(publicado en la Carta Semanal 442)
“Claro que hay una guerra de clases, y es mi clase la que la está ganando” (Warren Buffet, millonario norteamericano)
La juez Alaya y la Guardia Civil, entre otros, han puesto en marcha una brutal campaña contra los sindicatos, tarea en la que se ven jaleados por la caverna franquista de los medios de prensa. ABC, El Mundo, La Razón, arremeten en estos días con los más zafios insultos contra los sindicatos y los sindicalistas. Y sectores del aparato sindical se achantan ante esa campaña, tienen miedo de salir en defensa de su organizaciones. ¡Como si la Guardia Civil, enemiga histórica de la clase trabajadora, y el cuerpo judicial heredado del franquismo tuvieran legitimidad para perseguir, juzgar y condenar a las organizaciones obreras! (que, es por cierto, lo que han hecho desde 1844 la una y desde 1936 el otro).
Todo esto complementa la acción del Gobierno, que persigue con multas y sanciones la movilización obrera y sindical. La marcha minera de hace un año fue perseguida con más de 350.000 euros en multas a CCOO y UGT, y las acciones del SAT en Andalucía han sido multadas con cientos de miles de euros.
Las actuaciones de la jueza, los guardias, el Gobierno y la prensa son la continuación de una campaña que se desarrolla desde hace años, y en la que todo vale: desde los supuestos relojes de lujo de Cándido Méndez al falso ático y el “crucero de lujo” de Toxo. Siguiendo a su maestro Goebbels, saben que una mentira repetida mil veces se convierte a los ojos de muchos en una verdad. Aunque no negamos que, en parte, la campaña aprovecha y se apoya en los errores y traiciones de los dirigentes. La firma de acuerdos como el ASE ha hecho un daño enorme a las organizaciones.
¿Por qué ahora esta campaña?
El capitalismo vive una crisis profunda. Crisis que pretende remontar arrancando a los trabajadores partes crecientes de su salario directo y diferido, destruyendo los servicios públicos de sanidad, enseñanza, seguridad social, arrancados por la clase trabajadora en la lucha de clases. Por ejemplo, entre 2007 y 2013, según datos de la Contabilidad Nacional, un 8% de la renta nacional ha pasado de las rentas del trabajo. 80.000 millones de euros que han salido del bolsillo de los trabajadores para ir al de los capitalistas. El número de millonarios en España ha crecido en 2012, en lo peor de la crisis, un 13%, mientras que los salarios reales han bajado, y millones de trabajadores han perdido su salario.
Conscientes de que esa política de contrarreformas sociales despierta la resistencia de los trabajadores, que sólo puede ser organizada por las organizaciones que los trabajadores han levantado para defenderse, y, en primer lugar, por los sindicatos, lanzan una ofensiva para arrinconar, desmantelar, destruir a estas organizaciones.
¿Por qué todo esto de los ERE ahora, cuando expedientes de regulación se han negociado de la misma forma exactamente, desde hace muchos años?: quieren evitar, por la vía del amedrentamiento, que a los sindicatos se les pase siquiera por la cabeza «tirarse al monte» con el tema de las pensiones. No negamos que pueda haber comportamientos individuales impropios. Pero lo que buscan la juez Alaya y el aparato de Estado no es perseguir comportamientos impropios (que podía haberlo hecho de otra manera) sino desacreditar cualquier reacción sindical. El mensaje de la caverna mediática es muy claro: ¿Quién puede seguir a unos individuos que llaman a la movilización contra la reforma de las pensiones, mientras paralelamente se inflan de gambas a costa de la Junta de Andalucía, o permiten que eso se haga?
Ante los graves ataques que sufre la clase trabajadora, hoy, más que nunca, necesitamos de nuestras organizaciones. Y por eso el primer deber de todo militante es defender a los sindicatos contra estos ataques.
No podemos actuar sin organización
Frente a quienes, “desde la izquierda”, pretenden convencernos de que no necesitamos sindicatos, es necesario establecer algunos hechos. Vivimos dentro del modo de producción capitalista, caracterizado por la existencia de dos clases fundamentales: los capitalistas, dueños de los medios de producción, y los trabajadores asalariados, que para poder subsistir deben ganarse la vida vendiendo a los capitalistas su fuerza de trabajo, a cambio de un salario. Dentro de esta relación social de explotación, los capitalistas se apoderan de una parte del producto del trabajo, la plusvalía, trabajo no pagado, en su beneficio.
Esa relación social es la fuente del antagonismo entre capital y trabajo, la lucha de clases. Y tiene traducciones inmediatas. Para defenderse, para poder actuar en su beneficio, la clase trabajadora necesita organizarse. Sin organización, no somos más que carne de cañón para la explotación. Sólo organizados podemos defender nuestros derechos y arrancar nuevas conquistas.
Analizando la situación de Gran Bretaña en los años 1840, Marx señalaba: «En principio, las condiciones económicas habían transformado la masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha, de la cual hemos señalado algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase»[1].
La forma más elemental de organización obrera son los sindicatos, organizaciones económicas de nuestra clase. Los sindicatos han arrancado para la clase conquistas fundamentales, como la negociación colectiva o el derecho a una pensión de invalidez o jubilación. Para los capitalistas, los sindicatos son un obstáculo para la “libre” explotación. Por eso, cuando pueden, los ilegalizan o limitan al máximo su capacidad de acción.
Hoy más que nunca es obligación de todo militante defender a los sindicatos que ha levantado la clase trabajadora y que construyó o reconstruyó en la lucha contra el franquismo y a la muerte del dictador, que son, fundamentalmente, la UGT y CCOO, sostenidos por las cuotas de dos millones de afiliados y afiliadas, y apoyados en cientos de miles de delegados elegidos por los trabajadores. Son la única arma que tenemos para defendernos. Cuando exigimos que no haya ninguna negociación con el Gobierno sobre la reforma de pensiones, que la única exigencia es su retirada y para ello organizar una Huelga General de verdad para imponerla, ¿no estamos exigiendo que UGT y CCOO convoquen y organicen esa huelga, única manera de que sea posible y de que triunfe?
Defender los sindicatos exige luchar por cambiar su orientación
Rechazamos los llamamientos a romper los sindicatos o a desafiliarse. Como recordaba Warren Buffet, hay una guerra de clases, y como militantes revolucionarios no llamamos a nadie a desertar. Por el contrario, aprendiendo del enemigo de clase, hacemos lo que durante la Primera Guerra Mundial hizo el político burgués francés Georges Clemenceau, quien, en defensa de los intereses de la burguesía francesa, criticó con toda dureza la dirección militar de la guerra que hacía el Gobierno, y llamó a un cambio de gobierno, mientras que invitaba a los soldados a seguir mientras tanto luchando en los frentes.
Ahora bien, ¿es posible defender los sindicatos sin oponerse a la línea que imponen sus dirigentes? La línea que aplican los dirigentes de UGT y CCOO supone un grave peligro para los sindicatos. Aferrándose a la política de “diálogo social”, firmando acuerdos como los AENC y el ASE, facilitando con su tregua al gobierno de Rajoy que éste mantenga y profundice todos los ataques a la enseñanza, la sanidad, el derecho al aborto, y prepare un brutal ataque a las pensiones… Esta política facilita el desencanto de millones de trabajadores, desarma a los sindicatos, y permite a los enemigos de clase profundizar su campaña antisindical. Defender los sindicatos exige luchar por otra orientación en su dirección.
Por la independencia de las organizaciones, ¡Fuera la política de diálogo social!
Para que los sindicatos respondan a las necesidades de los trabajadores, cumplan las funciones para las que fueron fundados y reconstruidos, es necesario recuperar su independencia frente a la patronal, el Estado y las instituciones de Bruselas.
Los sindicatos deben partir de los intereses propios de los trabajadores, y no subordinarse a un supuesto “interés común” (porque existe una “guerra de clases”). La política de diálogo social, que amarra a los sindicatos a las “reformas”, es decir, a los recortes de derechos, con la teoría de que es mejor “gobernar los cambios desde dentro” desmoraliza a los trabajadores y a los afiliados y, por tanto, debilita la fuerza que tienen los sindicatos: el apoyo de la clase trabajadora.
Los dirigentes de los sindicatos deben negar toda legitimidad a los jueces franquistas y la Guardia Civil, que organizan la persecución contra las organizaciones.
La política del gobierno Rajoy, como los mismos dirigentes han denunciado, “quiere acabar con todo”. Este gobierno, odiado y rechazado por la inmensa mayoría de la población, sólo puede seguir adelante con su política porque no encuentra una resistencia social organizada, porque los dirigentes de los sindicatos, presos de la política de “diálogo social”, se han negado a organizar la lucha hasta el final. Solo emprendiendo la lucha intransigente contra las contrarreformas de Rajoy, empezando por la lucha por la derogación de la reforma laboral, el restablecimiento del derecho a la negociación colectiva, la lucha contra la LOMCE y la reforma de las pensiones. Sólo así se puede hacer frente a los ataques de los jueces, la Guardia Civil y la prensa de la caverna.
La campaña para que los dirigentes rompan todo diálogo con el Gobierno, se nieguen a sentarse a negociar el recorte de pensiones, y organicen contra Rajoy la movilización unida hasta derrotar al Gobierno, es, ante todo, una campaña de defensa de los sindicatos. ¡Todos manos a la obra con ella!