(Publicado en la Carta Semanal 745 – ver en catalán)
Del 24 al 27 de agosto, se ha celebrado en Biarritz (Francia) -bajo un desmesurado dispositivo policial, con más de 16.000 agentes entre España y Francia- la cumbre del llamado G7, que ha contado con la presencia de los principales dirigentes de los países imperialistas. Una reunión que merece ser analizada.
Que es el G7
El G7 no es una organización formal, sino que se trata de reuniones periódicas entre los jefes de estado y de gobierno de Francia, Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Japón, Italia y Canadá, grandes potencias imperialistas que representan el 50% de la economía mundial. Algunas veces se ha reunido como G8; incluyendo a Rusia, pero esta está excluida con motivo de las sanciones por la cuestión de Crimea. También han participado en la reunión representantes de la Unión Europea, de la ONU, el Banco Mundial, el FMI, la OIT, la OCDE, la OMC e invitados de diferentes países, incluyendo a Pedro Sánchez.
¿Macron, estadista?
A falta de algo mejor, la prensa ha resumido la reunión señalando el papel jugado por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, como “estadista” que ha mediado entre unos y otros. Sin detenernos en un análisis más detallado, convendría señalar que aquí parece aplicarse el refrán que dice que “en el país de los ciegos, el tuerto es rey”: con Trump, atenazado por una crisis interna, enfrentado con todos y retirado del acuerdo sobre cambio climático y del acuerdo nuclear con Irán, Boris Johnson ensimismado en su Brexit ( y en vísperas de proponer la suspensión del Parlamento, medida que algunos consideran un tipo de golpe de Estado), Ángela Merkel enferma y en retirada, el presidente del consejo italiano, Giuseppe Conte, dimitido y Justin Trudeau recién llegado (y cuestionado por los rumores de su implicación en casos de corrupción), no hacían falta grandes habilidades para destacar en esta cumbre.
La amenaza de recesión, en el centro
Lo que ha sobrevolado la cumbre ha sido, sobre todo, la inquietud generalizada de los participantes por la amenaza de una nueva recesión económica, cuando apenas respiraban por la “salida de la crisis”.
En este sentido, Jean Paul Trichet, ex presidente del Banco Central Europeo, declaraba a un medio francés el 25 de agosto: “la desaceleración de la economía mundial es muy visible. Observo un crecimiento de las imprevisibilidades y de las incertidumbres, vinculado a las decisiones de Donald Trump. Una recesión es, por tanto, inevitable. Vendrá de los Estados Unidos y golpeara duramente a Europa” Y, con respecto a la “guerra comercial” entre los EE.UU. y China, Trichet añade que “esta querella es muy preocupante. Cualesquiera que sean las peripecias futuras, es el origen de la ralentización del comercio mundial”.
El Banco Central Europeo, tras su última reunión, publicaba el 22 de agosto que “existe ahora una gran probabilidad de que la ralentización que apareció el año pasado dure más de lo previsto”. Por su parte, el FMI decía, hace pocas semanas, que “en conjunto, estimamos que las subidas de los derechos de aduana entre los EEUU y China, incluyendo las aplicadas ya en 2018, podrían reducir el PIB mundial en un 0,5% en 2020”.
El 19 de agosto, la National Association for Bussiness Economists indicaba que un 38% de los 266 economistas americanos interrogados al respecto estima que los Estados Unidos caeran en una recisión en 2020 y un 34% que en 2020.
La crisis generalizada de las industrias europeas, con Alemania al frente, y en particular la de la industria del automóvil, medular en el caso de España, no auguran nada bueno.
Una crisis de sistema
Es el sistema capitalista en su conjunto el que está tocado. Desde hace años, todos los gobiernos imperialistas, por cuenta del capital, han actuado para rebajar el coste de la fuerza de trabajo, asestando los golpes más rudos contra las conquistas sociales arrancadas por la clase trabajadora. Todo ello con el objetivo de conseguir siempre mayores beneficios. Pero la plusvalía, objeto de la explotación, exige para materializarse que las mercancías fruto del trabajo sean vendidas en el mercado. Y ahí se choca con los límites del sistema.
En nombre de la defensa estricta de los intereses americanos, Trump ha puesto en cuestión numerosos acuerdos comerciales internacionales, produciendo así una contracción del mercado mundial y una amenaza de recesión. A la vez que esta superproducción de mercancías, los recortes en la capacidad de compra de las poblaciones trabajadoras han reducido también la venta de mercancías.
Los dirigentes capitalistas se inquietan. De ahí el acuerdo de intentar retomar las negociaciones de los EE.UU con China y quizás también con Irán, así como los posibles avances hacia un compromiso en relación con las tasas a las grandes tecnológicas.
El temor a nuevas explosiones de masas
Por encima de las diferencias entre unos y otros sobre diferentes cuestiones, una preocupación común es compartida por los dirigentes reunidos en Biarritz: la inquietud por una situación en la que esta política es respondida con grandes explosiones sociales, como la movilización del pueblo argelino y la sublevación de Hong Kong ponen de manifiesto.
En el fondo, esto es lo que ha llevado a los jefes de todas las grandes potencias imperialistas a cerrar filas, lo que ha llevado a Trump a declarar que “Ha sido muy particular, dos días y medio de gran unidad”. La cuestión es cuánto va a durar esto.
En todo caso, las conclusiones del G7 no parecen haber sido de gran ayuda para el invitado Pedro Sánchez en su dilema sobre cómo formar gobierno.