(Publicado en la Carta Semanal 539)
En los últimos días, los medios de comunicación del capital nos bombardean con noticias sobre lo que llaman “crisis migratoria” en el sur de Europa, mientras que los gobiernos de uno y otro signo se apresuran a anunciar medidas “de emergencia” ante la situación.
Así, se nos anuncia que “según cifras oficiales, más de 40.000 indocumentados han llegado a Macedonia en los dos últimos meses” (el ritmo en los últimos días es de 1500-2000 diarios), ante lo cual el gobierno de la llamada oficialmente “Antigua República Yugoslava de Macedonia” ha declarado el estado de emergencia en sus regiones fronterizas y se ha apresurado a ofrecer trenes para trasladar 3500 refugiados al día hasta las fronteras con Serbia (para que se apañen los serbios con el problema). El gobierno griego, por su parte, habilita ferris para trasladar a los refugiados que desembarcan a sus islas al continente, y ponen en marcha un dispositivo de autobuses para trasladarlos desde Salónica a la frontera de Macedonia. Francia y el Reino Unido anuncian una dispositivo conjunto para hacer frente a la situación de miles de refugiados que se acumulan en Calais para intentar cruzar a Inglaterra por el túnel de la Mancha.
Se calcula en 150.000 el número de refugiados llegados a Italia (donde miles son rescatados en le mar cada día) y Alemania anuncia que espera unas 800.000 peticiones de asilo en este año.
Recordemos que no se trata de inmigrantes económicos, sino, en su inmensa mayoría, de refugiados que huyen de las guerras que devastan sus países de origen. No es la sequía ni son las inundaciones ni los terremotos lo que impulsa a millones de personas a buscar refugio en Europa. Ha sido la acción del capital la que les ha echado de sus países.
Si vemos de donde vienen…
… comprendemos enseguida cuál es la causa que les ha obligado a dejar sus casas, sus tierras, sus posesiones, para echarse a la desesperada al mar y buscar asilo en Europa.
Una parte de ellos viene de los Balcanes, especialmente de Kosovo, Albania y Serbia, países destruidos por las guerras de finales del siglo pasado y cuya transición a la llamada “economía de mercado” (transición animada por la guerra, impuesta desde fuera, en muchos casos), ha supuesto la destrucción de su economía productiva y la entrega a las mafias. En la ex-Yugoslavia, los bombardeos de la OTAN han impuesto un “orden” basado en la limpieza étnica, que expulsa a millones de personas de esos países.
Pero la mayor parte de quienes buscan refugio en Europa viene de Siria, de donde se calcula que casi 4 millones y medio de personas han huido de la guerra civil (casi un 40% de la población total de ese país). Guerra que no es otra cosa que una guerra de destrucción de su país organizada por el imperialismo y sus aliados, los regímenes reaccionarios del golfo. Recordemos que en febrero de 2012, ante el levantamiento en marcha del pueblo sirio, se organizó a toda prisa una “Conferencia de amigos de Siria”, con participación de la mayoría de gobierno de la Liga árabe y de los imperialismos francés, inglés y norteamericano, que decidió crear un “gobierno sirio en el exilio” y armar al llamado “Ejercito Sirio Libre”, conjunto de milicias armadas por países como Arabia Saudí, Catar o Turquía, firmes aliados de los EE.UU. Milicias que -a medias con el ejército del El Assad- aplastaron la rebelión del pueblo sirio. Otros muchos refugiados vienen de Afganistán y de Irak. Quienes arriban a las islas y costas de Italia provienen, en su mayoría de Libia, que fue destruida como país por el ataque de la OTAN en 2011.
En 2002, George Bush hacía público el plan de la mayor potencia imperialista de construir un “Gran Oriente Medio”, que abarcaría desde Marruecos a Pakistán. Un plan que fue analizado por la IV Internacional como un proyecto de destrucción de todos los Estados, de la soberanía de todos los pueblos, y de todas las conquistas asociadas la construcción de esos Estados, para abrir ese inmenso territorio al saqueo directo de la multinacionales. Doce años después, las distintas guerras organizadas por el imperialismo o bajo su acción han destruido varios países, han entregado buena parte de esos territorios a la barbarie, a los enfrentamientos “religiosos” (¡en pleno siglo XXI!) y “étnicos”, y han expulsado de su tierra a millones de personas. Siria, Irak, Libia y Afganistán son los ejemplos extremos, pero la amenaza se cierne sobre todos los países de la zona.
La “solución” que propone el capital
Hace unos meses, los gobiernos de la Unión Europea y la OTAN discutían abiertamente sobre la posibilidad de atajar la “crisis migratoria” -entonces ya importante pero no tan grave como en estas últimas semanas- bombardeando los puertos de Libia para, según ellos, “acabar con las mafias de la inmigración ilegal”. Más de lo mismo, como si los bombardeos que destruyeron Libia como Estado no fueran los responsables de que esas mafias se hayan instalado en sus costas y puertos. Más tarde hablaron de constituir una “fuerza militar conjunta” para patrullar en el Mediterráneo, y de establecer cupos de reparto de peticionarios de asilo. Ahora, mientras el Papa Francisco llama a “responder con misericordia ante “el drama de los emigrantes y refugiados ”, los distintos gobiernos buscan, desconcertados, cómo pasarle la pelota al país vecino.
Y se trata de aprovecharla presencia de miles de inmigrantes sin derechos para cuestionar los derechos laborales de todos los trabajadores. Así, en el campo andaluz, la concentración de miles de trabajadores sin permiso de residencia o de trabajo ha hecho que se repitan las situaciones de los años 1930: en las plazas de muchos pueblos los patronos van a buscar jornaleros al precio que ellos quieren, a menudo a través de “manijeros” mafiosos, sin respetar ni salarios ni condiciones ni jornada de los convenios colectivos del campo. Se aprovechan de la pasividad cómplice la Inspección de Trabajo (por otra parte, desbordada de trabajo por su falta de plantilla), y de la situación de necesidad tanto de “nativos” como de “extranjeros”. Y del marco legal: recordemos que el artículo 8 del Estatuto de los Trabajadores establece que en caso de no existir contrato de trabajo escrito, “el contrato se presumirá celebrado por tiempo indefinido y a jornada completa, salvo prueba en contrario”, pero este artículo no se considera aplicable a los trabajadores “ilegales”, lo que les pone indefensos ante el patrón, pues tienen todo que perder si aparece una inspección de trabajo o denuncian los sindicatos.
La única solución: acabar con el capitalismo
Sólo hay una salida que permita a los pueblos de todas las costas del Mediterráneo vivir en paz, con dignidad, y sin necesidad de abandonar su tierra. Eso sólo es posible acabando con el dominio del capital financiero que azuza los enfrentamientos, organiza las guerras y destruye los países para imponer su dominio absoluto. Solo la acción unida de la clase trabajadora con su organizaciones puede detener la política de destrucción del capital, para construir un mundo de fraternidad y cooperación entre los pueblos.
Unas primeras medidas elementales se imponen: en primer lugar, la defensa del derecho a vivir y de los derechos democráticos de los que ya han sido expulsados de sus tierras. Lo que supone la derogación de todas las medidas que cercenan el derecho de asilo, el pleno reconocimiento de los derechos de los emigrantes (incluyendo su derecho a trabajo bajo la protección de las leyes laborales). Por tanto la derogación de la Ley de Extranjería y la de seguridad Ciudadana.
En segundo lugar, la acumulación de cientos de miles de refugiados debe recordarnos que el movimiento obrero y sus organizaciones deben recuperar su tradición de lucha contra la guerra, lo que supone, en particular, la denuncia continua a la cesión de Morón a las tropas de EEUU y las maniobras de la OTAN en Gibraltar para otoño. Acciones que entre otras cosas tienen el objetivo de asociar a nuestro país al dispositivo del imperialismo contra los pueblos del norte de África y Cercano Oriente, dispositivo que si no es detenido llevará a expulsar de su países a cientos de miles de personas más.