(Publicado en la Carta Semanal 524)
Echando un vistazo a lo publicado en los distintos medios de prensa, tanto los considerados “progresistas” como los catalogados de “reaccionarios”, con respecto al 1 de Mayo, tropezamos una y otra vez con la misma cantilena: “los sindicatos deben cambiar para adaptarse a los tiempos”.
Partamos de un hecho: ninguno de estos medios de prensa, ninguno de estos comentaristas es neutral. Todos son propiedad de grandes empresas o multinacionales. El Mundo es propiedad del grupo italiano RCS Mediagroup (cuyo accionista mayoritario en el grupo FIAT y en cuya propiedad están también distintos bancos y grandes editoriales). ABC es propiedad del grupo Vocento, que tiene decenas de periódicos, emisoras de radio y televisión, y cuyos propietarios más importantes son la familia Ybarra (los del BBVA) junto con otras familias adineradas, vinculadas a Iberdrola, Barclaysbank, CEPSA… En cuanto a El País, es propiedad del grupo Prisa, cuyo principal accionista es el fondo de inversión norteamericano Liberty Acquisitions… y así podíamos seguir.
Por tanto, quienes insisten con tanta reiteración en la necesidad de que los sindicatos cambien no son en absoluto neutrales, son órganos del capital financiero, cuyos intereses son, por definición, contrapuestos a los de la clase trabajadora, que ha construido los sindicatos para defender sus intereses específicos como clase, contra el capital.
¿Qué decían los corifeos del capital?
En El Mundo podemos leer: “los líderes sindicales hacían un llamamiento a la lucha obrera, pero su discurso sonaba viejo y gastado. Quizá, como en la política, ha llegado la hora del relevo generacional”.
Mucha más enjundia tenía lo que se añadía: “en ningún caso el nivel de representación se corresponde con el inmenso poder que han tenido UGT y CCOO en la política española. ¿De dónde viene, pues, esa tremenda influencia? Básicamente, de un sistema de negociación colectiva en el que los sindicatos han llevado la voz cantante”. Para a continuación alabar la reforma laboral y añadir que hay que tomar más medidas para anular la influencia de los sindicatos.
Todo esto se completaba –cómo no– con una tribuna libre cedida amablemente a la dirigente del sindicato “radical” AST, Teresa Rodríguez, que clamaba contra el sindicalismo “basado en cúpulas burocráticas, liberados y asalariados”.
Muchos medios hacían eco a las declaraciones de Matías Alonso, secretario general de Ciudadanos, que clamaba contra el “inmovilismo” de los sindicatos y pedía “unos sindicatos libres de contaminación política, independientes y ajenos a los intereses partidistas y de las élites dominantes que pretenden imponer posicionamientos supuestamente hegemónicos al margen de la democracia y del interés general”. Pero, precisamente, los sindicatos no tienen como objetivo defender un supuesto “interés general”, sino los intereses, derechos y reivindicaciones específicos de la clase trabajadora, contrapuestos a los intereses del capital. Hay que recordar de dónde viene el tal Matías Alonso, que fue oficial del Ejército de Tierra, después ha sido directivo y gerente de diversas empresas y finalmente propietario de una. Otro “neutral”.
Para completar el panorama, Jorge Moruno, del Consejo Ciudadano de Podemos, publicaba con motivo del 1 de mayo una tribuna titulada “la fuerza del trabajo”, de la que lo más destacable era una cuestión: ni una vez figuran en ese artículo las palabras “clase trabajadora” o “sindicatos”. No en vano los documentos políticos de Podemos hablan de “clases subordinadas”.
¿Qué es lo que buscan?
Los partidarios del capital comparten un mismo objetivo: acabar con todo “inmovilismo” de los sindicatos en defensa de las reivindicaciones y conquistas obreras, para imponer un sindicalismo que defienda el “interés general”, el aumento de la “productividad”. Los esfuerzos de algunos dirigentes por ir en ese camino por la vía del llamado “diálogo social” no les parecen suficientes. Querrían que esa línea de colaboración de clases, de integración en la llamada “gobernanza” se aplicara en toda la organización, de arriba abajo y de abajo arriba. Los artículos a que antes hemos hecho referencia expresan su frustración porque eso no ocurra.
Como organizaciones de la lucha de clases, los sindicatos no pueden escapar a la dinámica de la propia lucha de clases. Los trabajadores que los han creado y que los mantienen con su cotizaciones, los activistas que les dan vida en cada empresa, los utilizan una y otra vez para organizar sus luchas y defender sus reivindicaciones. Como los de Coca-Cola, que han sabido utilizar a su principal sindicato, CCOO, para imponer su voluntad de lucha. Y han hecho uso no solo de la sección sindical de su centro, sino de toda la estructura, incluyendo al propio Gabinete Jurídico de la Confederación. Rompiendo, por cierto, la teoría de los sindicatos rojos” que tratan una y otra vez de oponer a la “base” contra la “dirección”.
Esta actuación de los sindicatos en las luchas obreras explica por qué en nuestro país hay cientos de sindicalistas (sólo de CCOO y UGT, más de 300, a quienes se les piden cientos de años de cárcel), procesados por organizar huelgas y movilizaciones.
Defender la legitimidad de las organizaciones
La campaña del enemigo de clase contra las organizaciones, que busca, a la vez, debilitarlas y someterlas a los intereses del capital, se apoya en dos hitos: las subvenciones y la existencia de liberados sindicales.
Nuestra posición es clara: defendemos la independencia de los sindicatos y, por tanto, su independencia financiera, rechazamos la financiación a base de subvenciones del Estado y de las empresas. Pero tenemos que señalar que, desgraciadamente, el conjunto de organizaciones sindicales (es decir, no sólo UGT y CCOO, también los sindicatos nacionalistas y corporativos, e incluso algunos, como la CGT, de los que claman a voz en grito contra el “sindicalismo subvencionado”) solicita y percibe subvenciones.
Ahora bien, el derecho de los representantes de los trabajadores a disponer de horas sindicales, es decir, de tiempo salido de su jornada de trabajo, para dedicar a la defensa de los trabajadores, es una conquista de los trabajadores. Y la existencia de permanentes sindicales, que se dedican a tiempo completo a la organización es un mecanismo irrenunciable de solidaridad entre los trabajadores de las grandes empresas, en las que hay abundante representación sindical, que ceden horas sindicales, y las pequeñas empresas en las que no hay ni representación ni horas sindicales y en las que la acción sindical se hace casi imposible sin ese apoyo “desde fuera”.
La clase trabajadora no puede actuar en defensa de sus propios intereses sin organización. Y sus principales organizaciones económicas son los sindicatos. En la época de decadencia imperialista del capitalismo en que vivimos, los esfuerzos del capital se orientan hacia la integración corporativa de los sindicatos en el aparato de Estado (el diálogo social y la financiación estatal son dos de los aspectos clave de esa integración).
En particular, en nuestro país, ante la crisis actual y los intentos de forzar un gobierno de amplia coalición «incluyendo a los partidos emergentes» es imprescindible atar corto a los sindicatos, eliminar todo lo que contienen de reivindicativo para convertirlos en una correa de transmisión directa de las exigencias del capital financiero, es decir, de de las directivas del FMI y la Unión Europea. Es por eso por lo que necesitan «cambiar».
Frente a esta orientación, los trabajadores –y con ellos, miles de activistas sindicales, a distintos niveles de las organizaciones– luchan por utilizar sus organizaciones. Esta aspiración se expresa en la lucha por recuperar el control de sus organizaciones, lucha que es inseparable de la defensa de las mismas frente a la ofensiva del capital, ya se manifieste ésta en la integración corporativa o en la persecución judicial. Volver a la naturaleza de aquello para lo que fueron fundados, la defensa de los intereses específicos de la clase trabajadora, con independencia frente al Estado y las patronales, ése es el cambio que necesitan los sindicatos.