(Artículo publicado en Informations Ouvrières, semanario del POI, n° 291, 6 de marzo de 2014 y en la Carta IV nº 27)
La entrada en Crimea de tropas de la Federación de Rusia pone al mundo al borde de una nueva guerra, amenazan los medios informativos. ¿Qué hay de eso?
Ningún pueblo, ni el pueblo ucraniano, ni el pueblo ruso desean la guerra. Recordemos que los pueblos de la ex Unión Soviética han pagado con el precio de 23 millones de muertos la liberación del nazismo durante la última guerra mundial. No puede discutirse que el gobierno de Vladimir Putin ha mandado tropas a la península de Crimea, invocando la protección de las poblaciones rusófonas, y provocando un clamor de protestas del gobierno norteamericano, de la OTAN, de la Unión Europea, etc. También es obvio, según escribe un director de investigación del Instituto de investigaciones internacionales y estratégicas (1), que “ deberían respetar ellos mismos los principios de soberanía nacional antes de pedir a Rusia que los aplique. En ese caso, me parece difícil de parte de Estados Unidos, tras la intervención en Irak en particular, imponer esto a Vladimir Putin“. Y se podría añadir Afganistán, Libia, Siria, Malí, la República Centroafricana, Somalia, República democrática del Congo, Sudán del Sur, Haití… sin olvidar el verdadero “protectorado” impuesto por la Unión Europea y Estados Unidos en Bosnia desde hace 20 años (2). Así las cosas la verdadera pregunta que hay que plantearse es la siguiente: ¿por qué esas poblaciones, incluidas las ucranianas, están llevadas hoy a enarbolar la bandera rusa, a ser empujadas a la secesión? ¿Quién, con sus decisiones provocadoras, empuja el país a la partición y al estallido de Ucrania?
¿Por qué se concentra todo hoy en Crimea?
Porque Crimea (que Nikita Jruschov “ofreció” a Ucrania en 1954) es un territorio multinacional, marco ideal para fabricar enfrentamientos. Vive en ella una mayoría de rusos (58%), pero también un 12% de tártaros (musulmanes y turcófonos, deportados colectivamente por Stalin en 1944, que no se vieron rehabilitados hasta
1967), y un 27% de ucranianos que son, en Crimea, mayoritariamente rusófonos. La decisión del parlamento ucraniano, el último 23 de febrero, de prohibir la lengua rusa como lengua oficial (al mismo nivel que el ucraniano), ha sido sentida entre ellos como una verdadera provocación. ¿Cómo pedirles, en Crimea, a unas
poblaciones rusófonas (ya sea ucraniana, rusa, tártara …) que acepte que cualquier documento oficial y administrativo esté en adelante redactado en un idioma poco o nada dominado por la inmensa mayoría? Esta provocación también la sienten como tal las poblaciones ucranianas del resto del país quienes – casi para la mitad de ellas – hablan ruso como lengua materna, particularmente al este y sur del país. Todas estas poblaciones, al este, al oeste y en Crimea, sin embargo habían votado con ultra mayoría por la independencia de Ucrania en el referéndum de 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética a manos de los presidentes ruso, bielorruso y ucraniano. Una “independencia” que se convirtió muy pronto en dependencia hacia el Fondo monetario internacional, el Banco mundial, etcétera (3).
Pero ¿empuja Putin a la guerra?
Es lo que ciertos medios informativos, y algunas “personalidades” desacreditadas del tipo Bernard Henri-Levy, quisieran que creyéramos. Pues bien, por un lado, Putin “saca músculos”, por el otro, el Kremlin declara que el gobierno ruso va a “seguir discutiendo con Ucrania sobre cómo van los temas económicos y comerciales y contactando con sus socios extranjeros, FMI y G8, en lo que atañe a una ayuda financiera”. Esta aparente contradicción está relacionada con el tipo de capa social que Putin y su gobierno representan: Esta capa también, procede de la antigua “nomenklatura” soviética, y ella también se ha enriquecido de modo insolente con las privatizaciones-saqueos de los años 1990. A la vez, esta capa, que es un elemento de “orden” (debería decirse más bien de desorden) capitalista mundial, como en Siria, debe también hacer prevalecer sus intereses propios, su negocio personal. Ahora bien la crisis del sistema capitalista refuerza la competencia entre grandes potencias y grupos capitalistas, y no habrá lugar bajo el sol para todos. Cuanto más que el gobierno ruso sabe que está en evidencia. En el Financial Times, el exconsejero del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, escribe tras la caída de Yanukóvich en Ucrania que “tarde o temprano, Rusia deberá seguir” [el mismo camino]. El mismo gobierno norteamericano está en crisis, es de obligación para él imponer a la vez inmensos ataques contra su propia clase obrera, y “gestionar” conflictos que él mismo ha provocado … desembocando éstos en unos procesos que pueden írsele de de las manos. El mismo Brzezinski añade que “Occidente debería – de forma privada de momento, con el fin de no ofender a Rusia– dar por seguro que el ejército ucraniano puede contar con una ayuda occidental directa e inmediata” e igualmente que “debería rápidamente reconocer la legitimidad del gobierno actual de Ucrania” (Washington Post, 3 de marzo).
Precisamente, un nuevo gobierno acaba de constituirse en Ucrania. ¿Qué hay de eso?
Con el apoyo de Washington, del FMI y de la Unión Europea (que consideran todos que Yanukóvich no ha ido bastante lejos en ese sentido), el nuevo primer ministro, Arsenyi Yatseniuk, ha declarado: “Vamos a tener que tomar medidas sumamente impopulares, porque el gobierno y el presidente anteriores eran tan corruptos que el país está en una situación financiera desesperada.. Estamos al borde del desastre, y ese gobierno es un gobierno de kamikazes políticos. ”!Bienvenidos al infierno!”. Es de notar en este gobierno la presencia de Viktor Pynzenyk, el “padre de las privatizaciones” y de la “terapia de choque” de principios de los años 1990. Los grupos de extrema derecha -que se reivindican de Stepan Bandera y de los colaboradores de los nazis de 1941 -como Svoboda y Pravyi sektor han empezado a integrarse en las fuerzas de policía del “nuevo” régimen (4). La “terapia de choque”, como hemos visto en la ex- Yugoslavia hace más de 20 años, así como en numerosos países de África, se acepta mejor cuando está preparada y precedida por la dislocación de la nación, (cuya consecuencia inmediata sería la dislocación de la clase obrera). Por lo tanto hay una relación directa entre los procesos de dislocación y la puesta en marcha de los planes anti obreros que exigen el FMI y la UE.
¿Qué salida?
Subrayando “la desorientación y la confusión que han imperado en los últimos meses a la cabeza del movimiento obrero ucraniano“, un militante obrero de Bielorrusia en la tribuna de la Conferencia obrera europea, ha puntualizado que los trabajadores de Ucrania necesitan más que nunca “la solidaridad obrera internacional“. La lucha común que han decidido seguir los militantes obreros de 19 países reunidos en París el 1 y 2 de marzo, por la independencia del movimiento obrero, contra los planes antiobreros y las instituciones (UE, FMI) que los dictan, dentro de nuestras posibilidades, contribuirá a ello.
(1) Philippe Migault, en 20 minutes, 4 de marzo de 2014. L’Iris es un « think tank » francés de lo más institucional
(2) ¿Injerencia? ¿Es que se trata de otra cosa cuando Victoria Nuland del Departamento de Estado norteamericano anuncia públicamente el 13 de diciembre que su gobierno ha financiado a la antigua oposición ucraniana hasta 5.000 millones de dólares, incluidos los grupos de asalto neonazis?
(3) Instituciones internacionales que, desde 1991, han supervisado una política de privatizaciones. Privatizaciones de las que han sacado provecho los “oligarcas”, estas inmensas fortunas adquiridas por el saqueo, entre las que muchas -hayan apoyado el antiguo presidente Yanukóvich o apoyen el nuevo poder en Kiev- proceden de la antigua “nomenklatura” de la época soviética).
(4) Régimen no tan nuevo a decir verdad: la misma Rada (Parlamento) ayer devota de Yanukóvich hoy rinde pleitesía a Yatseniuk