Carta Semanal 901 en catalán
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Según datos de Oxfam, “573 personas se convirtieron en milmillonarias durante la pandemia, a razón de un nuevo milmillonario cada 30 horas. En el lado opuesto, este año [2022] se espera que 263 millones de personas más se vean sumidas en la pobreza extrema, a un ritmo de un millón de personas cada 33 horas”[1]. No es resultado de la casualidad, sino consecuencia natural del capitalismo, de la ley general de la acumulación capitalista, identificada por Marx hace más de 150 años: “la acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto”[2]. El capitalismo no es reformable. Más allá de una forma u otra de intentar conducirlo, la realidad revela que inevitablemente los problemas se agravan cada día, la pobreza amenaza a amplios sectores de la población y se verifica cada vez más. Esto ocurre a través de distintos mecanismos, como el ataque al salario indirecto que conforman los servicios públicos o, especialmente, la inflación, superior al 10% interanual, ante la que los pírricos aumentos en los salarios nominales consagran el empobrecimiento de quienes vivimos de vender nuestra fuerza de trabajo.
En consecuencia, la solución de los problemas de la clase trabajadora sólo podrá ser obra de su acción consciente, desplegada mediante su organización, independiente de todo compromiso con todas y cada una de las instituciones del capital y, por tanto, de sus Estados. En esta línea la historia del movimiento obrero es muy rica en experiencias y no tenemos nada que perder conociéndolas, conociendo nuestra historia; sino al contrario, tenemos mucho que ganar. No porque nos aporte de cómo actuar en cada momento. Pero sí porque se pueden aprender lecciones importantes, para lo que conmemorar determinados hitos puede ser un aporte. En este año 2022 se cumplen aniversarios redondos de dos acontecimientos de primerísima importancia en la historia del movimiento obrero. En 1847 se constituyó la Liga de los Comunistas, sucediendo a la Liga de los Justos de 1836 -que había reemplazado la Liga de los Proscritos de 1834-, a la que se integraron otros agrupamientos. En 1922 se celebró el IV Congreso de la Internacional Comunista, tras los tres primeros celebrados anualmente desde la creación de la IC en el inicial, que había tenido lugar en marzo de 1919.
Junio de 1847: ¡proletarios de todos los países, uníos!
Como explica Engels,
(…) en la primavera de 1847 se presentó Moll en Bruselas a visitar a Marx, y en seguida en París a visitarme a mí, para invitarnos nuevamente, en nombre de sus camaradas, a ingresar en la Liga. Nos dijo que estaban convencidos, tanto de la justeza general de nuestra concepción, como de la necesidad de liberar a la Liga de las viejas tradiciones y formas conspirativas. Que si queríamos ingresar, se nos daría la ocasión, en un congreso de la Liga, para desarrollar nuestro comunismo crítico en un manifiesto, que luego se publicaría como manifiesto de la Liga; y que nosotros podríamos contribuir también a sustituir la organización anticuada de la Liga por otra nueva, más adecuada a los tiempos y a los fines perseguidos”[3]. (…)
Y Marx y Engels, respectivamente en Bruselas y en París, ingresaron en la Liga. En junio de 1847 se celebra en Londres un congreso de la Liga de los Justos. En él, con la integración del Comité Comunista de Correspondencia impulsado por ellos dos, se bautiza la organización resultante como Liga de los Comunistas. El nuevo nombre denota una intencionalidad política explícita, que se refrenda en el remplazo del viejo lema de “Todos los hombres son hermanos” por el de “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, que a su contenido de clase incorpora la vocación internacionalista.
La declaración expresamente comunista de esta organización supone abandonar la ingenua visión idealista previa, en favor de una concepción materialista del mundo, lo que constituye un hito en la trayectoria histórica del movimiento obrero. En el congreso se encarga a Marx y Engels que elaboren el programa del partido, que verá la luz en febrero de 1848. Es el Manifiesto del Partido Comunista, cuyo comienzo dice:
(…) Un fantasma amenaza Europa: el fantasma del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo.
De este hecho se desprenden dos consecuencias:
La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas.
La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido. (…)
Y que finaliza planteando que:
(…) Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.
¡Proletarios de todos los países, uníos! (…)
Con el estallido de la oleada revolucionaria de 1848, “como no era difícil prever, la Liga resultó ser una palanca demasiado débil para encauzar el movimiento desencadenado de las masas populares”[4]. Pero añade Engels, “sin embargo, ahora se demostraba que la Liga había sido una excelente escuela de actuación revolucionaria”. Lo era gracias a su condición de organización de la clase explotada sólo comprometida con las aspiraciones legítimas de la mayoría, como se recogía en las “Reivindicaciones del Partido Comunista en Alemania”, que firman a finales de marzo los cinco miembros del nuevo Comité Central, integrado además de por Marx y Engels por Bauer, Moll, Schapper y Wolff. Entre ellas se encuentran las de armamento general del pueblo, expropiación de las posesiones feudales, nacionalización de los transportes, limitación de la herencia, fuertes impuestos progresivos y abolición de los indirectos, organización de talleres nacionales, instrucción pública general y gratuita. La derrota de la revolución y la represión, junto a otros problemas, llevaron a la disolución de la Liga en 1852, pero quedó un legado que tomará forma en particular apenas doce años después en Londres, donde el 28 de septiembre se proclama la Asociación Internacional de Trabajadores, la I Internacional.
La I Internacional desempeñaría un papel muy importante, aunque acabaría languideciendo tras la derrota militar de la Comuna de París (experiencia revolucionaria que, en todo caso, dejaría asimismo un gran legado). Después se crearía la II Internacional, en 1889, cuya bancarrota se verificó con la gran traición de la mayor parte de sus dirigentes en 1914, apoyando la Primera Guerra Mundial. La devastación de la guerra imperialista es el contexto en el que triunfa la Revolución rusa en octubre de 1917, aunque se produce la derrota de otros procesos revolucionarios y especialmente el alemán, refrendada con el asesinato de Karl Liebcknecht y Rosa Luxemburg el 15 de enero de 1919, con la criminal complicidad directa de la dirección socialdemócrata de Ebert, Noske y Scheidemann.
Noviembre de 1922: “La Internacional Comunista, partido mundial”
Apenas un mes y medio después, el 2 de marzo de 1919, Lenin inaugura el congreso fundacional de la III Internacional con estas palabras: “El comité central del partido comunista ruso me ha encomendado inaugurar el I Congreso Comunista Internacional. Ante todo, quiero pedir a los presentes que rindan homenaje a la memoria de los mejores representantes de la III Internacional, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg”. La creación de la III Internacional está ligada al triunfo de la Revolución rusa, pero también a las conferencias contra la guerra que se habían desarrollado en Zimmerwald en 1915 y en Kienthal en 1916. Tras el primer congreso, los tres siguientes tuvieron lugar sucesivamente en 1920, 1921 y 1922 (tras la muerte de Lenin se celebró el quinto en 1924 y el sexto ya fue en 1928, con la oposición expulsada y el proceso de degeneración burocrática plenamente en curso).
El cuarto congreso, del que este 2022 se cumple el centenario, se realizó en Moscú entre noviembre y diciembre. El listado de las decisiones adoptadas en él muy elocuente, pues incluye, entre otras, resoluciones referidas a la táctica de la Internacional, la unidad del frente proletario, el programa de la Internacional, el movimiento sindical, la acción agraria, la juventud, la mujer, la educación, la Revolución rusa y la asistencia proletaria a la Rusia Soviética, la ayuda a las víctimas de la represión capitalista, la cuestión de Oriente, la cuestión negra y la situación en un buen número de países[5].
En el congreso se refrenda y profundiza la orientación política en el terreno organizativo y en el programático: a diferencia de la II Internacional, más bien coordinadora de partidos, “La Internacional comunista debe ser organizada cada vez más como un partido comunista mundial, encargado de la dirección de la lucha en todos los países”. Es la máxima expresión del viejo lema de la Liga de los Comunistas, “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Se enfatiza el método del frente único obrero, la unión del conjunto de quienes quieren luchar contra la explotación capitalista, frente único que requiere sus órganos, como lo fueron los sóviets en Rusia. También se formula expresamente la concreción de esta política por la unidad, antisectaria, en las economías dominadas: el frente único antiimperialista. Previamente, en septiembre de 1920, la Internacional había promovido el Congreso de los Pueblos del Oriente, celebrado en Bakú, en el que participaron dos mil delegados de todo el mundo.
Sólo se puede hablar de lucha por las legítimas reivindicaciones de la mayoría si lo es de verdad, esto es, incondicional, yendo hasta el final y, por tanto, aspirando a la toma del poder. En el IV Congreso, Trotsky afirma:
(…) La tarea principal de todo partido revolucionario es la conquista del poder. Si empleamos la terminología filosófica del idealismo, la tarea de la II Internacional era considerada simplemente como una “idea normativa”; es decir, que mantenía escasa relación con la práctica. Sólo en estos últimos años hemos aprendido, a escala internacional, a convertir la conquista del poder político en una meta revolucionaria práctica. La revolución rusa ayudó a ello en gran medida. Que, en Rusia, pueda darse una fecha (25 de octubre-7 de noviembre de 1917) en la que el Partido Comunista, a la cabeza de la clase obrera, arranca el poder de las manos de la burguesía, prueba más decididamente que cualquier argumento, que la conquista del poder no es una “idea normativa” para los revolucionarios, sino una tarea práctica[6]. (…)
El combate por la IV Internacional, el asesinato de Trotsky y nuestras tareas hoy
La degeneración burocrática estalinista, ya plenamente lanzada desde la expulsión de la Oposición de Izquierda en 1927, ratificada trágicamente por la política que llevó a la derrota ante el nazismo, se completa con los Procesos de Moscú realizados entre 1936 y 1938. Ante la constatación de que la III Internacional es irrecuperable, en septiembre de 1938 se constituye la IV Internacional, heredera directa de la mejor tradición de la historia del movimiento obrero, en la que destaca la constitución de la Liga de los Comunistas en 1847 y la primera etapa de la III Internacional. Su programa fundacional concluye así:
(…) La Cuarta Internacional goza ya desde ahora del justo odio de los estalinistas, de los social-demócratas, de las liberales burgueses y de los fascistas. No tiene ni puede tener lugar alguno en ningún frente popular. Combate irreductiblemente a todos los grupos políticos ligados a la burguesía. Su misión consiste en aniquilar la dominación del capital, su objetivo es el socialismo. Su método, la revolución proletaria. Sin democracia interna no hay educación revolucionaria. Sin disciplina no hay acción revolucionaria. El régimen interior de la Cuarta Internacional se rige conforme a los principios del centralismo democrático: completa libertad en la discusión, absoluta unidad en la acción.
La crisis actual de la civilización humana es la crisis de la dirección proletaria. Los obreros revolucionarios agrupados en torno a la Cuarta Internacional señalan a su clase el camino para salir de la crisis. Le proponen un programa basado en la experiencia internacional del proletariado y de todos los oprimidos en general, le proponen una bandera sin mácula.
Obreros y obreras de todos los países, agrupados bajo la bandera de la Cuarta Internacional.
¡Es la bandera de vuestra próxima victoria![7]
(…)
Prueba de la pertinencia de su creación es que en 1943 Stalin disuelve la III Internacional, justo antes de la Conferencia de Teherán, como señal de su voluntad de colaboración con el imperialismo, representado por la nueva potencia dominante, Estados Unidos, y la previa, Reino Unido. Menos de dos años después, el 20 de agosto de 1940, Trotsky es asesinado por un agente estalinista, Mercader, tras un intento previo en mayo, dirigido por el estalinista mexicano Siqueiros (fallece el día 21). Es evidente lo que se pretende liquidar con este asesinato, del que se cumplen 82 años: el legado de toda la tradición consignada en los párrafos anteriores. Una tradición que no es retórica, sino práctica, concretada hoy en la lucha por una representación política independiente de la clase trabajadora que ayude decisivamente a su acción consciente para abrir una salida a la grave situación actual, irresoluble bajo el capitalismo. No son grandes palabras vacías, sino que expresan la voluntad de combatir hasta el final por todas y cada una de las reivindicaciones legítimas de la mayoría de la población, que es la clase trabajadora: la defensa del empleo, del salario directo, indirecto y diferido (en particular frente a la inflación desatada), de los derechos de la mujer trabajadora, de los derechos de la juventud, del derecho a la educación, a la sanidad, a la vivienda, de todos los derechos obreros y democráticos, incluido el derecho de autodeterminación de los pueblos.
Para ello, quienes militamos en la IV Internacional en el Estado español participamos en el Comité por la Alianza de Trabajadores y Pueblos (CATP), que es el agrupamiento en el que confluyen a igual título sectores que buscan una vía de salida. Esa vía, que exige una República del pueblo, supone inevitablemente situarse fuera de los aparatos que constituyen un sostén del régimen monárquico, sometido a la OTAN y al FMI a través de la UE. Apostamos por la construcción de comités políticos del CATP en sectores, empresas, centros de estudio, localidades, barrios, etc. que ayuden a la constitución de la representación política revolucionaria, por tanto independiente, que ayude a la clase obrera, a la juventud y a los pueblos a conquistar su propia emancipación. Todo esto ya va tomando forma, como ilustran las conferencias contra la guerra, contra la OTAN y contra la explotación del 9 de abril y del 25 de junio. O el apoyo a la preparación en unidad con todo el movimiento estatal de pensionistas de la Marcha a Madrid, el 15 de octubre, de trabajadores, jóvenes y pensionistas por la recuperación del poder adquisitivo según el IPC real y la exigencia de auditoría de las cuentas de la Seguridad Social.
[1] https://www.oxfam.org/es/notas-prensa/cada-30-horas-la-pandemia-genera-un-nuevo-milmillonario-mientras-que-al-mismo-ritmo-un.
[2] Marx, Karl (1867); El capital (Crítica de la economía política), Libro I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1975, pág. 805.
[3] Engels, Friedrich (1885); “Contribución a la Historia de la Liga de los Comunistas”, en Marx, K y Engels, F. (varios años); Obras escogidas en tres tomos, Tomo III, Progreso, Moscú, 1974, pág. 104.
[4] Engels, ob. cit.; pág. 106.
[5] Internacional Comunista (1919-1922); Manifiestos, tesis y resoluciones de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista,
[6] Trotsky (1922); “Informe sobre la NEP soviética y la perspectiva de la revolución mundial”, en https://ceip.org.ar/Informe-sobre-la-NEP-sovietica-y-la-perspectiva-de-la-revolucion-mundial.
[7] Programa de Transición, disponible en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/prog-trans.htm.