haber acompañado servilmente la política de sus respectivos gobiernos (de derechas o de izquierdas) y por haber acompañado, a su manera, la preparación de la ofensiva asesina que se está desplegando ahora. En esa situación, los trabajadores tratan de darse puntos de apoyo en sus organizaciones de clase, en particular en los sindicatos, tratando de utilizarlas para organizar su resistencia.
Nunca ha alcanzado tales proporciones la crisis dentro de estas organizaciones amenazadas de desmantelamiento por la presión del capital financiero para obligarlas a que acompañen sus planes. La existencia y la independencia de las organizaciones se convierte así en un objetivo fundamental de la lucha de clases.
En los países dominados, los partidos obreros o los que se reclaman del “antiimperialismo” que se han desarrollado en la lucha para defender la nación (y que han sobrevivido), ante la nueva ofensiva lanzada por el imperialismo, se encuentran en una disyuntiva: o sobrevivir y desarrollarse ayudando a reunir a la nación bajo la dirección de la clase obrera realizando las tareas democráticas nacionales para levantarla contra las pretensiones del imperialismo y de sus agentes oligarcas, o desaparecer.
En este terreno común, altamente político, se está jugando, en formas propias de cada uno de los cinco continentes, el resultado de la lucha contra la guerra y la barbarie. En ese terreno se juega la suerte de la humanidad. Y en ese terreno se reforzarán o se reconstruirán, tejiendo de nuevo los lazos de solidaridad a escala internacional, los auténticos partidos obreros independientes que la clase obrera necesita para arrancar el poder de las manos del capital financiero.
En ese marco la IV Internacional apoya las actividades del Acuerdo Internacional de los Trabajadores y de los Pueblos
La IV Internacional, fiel a su programa, el programa de la revolución socialista, fiel a toda la experiencia del combate revolucionario del proletariado, entiende que, en este momento de giro de la situación mundial, para los revolucionarios no hay tarea más urgente ni más decisiva que la inmersión para anclarse en el corazón de las organizaciones de clase que vertebran el combate de las amplias masas obreras.
Los militantes revolucionarios no pueden sustraerse a las exigencias de esa orientación. No tienen tarea más urgente que librar ese combate, el único que puede permitir que la clase obrera arrastre a su lado a todas las capas explotadas y oprimidas de cada país. Al defender con ellas los derechos de los trabajadores y los derechos democráticos amenazados, está defendiendo uno de los pilares de la democracia política que los pueblos necesitan para emanciparse de la explotación del hombre por el hombre.
No hay tarea más urgente que organizarse para ayudar en cada país a los trabajadores y los militantes, que de inmediato están dispuestos a ello, a luchar juntos, en las formas que decidan, en relación con la historia de cada una de sus naciones, para ayudar a los trabajadores, a las masas oprimidas y a la juventud a vencer.
La IV Internacional, reunida en su IX Congreso Mundial, invita a todos los trabajadores, a los militantes, a los jóvenes, a vincularse a ese combate, a participar en la elaboración de las formas que deberá tomar en relación con los rápidos cambios de la situación, y para ello la IV Internacional les invita a incorporarse a sus filas.
La IV Internacional se compromete a organizar el intercambio político permanente entre los militantes que emprenden ese combate a escala internacional.
(El IX Congreso de la IV Internacional se ha celebrado el 8, 9 y 10 de febrero de 2016)