(Publicado en la Carta Semanal 740 – ver en catalán)
Los resultados de las elecciones del 28 de abril suponían un mandato claro para los dirigentes de las organizaciones que hablan en nombre de la clase trabajadora y de los pueblos. Millones habían acudido a las urnas para cerrar el paso a la ultraderecha, para acabar con la “era Rajoy”, y para que se formara un gobierno de “izquierdas” que abriera la vía a la satisfacción de las principales reivindicaciones.
¿Y para qué se ha utilizado toda esa fuerza durante estos tres meses? Desde luego no en el sentido de formar un gobierno que atienda las aspiraciones de los trabajadores. Porque al final, a ojos de todo el mundo, lo que ha imposibilitado la investidura ha sido simple y llanamente la pelea por cuántos ministerios se queda el PSOE y cuántos UP. No queremos decir que el reparto de carteras no sea importante. Pero lo decisivo, lo que esperaban oír los trabajadores, la mayoría de votantes de estos partidos y de otros, es si se acaba con el legado del PP o no, si se da continuidad –a través de la constitución de un gobierno que tenga ese objetivo–al espíritu de la moción que echó a Rajoy, y por tanto se derogan la reforma laboral y la de pensiones, el 315.3, la LOMCE, etc.
En lugar de esto, ¿qué es lo que ha sucedido?
Desde el día siguiente a las elecciones del 28 de abril, toda la presión de la banca y de sus medios de comunicación han ido para impedir que la victoria electoral se tradujera en un gobierno de coalición PSOE-UP. Ni tan siquiera que hubiera una solución a la “portuguesa” (gobierno en solitario del PSOE con el apoyo externo de UP). Aunque sea para aplicar un programa respetuoso con los intereses del capital financiero, esa posibilidad asusta. Es preciso recordar que al día siguiente de las elecciones Pedro Sánchez –todavía con la mueca de disgusto en el rostro ante lo que gritaban los militantes socialistas en la puerta de Ferraz (“con Rivera, no”)– viajó a París para entrevistarse con Macron. No se trataba solo de hablar de Europa, sino de explorar las posibilidades que Macron intercediera sobre Ciudadanos para que cambiaran su posición de rechazo a Sánchez y le permitieran su investidura.
Lo que ha sucedido durante estos tres meses es que, ante la cerril oposición del PP y Ciudadanos, Sánchez no ha tenido más remedio que intentar el acuerdo con UP. Un acuerdo que ciertamente no deseaban muchos dirigentes socialistas, y que finalmente se ha esfumado, con el concurso del propio Iglesias, obcecado en la idea de que lo importante es estar en las “instituciones”, no importa con qué programa.
Todo el mundo que ha seguido el debate lo ha podido comprobar: no se discutía qué es lo que debía hacer el nuevo gobierno, o qué medidas urgentes debería aplicar, sino si los ministerios que se ofrecían tenían más o menos contenido. Muchos militantes de Podemos se preguntan si vale la pena estar en un ministerio o en una dirección general –con todas las competencias– para aplicar un programa que va en la dirección contraria a lo que quieren sus votantes. Y muchos militantes socialistas se preguntan si el “trato” dado a Podemos no es la antesala de un nuevo intento de la dirección del PSOE de buscar la complicidad del PP para la investidura.
En cualquier caso, lo sucedido esta semana, al margen de lo que pueda suceder en septiembre, sin duda representa una decepción profunda para muchos trabajadores que, con más o menos ilusión, estaban esperanzados en la formación de un gobierno de “izquierda”.
Un gobierno, un programa
Obviamente cuando hay un gobierno no puede haber dos programas. La insistencia de UP en entrar en el gobierno les ha llevado a la contradicción de aceptar los elementos más negativos de la política de Sánchez (imposiciones de nuevos recortes por parte de Bruselas, Cataluña, etc.) y, una vez mostrado el acuerdo político, no aceptar la oferta ministerial de Pedro Sánchez con lo cual aparece el desacuerdo por el tema de los puestos, lo que hace más difícil de entender que habiendo acuerdo político no haya acuerdo de gobierno.
Los recelos de Sánchez y sus ataduras
Es verdad que a Pedro Sánchez es difícil encontrarle a lo largo de estos años la coherencia. De ser el candidato del aparato en 2014, frente a Madina, pasó a ser el apestado del aparato al negarse a dejar gobernar a Rajoy. Fue destituido, obligado a dimitir, al perder la mayoría en el Comité Federal en una confabulación en la que participa la vieja y la nueva guardia del PSOE. Los reaccionarios barones (Susana Díaz, Lambán, Fernández Vara, García Page etc.) junto a los Felipe González, Guerra y compañía.
Una reacción de las bases socialistas sin precedentes permitió a Pedro Sánchez encabezar una lucha contra el aparato que ganó sin paliativos, consiguiendo la mayoría de los votos en la enésima derrota del aparato socialdemócrata en sus consultas a los afiliados.
Pero Pedro Sánchez mantuvo al viejo aparato y reforzó su compromiso con la Monarquía y la UE. Su triunfo en el congreso del PSOE le dejó con una parte importante del partido en contra. Son los que quieren los pactos con Ciudadanos y el ataque sin ninguna consideración a los catalanes. Son los partidarios del 155, de las mismas maneras que el PP o Ciudadanos.
Tras la salida de Rajoy, vía moción de censura, Sánchez ha estado un año como presidente del gobierno. En este año sus expectativas de votos han crecido llegando a subir de 84 a 123 diputados, mientras el PP hacia el camino inverso.
Sánchez no solo ha tenido los impedimentos de sus compromisos con el capital financiero y el aparato de Estado para llegar al acuerdo. Además ha sufrido las presiones de los barones que apoyaban a los poderes fácticos, banqueros, empresarios, iglesia, ejército, etc. En una situación en que la crisis de la Monarquía, la crisis de la Unión Europea y el declive económico dejan poco espacio para una política diferente salvo que la fuerza de la clase obrera rompa el bloqueo.
Una negociación para no formar gobierno
Efectivamente, el desarrollo de las negociaciones para la formación del gobierno ha dejado en el ambiente la impresión de que eran más una excusa para justificar la ruptura que un auténtico esfuerzo por formar gobierno. 80 días de negociación. Primero el PSOE ofreciendo gobiernos de cooperación. Y UP pidiendo coalición. Y el PSOE negociando con UP mientras no paraba de mendigar la abstención de PP y Ciudadanos.
También parece que las exigencias de unos y otros se han encontrado con quien torpedeaba la negociación filtrando propuestas confidenciales o deformándolas.
Aunque llegó a parecer que todo formaba parte de un teatro, la negativa a la investidura es una derrota, que, como señalaba Rufián, va a perjudicar a toda la izquierda. Y más teniendo en cuenta que el voto de ERC favoreciendo la investidura es difícil que se produzca en vísperas, o después de una sentencia condenatoria de los republicanos catalanes.
Mientras la posición de Iglesias ha ido pareciendo más basada en su idea de que estando en el gobierno, aunque sea con el programa del PSOE, va a recuperar la relevancia que va perdiendo poco a poco. En dos años ha pasado de estar muy cerca del PSOE a sacar 2,2 millones de votos en las elecciones europeas, su peor resultado con diferencia. Solo así se entiende su propuesta de última hora de mantener aunque fuese las competencias de políticas activas de empleo.
Y en cuanto al papel jugado por IU, sus presiones ¿eran para aceptar el apoyo a PSOE sin condicionarlo a las reivindicaciones? No hay constancia por ahora de lo contrario.
El PSOE anuncia que va a explorar otros caminos
Parece que todos los caminos están explorados ya. Puede indicar con esta frase Pedro Sánchez que lo va a intentar con PP, Ciudadanos y UP. Es la opción de empresarios y banqueros. Es lo que está llevando a Ciudadanos a desangrarse, ya van cuatro dirigentes dimitidos por no facilitar la investidura de Sánchez. Pero que no es fácil que los dirigentes de C’s o PP acepten a las primeras ni sin condiciones draconianas del PSOE.
Unidas Podemos siguen, en una posición muy debilitada, ofreciendo sentarse de nuevo y dispuestos a aceptar otras propuestas pero con una falta de confianza muy grande. Aquí juega un papel muy importante el riesgo para UP de unas nuevas elecciones que con la aparición de Errejón podrían mermar sus fuerzas de una manera importante.
Un hartazgo en la calle
La gente está harta de que habiendo una mayoría suficiente para derogar leyes y legislar a favor de los trabajadores se asista a este vodevil que PSOE y UP han escenificado. Cada vez más cunde la sensación de que “no nos representan”.
Siguen vigentes la ley “mordaza”, el art. 135 de la Constitución, las reformas laborales y de pensiones. Sigue en vigor la Lomce. Esas leyes deberían estar ya derogadas.
Y tras ellas paso a paso derogar el 135, las leyes de estabilidad, cambiar el aparato judicial e imponer el derecho de autodeterminación.
La indignación de la mayoría es evidente, y esa indignación anuncia el combate unido por las reivindicaciones que se enfrentará a la monarquía y al capital financiero, y colocará, más tarde o más temprano, la necesidad de acabar con este régimen y avanzar hacia la república.
La necesidad más urgente es ayudar a forjar la alianza entre los trabajadores y los pueblos, que arrastre a las organizaciones, particularmente los sindicatos, para imponer la derogación de la reforma laboral, de las reformas de pensiones, del artículo 315.3 del Código Penal, la derogación de la LOMCE y la ley “mordaza”, y abrir la vía a una solución democrática a la cuestión catalana, acabando con la amenaza de las condenas que se anuncian contra los dirigentes republicanos catalanes.
Basta ya de lamentos ante un gobierno que no se formó, es la hora de la movilización para conquistar derechos y libertades.
Las movilizaciones convocadas por diversos sectores sociales para las próximas semanas reclaman eso. Particularmente las que anuncian las organizaciones de los pensionistas para el mes de octubre.
La campaña emprendida por compañeros de CATP, dirigida a los grupos parlamentarios va en ese sentido. Al igual que las iniciativas por la libertad de los presos.