Carta Semanal 1043 en catalán
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La brutal desindustrialización que ha conocido en estos últimos decenios la mayoría de los países europeos –y, con más intensidad, los que fueron cunas de la revolución industrial- y que ha afectado también a los Estados Unidos no es el resultado de una maldición, ni es algo inevitable. Por el contrario, se trata de un fenómeno propio del sistema de producción capitalista en su época imperialista, de dominio de los monopolios (multinacionales), que ya describió Lenin en su Imperialismo fase superior del capitalismo (1916). Un fenómeno que es el resultado de sus tendencias de búsqueda de mercado para valorizar el capital a máximo lucro, para combatir la baja tendencial de la tasa de ganancias (característica del modo de producción capitalista ya descrita por Marx), y todo ello en un Mercado mundial que tiende a reducirse.
Recordemos que el capital no produce en función de las necesidades sociales sino para valorizarse.
En los últimos 30 años los Estados Unidos han perdido más de 18 millones de empleos industriales bien pagados y con derechos, y han aumentado en 21 millones de empleos en los servicios, con salarios mucho más bajos, y en su mayoría «precarios». En nuestro país, el peso de la industria en el PIB ha pasado del 25 por ciento principios de los años 70 a menos del 16 por ciento ahora. Cada uno puede hacer memoria de las grandes fábricas que había en su ciudad en 1975 y de cuántas de ellas han desaparecido. Ramas enteras de la producción, como el textil, la siderurgia, los astilleros, la electrónica, han dejado de producir en el Estado español. Y las que quedan están en peligro.