Contra la guerra y la explotación

(Publicado en la Carta Semanal 607)

El sitio y la toma de Alepo por las fuerzas del régimen sirio ha levantado una ola de llamamientos a la “solidaridad” o incluso a la intervención “humanitaria” de las grandes potencias. Al mismo tiempo, las víctimas de la ofensiva de las tropas del gobierno de Irak contra Mosul no parecen merecer la misma atención por parte de los bienintencionados.

A este respecto, las personas que reciben regularmente esta Carta Semanal han recibido en estos días un breve documento sobre la situación en Siria. Esta edición de la carta complementa ese envío y pretende ir algo más allá.

Para ello partimos de una posición de principios. Los revolucionarios siempre han estado del lado de los pueblos atacados por toda intervención imperialista (fuera cual fuera el gobierno de esos pueblos), y por convertir las guerras entre pueblos utilizados por el imperio en guerras contra el imperialismo.

La situación del imperialismo dominante

La confirmación de la elección de Trump como presidente de la principal potencia imperialista va en paralelo con la constitución de su nuevo equipo de gobierno, que, como dijimos en la última Carta Semanal, no es otra cosa que un «gobierno de militares y oligarcas». Un gobierno que se prepara para la «guerra» contra los trabajadores -en primer lugar, contra los trabajadores de los propios EEUU- y los pueblos.

El desconcierto, la falta de control del «orden mundial» por parte del imperialismo norteamericano exigen al capital financiero presionar a Trump para constituir un gobierno de «choque». Sin embargo los círculos dominantes de los EEUU no las tienen todas consigo y, por ello, la gran prensa expresa su inquietud, inquietud no tanto por los objetivos de Trump -que en líneas generales apoyan – sino por las dudas sobre su capacidad para llevarlos a cabo.

Trump va a entrar en la Casa Blanca con una situación difícil para la dominación del imperialismo norteamericano. La situación en Oriente Medio, tanto en Irak como en Siria Turquía o Afganistán, a lo que se añade el siempre candente problema de la opresión al pueblo palestino, pone de manifiesto el desastre de la política norteamericana, el terror y destrucción que esa política ha sembrado y, a la vez, su incapacidad de encontrar una salida.

Señalemos a los responsables

Cínicamente (véase como ejemplo el artículo de Lluis Bassets publicado el día 21 en El País bajo el título “la inteligencia del mal”), los distintos medios de comunicación al servicio del capital intentan señalar un culpable, ya sea el Isis, Assad, Putin, etc. Qué duda cabe de que las bombas rusas, como en Mosul las bombas americanas, francesas etc. participan hoy en la destrucción de toda la región.

Pero los árboles no deben impedirnos ver el bosque. Lo que sucede hoy en Alepo no debe ocultar el hecho fundamental: que el caos de la situación en Oriente Medio no es responsabilidad de los pueblos que lo sufren. Es responsabilidad (histórica desde los acuerdos secretos como el de Sykes-Picot de 1916 y la Declaración Balfour de 1917) de la intervención de las diferentes potencias imperialistas: Gran Bretaña y Francia en 1916-17 y en los últimos años los EE.UU., y detrás de ellos Francia, Alemania, Inglaterra (y nuestro país que de la mano de Aznar, formando parte del trío de las Azores participó en le invasión de Irak).

Esas intervenciones son las únicas responsables del caos y de la barbarie, y por tanto, de la aparición de fenómenos como Al Qaeda o el “Estado Islámico” (sin entrar en el más que probable papel de los diferentes servicios secretos en la creación de estas facciones).

A este respecto, habría que añadir que los gobiernos europeos, que están divididos en casi todo, están de acuerdo en dos cosas: en el apoyo a la OTAN y en elevar sus presupuestos de guerra, como están de acuerdo en negar el derecho de asilo a quienes huyen de la barbarie, negación que sólo busca crear los medios para aumentar la división de la clase trabajadora y la explotación de los trabajadores inmigrantes (y al mismo tiempo, de los “nativos”).

No podemos olvidar la modesta contribución de la Monarquía española, que participa en el armamento de los bandos en presencia. Por ejemplo Arabia Saudí y su guerra contra el Yemen y el Bahrein, No olvidemos que España vendió armas por valor de 1.250 millones de euros al reino saudí en los tres últimos años, y se espera que en los próximos días, coincidiendo con la visita de Felipe VI al país árabe, se firme un acuerdo de exportación de cinco corbetas construidas en los astilleros de Navantia por valor de 2.000 millones. Al mismo tiempo, la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados acaba de aprobar un aumento de 150 militares en las tropas españolas destacadas en Irak “para entrenar al ejército y la policía iraquíes” (con lo que llegarían a 500 soldados). Una propuesta que sólo tuvo en contra los votos de ERC y los de Unidos Podemos.

Bajo la “manta” humanitaria

Ahora los mismos que han llevado el caos a Irak y Siria con sus intervenciones militares (directas o indirectas, armando a las facciones combatientes) pretenden cubrir su responsabilidad con pretendidas campañas «humanitarias» sobre Alepo. Pero, al mismo tiempo callan sobre Mosul (porque quienes llevan a cabo esa destrucción son las tropas armadas, equipadas y entrenadas por la coalición americana). Algunas tomas de posición llegan al extremo del Secretario General de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, que ha pedido “frenar la brutalidad y la represión en Alepo” exigiendo “una intervención de la comunidad internacional” en Siria. Pero si hoy hay combates en Alepo y guerra en Siria es porque estas potencias que hoy claman “contra las masacres” se encargaron antes de armar y encuadrar con instructores a las diferentes “fracciones rebeldes”.

Es evidente que la intervención de Putin aprovecha el caos provocado por el imperialismo para, tomando baza en el asunto, ganar un puesto en el futuro reparto. Como lo prueban las conversaciones en marcha de Rusia con Irán y Turquía para un eventual “acuerdo de paz” en Siria. Y el asesinato del embajador ruso en Turquía pone de manifiesto la existencia de intereses particulares de cada una de las potencias que intervienen.

El caos creado por las potencias imperialistas, que ha llevado a la destrucción de Irak y Siria, no se queda allí. Los atentados en Europa, los de ahora en Alemania, son producto directo de la intervención imperialista, y, al mismo tiempo, manifestación de una barbarie que escapa a todo control. Aunque -qué duda cabe- pronto veremos cómo se utilizan para forzar la «unidad nacional» contra el terrorismo. Una “unidad nacional” que será utilizada -como vemos en Francia con las medidas de excepción- contra las libertades y, en última instancia, contra la clase obrera y sus movilizaciones.

Desde el punto de vista de la clase obrera, ¿qué posición?

Hay que dejar clara, en primer lugar, una cuestión: no estamos ante «guerras revolucionarias» sino ante el traslado al interior de Siria -y de Irak- de conflictos de intereses de potencias que el imperialismo norteamericano es incapaz de ordenar, pero cuyo objetivo es el saqueo de las materias primas (en este caso el petróleo), y el control de sus vías de distribución, cuya consecuencia es la destrucción de los estados nacionales, las naciones, las instituciones, conduciendo a los países a la edad media, como hicieron con Libia.

Desde el punto de vista de la clase trabajadora, la única posición justa es la oposición a toda intervención imperialista, por más que busquen disfrazarla como “humanitaria” o como “contra el terrorismo”. Oposición que parte de la lucha por el derecho de los pueblos de la región a decidir sobre su futuro -incluyendo el derecho del pueblo palestino a vivir en su tierra- sin la injerencia de las grandes potencias y sus instituciones, como la ONU, verdadera «cueva de bandidos» como caracterizaba Lenin a su predecesora, la Sociedad de Naciones.

Al mismo tiempo, debemos tomar nota del hecho de que la Coordinadora del Acuerdo Internacional de los Trabajadores, reunida el 20 y 21 de diciembre en Argel, ha lanzado un Llamamiento contra la guerra y la explotación, convocando una conferencia mundial para octubre del 2017. Lo que sin duda puede ser un instrumento de agrupamiento para ayudar al movimiento obrero y sus organizaciones a luchar contra la guerra, lejos de toda súplica a las instituciones del imperialismo corresponsables del caos existente.

Una posición que debe partir de una exigencia inmediata: la retirada de todas las tropas y barcos españoles de Irak, de Líbano y de Somalia, y el fin de las ventas de armas a los regímenes dictatoriales y proimperialistas de la zona. Para la clase obrera de nuestro país, para los pueblos y sus organizaciones una sola exigencia responde a sus intereses comunes: Ninguna injerencia del gobierno de la Monarquía, militar o supuestamente «humanitaria», contra los pueblos y naciones de Oriente Medio.

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